Desconectada

Por Mariano Bizzio

Missing 
EE.UU., 2023, 111′
Dirigida por Nicholas D. Johnson & Will Merrick
Con Storm Reid, Nia Long, Amy Landecker, Ken Leung, Thomas Barbusca, Lisa Yamada, Joaquim de Almeida, Tim Griffin, Megan Suri, Tracy Vilar, Karina Noelle Castillo, Rick Chambers, Michael Segovia, Jameel Shivji, Daniel Henney, Ava Zaria Lee, Kimberly Cheng, Sharar Ali-Speakes, Lauren B. Mosley

El dispositivo del miedo

Hay una parte del cine contemporáneo (quizás el terror sea el género que mayor rédito supo sacarle a todo esto, tal y como lo contamos acá) que comenzó a hacer del uso de los dispositivos tecnológicos un arma narrativa, un dispositivo de captura de imágenes capaz de llevar adelante una narrativa consistente casi sin necesidad de apelar a recursos externos. El formato conocido como “desktop movie” o película de escritorio (horrible término, pero sigamos) explica esto mismo ya sea cuando aplica el desarrollo narrativo a rajatabla del procedimiento (como en el excelente documental Film particular) o cuando lo simula (como en Buscando, no casualmente del responsable de la idea original de Desconectada). No obstante, la existencia cinematográfica de estas películas es paradójica. Decimos esto porque estas películas experimentan una contradicción curiosa que las vuelve únicas al afirmarse y negarse a la vez. Su curiosidad paradójica radica en que se trata de películas que eventualmente pueden verse en cine pero que, en alguna medida, todo el tiempo nos convocan a que las veamos en la computadora, valiéndose de un lenguaje a la vez que buscando apropiárselo para torsionar hacia un territorio nuevo. De ahí que su estreno en salas (y no en plataformas) tenga también algo de paradoja. Valga una aclaración pertinente: nada de esto implica una defensa del cine visto en otros formatos de exhibición que no sea el formato en pantalla grande. No obstante, que se multipliquen estas películas indica un llamado de atención a la relación entre registro y exhibición sobre el cual todavía no se ha escrito demasiado.

A la luz de la paradoja de los recursos del cine de escritorio es que nos encontramos frente a Desconectada, que juega sus cartas con la simulación del registro desktop y que, cuando se atiene al mismo, funciona con bastante precisión, básicamente porque nunca nos permite despegarnos del proceso de obtención de información que la protagonista va generando ante nuestros ojos. Al mismo tiempo esta característica le otorga una curiosidad adicional a lo que vemos: al mismo tiempo que la película nos impele a seguir los pasos de la mirada que va armando la narrativa somos nosotros los que también vamos armando el “caso” con los elementos dispuestos en escena (aquí plasmados en un sistema de múltiples pantallas abiertas en la pantalla de una computadora). En este punto, sin ser estrictamente una película de terror (en todo caso está más cerca de ser un thriller policial) la película se comporta mucho más cerca de ese género (en particular por el modo de construir la expectativa sobre planos con espacio latente, vacío) que del policial mismo. Al mismo tiempo el modo en el que Desconectada construye el guión es suficientemente hábil como para llevarnos de las narices hacia una diversidad de posibilidades con las que se juega con nuestras expectativas (la duda puesta sobre la pareja de la madre de la protagonista, luego sobre la madre de la protagonista, luego sobre el padre de ella). Entonces…¿funciona todo bien en la película?

Desconectada, a su manera, cayendo por el peso de sus propias limitaciones, nos revela un problema frente a nuestros ojos. Ese problema aparece cuando todo lo que era un sistema abierto y probabilístico se convierte en una sucesión de certezas. A partir de ese momento, en el que todas las piezas comienzan a encajar, Desconectada pierde su interés porque se convierte, acaso inconscientemente, en la parodia de las series true crime de las que se burlan la protagonista y su mejor amiga.: un policial de baja intensidad plagado de todos y cada uno de los lugares comunes disponibles en este clase de películas. Es de lamentar que la película tome esa decisión, precisamente, porque donde mejor transita el clima que la historia precisaba es cuando giramos en torno a la ambivalencia que nos hace dudar de todo y de todos. Cuando abandona la duda y se abraza a la certezas es cuando Desconectada pierde su encanto. 

Me queda para el final una idea inquietante, que se escabulle entre las imágenes. Esa idea se deriva de la capacidad de búsqueda y encuentro que las diferentes tecnologías ofrecen al día de hoy. Lo que por un lado hace avanzar la trama en la búsqueda-a su vez que naturalizamos su presencia-, por otro nos obliga a preguntarnos si es, acaso, normal que naturalicemos el acceso a tantos niveles posibles de intimidad (a los que la protagonista accede casi milagrosamente, pero también de manera intuitiva, por lo que sus inducciones no desentonan), como si el mundo de la privacidad se hubiera desvanecido ante nuestros ojos. Pero resulta, si lo pensamos, una reflexión inocente en un mundo en donde, aplicaciones y redes sociales de por medio, hemos entregado nuestra privacidad a una caja de cristal capaz de indagar todos y cada uno de nuestros movimientos. En esa certeza sobre la imposibilidad de la privacidad es en donde Desconectada encuentra lo más interesante que tiene para contar. El dispositivo que salva es, a su manera, también el que encierra y el que hunde

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