#Polémica: Ahed’s Knee

Por Fernando Luis Pujato

Ha’berechaka 
Israel, 2021, 110′
Dirigida por Nadav Lapid
Con Nur Fibak, Avshalom Pollak, Yoram Honig, Lidor Ederi, Yonathan Kugler, Amit Shoshani, Yehonathan Vilozni, Naama Preis, Ortal Solomon, Mili Eshet, Oded Menaster, Netta Roth, Inbal Katzen, Maya Shpak, Pnina Bradt-Tsdaka, Roni Boksbaum, Roni Gammer, Michal Berkovitz Sasu, Noah Lapid Preis

Las nubes de Israel

Un policía de élite (Yaron) al borde del fascismo en Policeman (2011). Una maestra de jardín (Nira) desesperada en La maestra de jardín (2014). Un adolescente (Yoav) a la deriva en Sinónimos (2019). Un director de cine (Y) desquiciado en La rodilla de Ahed  (2021). El primero no está solo: tiene a sus compañeros de unidad, a su esposa e incluso a sus enemigos, un excéntrico grupo de jóvenes terroristas o anarquistas o algo por el estilo. La segunda abandona todo lo que tiene -incluso a su familia- para intentar salvaguardar la poesía que aún queda en este (su) mundo. El tercero es casi un huérfano en una ciudad y en una cultura desconocida (París, Francia, la tierra de la libertad) aunque una pareja de burgueses intenta ayudarlo -adoptarlo, aún con comillas, sería una palabra demasiado fuerte. El cuarto solo tiene a su madre al borde de la muerte y al traumático recuerdo de su paso por el servicio militar israelí; cuya duración es de dos años y ocho meses para los hombres y dos años para las mujeres. Aunque no es el caso aquí que por medio de estos personajes, con una impronta y una centralidad tan destacada en estos cuatro films, podemos visualizar el orden cultural de una sociedad sino mas bien a través de los cuales podemos entrever qué significa vivir en un determinado lugar y pertenecer a una determinada clase social pero, por sobre cualquier otra consideración, cuales son las consecuencias mediatas o inmediatas de cumplir a rajatabla un mandato estatal o satisfacer un deseo casi imposible o embarcarse en una utopía o emprender un viaje catártico, para los directa o indirectamente ligados a estas cuestiones, cualesquiera sean sus formas y maneras. Tal vez Nadav Lapid haya sido el joven que desembarcó en París o el niño-poeta del Kindergarten o el cineasta  de su último film pero todo ese asunto de los alter ego no es más que una distracción crítica, una comodidad expositiva utilizada para explicar no como se filma sino porqué se filma, solo que ese supuesto plus de haber atravesado una situación en primera persona debe ser traducido en imágenes, y esta es, claramente, otra cuestión.

Una cuestión resuelta con un torbellino de imágenes ya desde su inicio. Los planos de todo tipo -picados, contrapicados, primeros planos, planos frontales- de una moto bajo una persistente llovizna conducida por una joven que unos minutos después, luego de palmearse una rodilla con sus manos donde destacan una uñas pintadas de un rojo furioso, en un primerísimo plano canta Welcome to the Jungle, de Axl Rose, para el casting de un film basado en el episodio de una adolescente libanesa enfrentando a gritos, empujones y, al parecer, abofeteando a un soldado israelí ocurrido unos años atrás, que luego prosigue con un interrogatorio a otra joven acerca de algunos miembros de su familia -asesinados y arrestados por las fuerzas de seguridad israelíes pero también “¿y tu sobrino?, mató un colono”, ¿y tu madre?, presa conmigo”- y con sucesivos planos de una rodilla asomándose bajo un jean roto casualmente en ese lugar o de una rodilla destacándose bajo un jean sano casualmente en ese lugar y otra joven mostrando, varias veces desde distintos ángulos, la grabación de un celular donde se enfrenta a un militar israelí cuando “yo tenía diez y seis años” y con el portavoz del Partido Sionista Religioso, un tal Bezalel Smotrich, que también bien podría haber sido un funcionario del Estado, suponemos, recitando un par de veces, lacónicamente, que deberíamos haberle pegado un tiro en la rodilla así no caminaba mas y cumplía la condena encerrada en su casa con una tobillera electrónica o algo por el estilo y con el director del film tomando una maza y alzándola por sobre su cabeza para descargarla sobre una rodilla cortando el plano en ese momento. Seguramente hay más detalles y más implicados en este resumen del casting actoral de un film, un video arte o lo que fuera, que nunca veremos en el último film de Nadav Lapid, aunque la impronta de este frenesí visual de tan sólo siete minutos y su tono seco y violento se traslada a un espacio que poco tiene que ver con un par de habitaciones en ¿Tel Aviv?, imagino. Se traslada al desierto, nada menos.

La avioneta en la cual viaja Y junto a un grupo de soldados con  una misión poco clara, según la comandante del vuelo, aterriza en la pista de la pequeña ciudad de Sapir de tan solo tres mil habitantes -ubicada en el valle de Aravá, al sur de Israel, en la frontera con Jordonia- que hasta no hace mucho tiempo se dedicaban al cultivo y la exportación (exitosa) de pimientos pero el cambio climático terminó con todo esto y ahora muchos de nosotros vendemos paneles solares le cuenta el encargado de trasladar a Y a la biblioteca donde se proyectará su film. Antes de esto Y fue recibido por Yahalom, demasiado joven quizá para ser la encargada del centro cultural y Subdirectora de bibliotecas del Ministerio de Cultura -ahora las bibliotecas se han convertido en centros culturales luego de todo ese asunto de la censura, ya sabes, comenta- que muy amablemente recibe a uno de sus directores favoritos y luego de conversar, un poco, sobre cine, le comunica que debe firmar un formulario sobre los temas que se tratarán en la charla posterior a la proyección y ¿qué dice el formulario? ya sabes: diversidad étnica, religión, judaísmo y diáspora, festividades judías, historia nacional, familia, el Holocausto…¿y todos lo firman? sí, no conozco a nadie que no lo haya firmado, ¿pero estás de acuerdo con esto? no estoy de acuerdo aunque es la única manera de que puedas cobrar por tu trabajo, no voy a dormir ¿dónde puedo ir? hay un lugar fantástico no muy lejos de aquí, una grieta del valle inundada durante una estación de lluvia infrecuente donde incluso se ahogaron animales, una piscina natural en el medio del desierto ¡un milagro!, ¿lo entiendes?, ¡un milagro!. Bailando al ritmo de Be my baby (escrita por Leny Kravitz e interpretado por Vanesa Paradis,) en una de las mejores secuencias del film, un oasis mental en el medio de la nada desértica, recibe la llamada de un amigo que atraviesa el duro trance de separarse, ya sabes, siempre quedan los recuerdos y ¿dónde estás? en Aravá para presentar mi film en un centro cultural, pagan mejor que en la cinemateca pero tengo que llenar un bendito formulario que incluye, bla, bla, bla y este país es una mierda ya perdimos y ella está de acuerdo con nosotros y ¿porqué no la grabas? y ¿lo podrás publicar, no tienes miedo?, sí lo tengo de todos modos la prensa no es el mejor trabajo, ¿la filmo?, con el audio será suficiente. Al llegar a la piscina natural Y filma para su madre con el celular relatándole la anécdota del ¡milagro!, un buen lugar para morir, le dice. Se quita la campera de cuero y se sumerge en el agua. Luego camina por el desierto empedrado, se cruza con una mujer que lleva a un niño sobre una bicicleta, un niño que se da la vuelta para mirarlo -supongo- mientras comienza a sonar una canción entonada por el primerísimo plano de una mujer dentro del salón de una bar o un comedor o algo así, Y los observa un momento preguntando ¿cuando tocan? pasado mañana, ya no estaré aquí, ¿cómo se llaman?, hacemos cover es la respuesta del joven que acompaña con su guitarra a la cantante, gran nombre les contesta sosteniendo la mirada unos segundos antes de inclinar un tanto la cabeza hacia el suelo. Desde una puerta semiabierta a centímetros de la cabeza inclinada de Y se distingue a la mujer con el niño sobre un asiento de plástico en la parte posterior de la bicicleta continuar con su rumbo, sea cual fuere este. Este plano desenfocado con profundidad de campo, el gesto de Y, esta escena en realidad, tal vez nos conduzca hacia el ensueño de una niñez o nos deposite en la fantasía de un adulto, la añoranza de algo que jamás sucedió, tal vez. En todo caso, filmar lo indecible, filmar la tristeza.

Ya en la presentación de su film, luego de rondar con gesto adusto por entre las mesas de una suerte de kermés al aire libre -comidas dulces y saladas, niños jugando con una pelota, y ese tipo de cosas- Y  menciona a su madre, ella es guionista, escribe conmigo y ella dice “al final, la geografía gana”, pienso que el Aravá es esto pero ella lo dice sobre Israel y no necesariamente en el buen sentido, aclara. Algunos tímidos aplausos y las fotos de rigor, Y junto a Yahalom salen fuera de la sala ya oscura, porque me gustan mis films pero no los puedo ver, te acompaño fuera, ya lo he visto dos veces. A la luz de sol a panorámica de dos pequeñas figuras caminando en el inconmensurable desierto se convierte en un registro cerrado sobre los perfiles de ambos y él comienza a narrarle parte de la historia de su servicio militar, en la frontera entre Siria y el Líbano cuando invadieron este país en 1996 como respuesta a los bombardeos libaneses dirigidos hacia al oeste de Israel -una operación llamada Grapes of Wrath nunca filmada por John Ford- comenzando con un “intentaré ser breve” mientras le cuenta el infortunio de no haber sido calificado para el combate y terminar en una unidad de inteligencia con catorce hombres más, ninguna mujer, “seré breve”, cada dos semanas bailábamos por la mañana en un cuarto que tenía una foto del Mar Muerto -un flashback nos deposita en ese cuarto con unos jóvenes soldados bailando frenéticamente al ritmo de un tema punk que no pude identificar y luego se le suman unas jóvenes mujeres soldados en una suerte de coreografía militar sexista- y nos decían que 20.000 fusiles sirios nos apuntaban o al menos eso no hacían creer, “seré breve” mientras se agita cada vez más y sube la voz y acorrala a Yahalom cuerpo a cuerpo por unos instantes y un par flashbacks más de ese lugar siempre oscuro donde nos chocábamos contra las paredes y luego ordenarle que traiga el formulario para filmarlo recomendándole a los gritos, pues la silueta ataviada con un vestido color beige claro con grandes flores y zapatos blancos con tacos ya se dirige al centro cultural, que controle el volumen y cierre despacio la puerta de la sala y volviendo la espalda hacia cualquier punto indeterminado le envía otro video a su madre, es casi el atardecer aquí, en Aravá, hoy viajamos a través de un campo de pimientos podridos en el desierto, una metáfora de este país, podríamos usarla como una historia, piénsalo, toma media pastilla para dormir, eres mi tesoro. Un papel en la mano izquierda lleva Yahalom al encuentro de Y, “ella ignora el inicio de la grabación”, “ten la lapicera”, “espera” hablándole al oído, e inician nuevamente los flashbacks, debíamos tomar las pastillas de cianuro, el Juicio Final, estábamos cercados, “que cruel ese sargento”, me di cuenta de inmediato que mentía, el ritmo de sus palabras no era el correcto, no soportaba la lentitud de la verdad, lee lo que dice el papel, ¿quién aprueba esto, tu?, no, el ministro y el jefe de gabinete, ¿qué pasa si digo que Israel quiere reducir el alma árabe a la impotencia…? serías rechazado y estarías en una lista negra, ¿qué pasa si hablo de la ignorancia de los israelíes, que atormentan a cualquiera diferente a ellos, y obsesionados con sus posesiones…? serías rechazado, ¿…qué pasa si hablo de un Estado judío, nacionalista, y racista?, cierran los ojos de la gente para que esta crea que hay un solo pueblo, hay millones, solo lee los libros de tu biblioteca ¿Jules Verne? ¿Dickens? ¿Dostoyevski? ¿Kafka? ¿Edgar Allan Poe? ¿George Sand? Le ocultan todo eso a la gente, sigue recto, sigue recto…cada generación que surge aquí es peor que la anterior, vomito a Israel fuera de mi boca, en la cara de tu ministro; vomito con el rostro desencajado, casi chocando la cámara. Hincado de rodillas apoyando su rostro en el pecho de Yahalom pregunta que le sucederá, la respuesta obvia es serás rechazado, incluso acusado de traidor, acabado, destruido, aplastado, ¿quién lo hará?, nosotros, la división de bibliotecas, por órdenes del ministro, “mancha al país y te morirás de hambre” dijo, ¿qué opinas tu?, es patético, un ministro de Arte que odia las artes, en un gobierno que odia la belleza humana. Suficiente con esto aunque haya algunas palabras más, la confesión que deseaba Y está lista para mandársela a su amigo. Un video más a su madre sobre el último minuto del atardecer y un no sé si hice lo correcto. La proyección ha finalizado, una pregunta sobre si el bebé del film es él y una respuesta sobre el odio hacia la familia y el anuncio de que no podrán ver La rodilla de Ahed cuando la filme porque tuve que llenar un formulario humillante para que ustedes puedan ver este film, ¿no me creen? escuchen esto. Apenas iniciado el audio de la grabación se lanzan sobre Y, lo golpean, Yahalom corre hacia afuera parándose al borde de un acantilado, Y amenaza con viralizar el audio, Yahalom amenaza con tirarse, un grupo de los asistentes a la proyección amenazan a Y, todos gritan, pero en el centro de la pantalla, Sarkis, la hermana menor de Yahalom, camina lentamente hacia Y -a pesar de las advertencias de su padre para que se aleje, a pesar de la advertencias de su hermana, de su madre, de alguien más- repitiendo como una letanía, tu eres bueno,  tu eres bueno, acariciando la mejilla izquierda de Y con su mano derecha, tu eres bueno, el llanto desconsolado de Y, un minuto, tal vez más, de este primer plano de Y llorando. Ya es otro día, luego de subir a la avioneta Y manda un último video a su madre, al absoluto fuera de campo (visual) de la presencia más tangible de esta ficción, “despídete de la tierra de Israel a través de las nubes”; la poiesis de una lacerante aflicción.

Pero también los excesos de un profundo malestar, esos horrendos flashbacks adrede sobreactuados, esa larga secuencia de amenazas y llantos y gritos ¿adrede? teatralizada. No era necesario subrayar, no lo era. Tal vez por eso Lapid no logra un equilibrio dentro de una vorágine de dolor y tristeza -como si lo logró en La maestra de jardín, una vorágine en otro sentido, una vorágine de desesperación- precisamente por acentuar, por medio de un registro casi teatral, aquello que a través de los variadísimos recursos de otro arte sobradamente siempre estuvo en La rodilla de Ahed,  ese film que Lapid no puede o no quiere filmar aún. Este, que lleva el mismo nombre, es algo mucho más perturbador que una furiosa invectiva desde y hacia ese oclusivo solo somos nosotros. Es una despedida desgarradora. Y está bien que así sea.

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