Historias de miedo para contar en la oscuridad

Por Rodolfo Weisskirch

Historias de miedo para contar en la oscuridad (Scary Stories to Tell in the Dark)
EE.UU. – Canadá, 2019, 111′
Dirigida por André Øvredal.
Con Zoe Margaret Colletti, Michael Garza, Austin Zajur, Gabriel Rush, Kathleen Pollard, Gil Bellows y Javier Botet.

Scary Things

Por Rodolfo Weisskirch

Mucha gente lo sabe, otra no. Asi que nunca viene mal recordarlo. Dentro del género de terror existe una subcategoría llamada “antología”. Se trata de películas que incluyen tres o cuatro historias fantásticas, lindantes con el terror pero no necesariamente referenciables a todos los tópicos que a primera vista podemos reconocer en el género. Si bien esta clase de formato parece ser heredero de la TV y de la influencia directa de series como La dimensión desconocida o Cuentos de la cripta, ya entre los 60s y 70s buena parte del terror clase B británico y estadounidense había logrado sacarle el jugo a esta modalidad, que con el tiempo fue perdiendo algunos adherentes hasta, con el advenimiento de los 80s, volverse un formato un tanto caduco. Asi y todo, entre las mejores adaptaciones cinematográficas que podamos encontrar con este formato, se encuentra la primera Creepshow, escrita por Stephen King y dirigida por George Romero a inicios de los 80s (no casualmente en la misma década también se realizaría otra película con este formato de referencia como si se tratara de una modalidad narrativa perteneciente más a la nostalgia que a otra cosa, hablamos de The Twilight zone, de 1983, dirigida por Joe Dante, John Landis, George Miller y Steven Spielberg). 

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Historias de miedo para contar en la oscuridad bien podría haber pertenecido a esta categoría, pero Guillermo del Toro, productor y co-guionista del proyecto, prefirió darle mayor cohesión a la obra, priorizando la historia que une a los diversos episodios antes que darle entidad a cada uno por separado como este formato lo exigía en el pasado, cuando supo encontrar su gloria. Basado libremente en algunos de los cuentos del escritor Alvin Schwartz, la película del noruego Andre Ovredal –director de la interesante, aunque intrascendente La Morgue (sobre la que hablamos en esta revista en su momento, en este link)- sucede durante la semana de Halloween de 1968, en medio de la guerra de Vietnam y la elección que pondría a Nixon en la presidencia de Estados Unidos. 

Los protagonistas son tres adolescentes bastante marginados, que después de vengarse y ser perseguidos por el bully de la escuela, se esconden, junto a Ramón, un visitante ocasional del pueblo, en la mansión de una de las familias más ricas de la zona. La mansión se encuentra abandonada después de que la última integrante –acusada de envenenar niños- se ahorcara dentro, y el resto de la familia desapareciera misteriosamente. La líder de este grupo de marginados es Stella, aspirante a escritora, que vive con su padre, y se adjudica la culpa de que su madre los haya abandonado cuando era una niña (Zoe Colletti es un interesante descubrimiento, y posiblemente esta obra le abra las puertas a proyectos más interesantes: aquí logra ponerse la mayor parte del film sobre los hombros y lo sostiene con personalidad y verosimilitud, alejado del modelo scream queen de los 60, 70 y 80, y más cercano al modelo “nerd” de los 90). En la casa, los adolescentes descubren el libro de historias de terror de la mujer ahorcada, que con el tiempo se convirtieron en mitos urbanos de la región.

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Lo que sigue es, cuando menos, previsible: cuentos que se escriben solos con tinta de sangre, protagonizados por el grupo de adolescentes, que se vuelven víctimas de sus propios temores y rencores. Suena a algo reciente?Dejando de lado -¡por fin!- el factor nostálgico ochentoso, Historias de miedo… se suscribe al estilo de cine que Steven Spielberg supo pregonar con ET y Poltergeist a la cabeza. Y que Stephen King propugnó en la literatura con IT y con Christine: el horror como vehículo para girar en torno a metáforas de la ausencia familiar, de los cambios físicos (el coming of age nunca llega a desarrollarse completamente) que se atraviesan en la pubertad/adolescencia. Pero también el factor bélico como perfecto trasfondo social: el miedo a ser convocado por el ejército, la política de Nixon, etc. El subrayado, bien presente: los monstruos viven entre nosotros, y en nosotros.

Lo más monótono del film de Ovredal radica, por tanto, en la trama que une los diversos segmentos: por un lado Stella debe ayudar a la narradora fantasma a resolver sus asuntos pendientes para que deje de torturar a los chicos con sus monstruos que salen de la nada. El cuidado formal y narrativo para que no quede ningún hilo fuera y para que el espectador comprenda de antemano el plan de los protagonistas, motivación y causa de los tormentos de la antagonista, hacen pensar en un guión escrito por Christopher Nolan matizado por el J.J. Abrams de Super 8

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El resultado final, no obstante, termina siendo mucho más liviano –la calificación para mayores de 13 años anticipa que el producto está orientado a un público más juvenil que el de IT– y emotivo de lo que se prometía. Demasiado diálogo, demasiada carga emocional. Poco terror, nada de gore. Aun así, cada episodio funciona mejor individualmente. Y a pesar de su brevedad, vale reconocer que tienen una tensión increscente y no dependen únicamente del jump scare de turno. Si bien la banda de sonido compuesta por Marco Beltrami contiene las típicas notas que pretenden hacer saltar al espectador en los momentos de resolver la tensión, Ovredal se niega a que los monstruos aparezcan de la nada, alivianando el impacto, pero incrementando el suspenso en su vertiente más clásica, acaso más hitchcockiana. 

Las muertes –o desapariciones- son bastante originales, en su mayoría, y aportan un poco de humor que rompen con la solemnidad romántica y emotiva de la película como conjunto. Algo similar sucedía en la mencionada La morgue. De este modo clásico, sin quebrar ninguna regla, Ovredal aplica efectivamente el suspenso de manual, creando climas intensos en las escenas que lo demandan y aprovechando los espacios para generar claustrofobia, incluso con uno abierto, en una escena en un maizal. Pero cuando debe resolver escenas más íntimas y dramáticas apela a todos los lugares comunes y convencionalismos, como si algo de ese tono se le fuera de las manos. 

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En ese sentido, la sutileza y maestría para narrar de Spielberg, Abrams o el propio Del Toro, apoyándose puramente en imágenes que conectan emocionalmente con lo que estamos viendo hacen que la comparación sea un poco irritante. Del director de La forma del agua quedará, acaso, un poco de espíritu gótico –el mismo de la superior y subvalorada La cumbre escarlata– y la solvencia para seleccionar un elenco casi desconocido que genera empatía y temor con sus interpretaciones.

El material, sin dudas, contaba con la suficiente potencia como para ser explotado en mejores condiciones. Con menos emotividad y menos explicaciones. Con menos giros narrativos, estimulando un poco más el horror puro, creyendo en la plástica de la imagen antes que en el trabajo de sutura del guión, estaríamos posiblemente ante otra clase de riesgo. Y una película menos calculada. En cambio, Historias de miedo para contar en la oscuridad sigue sonando a materiales que conocemos y que han llevado esta suerte de nostalgia al paroxismo. Si, hablamos de IT y de Stranger Things, que son formatos que en mayor o menor medida no se despegan demasiado de los moldes. Esperemos que el riesgo llegue cuando hagan la secuela. 

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