Bafici 2023 – Diario de festival : Upon Entry, Aplauso, La vida a oscuras

Por Sergio Monsalve

Upon Entry es una potente película, hecha por dos venezolanos, sobre los problemas que sufre un migrante criollo al querer entrar a Estados Unidos por la aduana de Nueva York. Lo acompaña su esposa española y ambos encarnan una aterradora versión de “Alerta Aeropuerto”, donde las peores pesadillas de la diáspora cobran protagonismo, al límite de la deportación. Fue realizada por dos cineastas venezolanos, radicados en el extranjero, Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez, quienes logran proyectar el desgarro y el destierro que se padece, solo por portar el pasaporte nacional, buscando consumar el sueño americano, desde LATAM y Europa. Upon Entry se presenta en el Festival BAFICI, después de obtener reconocimientos en diversos certámenes de prestigio, donde cosecha premios y elogios de la crítica. Alejandro Rojas se formó en el país y desarrolló una dilatada trayectoria como creativo.  Juan Sebastián Vásquez estudió Comunicación Social en la Universidad Monteávila. Ahí tuve el honor de conocerlo, cuando me tocó cumplir la tarea de ser el profesor de cine de su promoción. Agradezco la benevolencia de ellos por acompañarme en el proceso, siendo más un club de cinéfilos, abierto al debate y el intercambio, que un salón rígido. En cualquier caso, hace mucha ilusión ver la evolución de Juan Sebastián, no sólo como codirector de una cinta importante para la historia reciente del país, sino como director de fotografía de su ópera prima, así como de otros títulos estrenados en Netflix. El filme se concentra en un caso emblemático y prototípico de abuso de autoridad en un aeropuerto. Pero resume la tragedia de los venezolanos que han abandonado su país, por razones de inseguridad, violencia, represión y ansiedad económica, porque no ven perspectivas claras de futuro. La pareja de personajes principales ganaron una visa en una lotería, han arreglado todos sus papeles y llegan al terminal de Nueva York, tras viajar en avión. De inmediato, son pasados al famoso y tristemente célebre “cuartico” del horror, para someterse a un interrogatorio extenuante e indignante. Poco más se puede relatar del plot. Sin embargo, les aseguro que la película consigue retratar un trauma colectivo, como un ejercicio de estilo de suspenso y pánico psicológico, que hace del bajo presupuesto una virtud, a la forma de trabajos de la talla de Enterrado y El Hoyo, o de los largometrajes de cámara de Hitchcock, con la fuerza actoral de la industria ibérica. Mérito de los creadores narrar y centrar la trama en pocos espacios de oficina, en no lugares de paso y tortura burocrática, que causan serio estrés, apenas visualizarlos. Si a ello agregamos una ejecución precisa que no pierde detalle, hablamos de uno de los mejores títulos que ha brindado la diáspora en los últimos años. Seguramente, la distancia aporta la suficiente libertad expresiva, para que los realizadores puedan comunicarse con eficacia y frontalidad, sin temer por censura o represalias. De modo que Upon Entry cumple con leernos, interpretarnos e invitarnos a reflexionar, acerca de nuestro destino como nación fracturada, entre los que se quedaron y los que se fueron. Una grieta que atraviesa el guion por completo, amén de sus atributos estéticos, políticos y éticos. Por fortuna, la cinta no se trata de un panfleto. Toma los caminos de la austeridad y el minimalismo, pero no para aburrirnos en un cliché condescendiente con el criterio del clásico Festival. Upon Entry produce miedo, incertidumbre y una genuina tensión que nos mantiene atentos, hasta su desenlace. Se fundamenta en buenos diálogos, un casting adecuado y una dramaturgia de tres actos, cuyas imágenes generan espanto, risas nerviosas y desazón por el devenir absurdo e injusto que sufren los protagonistas. Espero que se pueda ver en Venezuela, para seguir elaborando su discurso, divulgando su propuesta de choque. Fija en la lista del cine venezolano del 2023. De cómo, lamentablemente, se ha normalizado la violación de derechos humanos.

Aplauso es un cortometraje en el que durante 13 minutos, una asamblea aplaude mecánicamente a un presidente inexistente, cuya imagen de Big Brother vigila a los presentes en la forma de un cuadro. ¿Presidente de imagen, presidente del mundo, presidente del partido? En cualquier caso, la historia es universal y ampliamente conocida en Venezuela, porque pertenece a los códigos extinguidos de una clase política en fase decadente. En realidad, Aplauso es el título de un cortometraje lusitano, seleccionado para integrar la competencia oficial internacional del Festival independiente de Buenos Aires. Transcurre en una Portugal fantasmal con ecos del cine de sus maestros legendarios: primeros planos claustrofóbicos y tenebristas como de un cuadro de Pedro Costa, una abstracción siniestra cual sátira de Manuel De Oliveira. El director Guilherme Daniel se inspiró en el Archipiélago del Gulag, para plasmar un devenir estalinista de su país, donde la clase dirigente bate sus palmas sin parar, en una ovación sintomática de la plaga del totalitarismo. Los hombres y mujeres compiten por destacar entre la muchedumbre, manteniendo la firmeza de su impostura. Algunos burócratas sudan y amenazan con desmayar, desfallecer. Otros recuerdan a las castas militares, a los actos proselitistas de dictaduras pasadas y recientes, como la de Corea Del Norte. Se finge circunspección, solemnidad, respaldo incondicional. Semeja una caricatura de aquella fallida Constituyente de auténticos funcionarios desconocidos, de diputados infames e ignotos, embutidos en sacos de sudor. Aplauso es contundente en su dirección, en su idea, en su guion que pudo escribir un Borges inspirado, pues el aterrador concepto viene secundado por una elocuente capacidad de síntesis. Al cortometraje no le falta un diálogo subrayado. Es cine político de altura, que nos interpela y nos sacude, indiferentemente del lugar, del gentilicio. Por si fuera poco, unos sapos miran de reojo, pendientes de fiscalizar la acción de los demás. El estado policial castiga y despierta la sospecha infundada de todos. Gracias al corto, sabemos que hay que romper con el aplauso dócil ante el poder.

La Vida a Oscuras en cambio, es un documental dedicado a la labor titánica de Fernando Martín Peña de preservar la memoria del archivo fílmico en Argentina. Carta de amor y muerte al cine, apostando a su resurrección, mediante el trabajo secreto de un coleccionista, curador y docente. Una joya. Observa con sutileza antropológica. Narra la historia de un preservador de la imagen en celuloide, frente a la falta de matices de la proyección digital. Fernando Martín Peña se muestra tranquilo y modesto, al realizar su trabajo. Pero su enorme empresa de tesoro, nos conmueve. El documental esculpe el tiempo, con una poesía cercana que sabe captar el ritmo y el vacío minimal de los espacios, al borde de la extinción. Peña encarna una voluntad indomable de resistencia, a prueba de cualquier presión o adversidad del entorno. Difunde un legado desde el espacio de lo público a lo privado. Se le van cerrando puertas. Culmina despidiéndose de programas de televisión y de Filmotecas como la de la Escuela Nacional de Cine. Termina recibiendo gente en su casa, para proyectarles películas. La Vida a Oscuras refrenda el compromiso de Peña, por defender su idea del cine, a pesar de los obstáculos, en su intimidad e independencia. Inolvidable largometraje. Por ahí figura el crítico Diego Trerotola, bancando a su amigo con un sonoro aplauso, el día de una última proyección. Gesto de solidaridad y empatía. Recomiendo la película en la selección de BAFICI 2023.

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