El infiltrado del KKKlan

Por Marcos Rodríguez

BlacKKKlansman
Estados Unidos, 2018, 135′
Dirigida por Spike Lee.
Con John David Washington, Adam Driver, Topher Grace, Corey Hawkins, Laura Harrier, Ryan Eggold, Jaspar Pääkkönen y Ashlie Atkinson.

¿A quién no le gusta Bowie?

Una placa al principio aclara (como es de rigor) que la película que está por empezar está basada en hechos reales. Hechos ridículos. Pero reales. La placa es importante no tanto para poder advertir a aquellos espectadores que están siempre a la caza de lo verídico para poder sentirse a salvo al momento de indignarse o emocionarse o lo que sea, sino porque la historia que se va a contar es tan peregrina que podría parecer un argumento malo inventado por algún indignado con el gobierno de Trump. Spike Lee está muy indignado, y eso le hace bien, pero la historia (parece) sí ocurrió: en los ’70, en medio de las tensiones y disturbios raciales, un policía negro y uno judío se infiltraron en la sede local del Ku Klux Klan en un pueblito del Sur, escalaron posiciones y lograron evitar un atentado en contra de un movimiento de estudiantes negros. Lo interesante de esta historia (real) es que parece mentira: hay algo de espías, hay algo de testimonio pero también hay una buena dosis de comedia, toda una gama de géneros que le permiten a Lee entregarse a la narración más elástica.

Una de las cosas más estimulantes de la película es la manera en que trafica libremente con diversos estereotipos y prejuicios raciales. Por supuesto, esto no es nuevo en Lee, pero en tiempos en los que la corrección política ya ganó todas la batallas, no deja de ser sorprendente. Sorprende también en el marco de una película que claramente se plantea como manifiesto en contra del racismo institucionalizado y violento, como panfleto anclado en el presente, político y puntual, tal como queda en claro con la inclusión final de los videos reales de actos de violencia racial de los últimos años y de las fuerzas políticas que los protegen. Incluso en una película con tan claras intenciones políticas, Lee se permite el espacio, por ejemplo, para que sus policías (un blanco, un negro y judío) se pongan a hablar sobre cómo piensan los blancos, los judíos, los racistas, los negros, qué odian, qué música les gusta (en un momento, el judío, interpretado por un sólido Adam Driver, dice: “¿A quién no le gusta Bowie?”), en un intercambio en que unos se lanzan estereotipos a otros con la mayor naturalidad.

La película también incluye una escena en la que el protagonista (todavía encubierto) y su futura novia estudiante/militante discuten sobre las películas blaxploitationde la época. Estamos, recordémoslo, en los ’70 y Pam Grier es prácticamente una estrella de cine. Los afroamericanos podrían sentirse orgullosos y representados por ese cine, tal como demuestra Ron Stallworth (el sólido John David Washington), pero su novia militante le hace notar argumentos militantes por los cuales incluso esas películas no sirven para la liberación de sus hermanos. Él responde con chistes, todavía en plan de seducción, y redobla su preferencia por Grier. La película, está claro, juega más del lado de Ron que de su novia.

Buena parte del trabajo sobre los estereotipos se da a través del lenguaje, tema central en la película. Si el policía negro logra infiltrarse en el Ku Klux Klan es porque a través del teléfono puede ocultar el color de su piel, y porque a través de su forma de hablar puede no solo eliminar los estereotipos lingüísticos de los negros sino también incorporar aquellos de los blancos. Tal vez el público extranjero no note las diferencias tonales y de pronunciación, pero se habla del tema varias veces. En un momento, cuando Ron le está explicando a su jefe la nueva misión en la que está trabajando, le explica que él puede engañar a los miembros del Klan porque es (por decirlo así) bilingüe: puede hablar negro y blanco. En otro momento, charlando amablemente con el presidente del Ku Klux Klan (figura refinada que busca lavarle la cara pública al Klan para hacerlo entrar en el mundo de la política), se da una escena grotesca e inversa: el blanco extra blanco intenta explicarle al negro disfrazado de blanco cómo hablan los negros. La demostración es patética por lo torpe: ese blanco no es capaz de imitar a un negro.

Su incapacidad, sin embargo, no tiene que ver con su desprecio racista por lo que considera una raza inferior, sino con una actitud diferente. El presidente del Ku Klux Klan (como corresponde) está convencido de que los estereotipos no solo se corresponden rígidamente con las personas reales a quienes se aplican, sino que los definen. Los negros hablan así. Ron Stallworth, al otro lado del teléfono, un negro que se ha metido en un mundo de blancos (es el único policía negro del pueblo), sabe perfectamente que esto no es así. Él podría, como su novia, pensar la militancia de liberación desde la separación: los blancos hablan como blancos, los negros hablan como negros. Cada bando se opone y se ataca. Pero no, un teléfono alcanza para demostrarlo: es cierto que los negros tienden a hablar de una cierta forma y los blancos de otra, pero no es menos cierto que si uno toma conciencia de esto puede comprender que las cosas nunca son así de simples.

Disfrazado de negro entre los negros (solo sobre el final podrá confesar su verdadera condición de policía encubierto, y no de militante Pantera Negra), de blanco entre los blancos, Ron Stallworth circula entre dos mundos. Al igual que su compañero Flip Zimmerman, el judío para quien su identidad nunca fue un problema hasta que las circunstancias lo empujaron a encontrarse en medio del racismo. Son esos individuos, los que conocen y reconocen los estereotipos, y pueden manejarlos como máscaras, los que logran finalmente desarmar la violencia y construir algo diferente.

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