Dossier Estudio Ghibli (IX): La princesa Mononoke

Por Ariel Esteban Ramos

La princesa Mononoke (Mononoke-hime)
Japón, 1997, 133′
Dirigida por Hayao Miyazaki

Maldita y sensual

Por Ariel Esteban Ramos

Para quienes nos hemos nutrido con cepas de Animé tan variopintas como Astroboy , Mazinger Z, Robotech o Akira, el cine de Hayao Miyazaki supone una mezcla de elementos familiares con un universo casi enteramente novedoso. Nuestra prehistoria animada nos acostumbró a las innumerables elaboraciones terapéuticas o meramente catárticas del trauma de la bomba, pero sobre todo a las mil versiones de una hubris tecnocientífica extremada, con resoluciones morales diversas. Sin reducir a meros principios abstractos la proteica variedad de la fantasía nipona, las alternativas que el sol naciente ponía sobre la mesa a la hora de plantearse el problema de la civilización en general y del progreso técnico en particular podían conversar sin mayor problema con el repertorio de metáforas de la experiencia occidental. No extraña que haya tenido su éxito en Japón el impulso filosófico de Heidegger, especialmente el de su reflexión sobre la técnica.

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Creo que la gran novedad para quienes enfrentamos el evento Ghibli con alguna demora o de la mano de nuestros hijos, se basó en dos motivos: una mayor entrada en escena de la mitología folklórica japonesa y, en apretada relación con ella, la problematización de la Naturaleza en su doble vertiente: un equilibrio que debe ser respetado (pensamiento ecológico) y una fuerza que impone respeto. Idea que suena un tanto oximorónica a oídos y esquemas occidentales: lo divino natural como potencia vulnerable.

Con cierto temor a equivocarme, ya que la otredad oriental es proverbialmente antipódica, diría que La princesa Mononoke es una de las más puramente niponas de todas las producciones de Ghibli. Contraste notorio, por citar sólo un par de producciones, con Porco Rosso (una belle epoque adriática) o Ponyo (con sus Rheintöchter y hasta su Nemo wagneriano), donde no faltan referencias europeas siempre integradas de maneras muy armónicas con escenarios locales. Nada más lejos en este sentido de un producto internacional, for export. Me pregunto a veces, y es algo que progresivamente se vuelve más difícil de responder, si los japoneses, tan fuertemente locales como globales, experimentan alguna distancia cultural respecto de los aspectos menos vernáculos de Ghibli.

Princesa Mononoke

Este filme respeta el paradigma que delineaba el camaleón Rango en su proemio antológico, según el cual una buena historia comienza literalmente con un evento inesperado que lanza al héroe hacia el corazón del conflicto. Un Dios-Jabalí poseído por una fuerza infecciosa ataca todo lo que se le pone delante, contagiando al héroe de un misterioso mal proveniente de una munición de hierro producida en una terra incognita. Ambicioso. El mundo no volverá a ser el mismo después de esta infección, esta herida que le otorga al héroe una fuerza sobrehumana que se alimenta de su propio odio. Mácula que produce la caída de la gracia y el inicio del tiempo lineal: en su salida de su casi edénica comunidad, el príncipe Ashitaka (de una etnia protojaponesa aislada) conocerá a los habitantes de Villa Fierro, una ciudadela independiente dirigida por una mujer de gran carácter que alberga a los descastados de la tierra. Producen el hierro en su fundición, creando las municiones que volvieron loco al Dios-jabalí. Hierro maldito que reconoce paralelos en otras tradiciones como la finlandesa (Runa IX del Kalevala). Los animales y los bravos espíritus naturales les dan batalla permanente a los ferrovillanos para expulsar al cáncer humano de sus dominios. Un último frente completa este triángulo conflictivo: las fuerzas del emperador, más o menos alineadas (sus agendas difieren en los detalles) con el señor local, Lord Asano.

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Mononoke es una muchacha adoptada desde niña por los dioses-lobo. Su nombre significa literalmente “espíritu”, y constituye una subcategoría dentro de la familia de los demonios o espíritus Yokai. Su madre loba eligió no devorarla cuando sus padres huyeron. Como Ashitaka, simboliza cierta cercanía o armonía de lo humano con lo natural, aunque ya del lado animal por adopción y elección. A pesar de las tensiones que enfrentan a los miembros de esta joven pareja protagonista, se reconoce en el trasfondo una tensión mayor entre ellos por un lado y “la ciudad” o “la civilización” por otro. El drama central será el enfrentamiento de este progreso humano que a ambos les resulta ajeno en distinto grado, con el orden natural que al reconocerlos como humanos también los declara extraños. Clásico doble extrañamiento en la frontera entre dos mundos: Ashitaka y San (el nombre real de Mononoke) son un paradojal mecanismo de embrague entre dos grandes motores, dos grandes poderes de vida y de muerte. Nada pueden hacer para evitar su colisión.

5 Datos Que No Conocias Acerca De La Princesa Mononoke

Tal vez lo más interesante sea que el filme se retira del lugar fácil de la moraleja maniquea, de una conclusión rápida y condenatoria sobre la negatividad del proceso civilizatorio. El encuentro entre naturaleza y civilización es asumido como problemático, insoluble y hasta quizá… necesario. En este último sentido, la cultura alemana sigue dando vueltas. El engaño del jefe jabalí Okoto podría haber sido musicalizado por Schubert con la misma justicia que la historia de “La trucha”, donde los humanos son siempre los que “enturbian el agua”: literal y profético. Pero el progreso siempre tiene algún puntito yang de mística, porque los poderes humanos reconocen el poder de su contraparte natural y desean su fuego divino en forma de amuleto. La cabeza al Shishigami, el espíritu del bosque que regala la vida y la muerte (redime a Ashitaka de su dolencia fatal), garantizaría la inmortalidad. Esto es, por supuesto, la manzana que la humanidad (representada en toda su complejidad por el monje pícaro Jiko-bo) no debía probar, y al hacerlo provoca el desastre, el mensaje clarísimo sobre todo lo que no debía hacerse. Tarde: una marea de lodo negro que amenaza con cubrirlo todo, variación líquida y natural del poder ilimitado de la bomba. Afortunadamente, la cabeza se recupera, y alguna redención se alcanza. San y Ashitaka permanecen separados, aunque cerca. Relación difícil, inestable pero necesaria, con interrogantes de cara al futuro, como el día después de Fukujima. Experiencia, conciencia, soluciones que sólo pueden ser de compromiso y muchas preguntas. Un poco mucho. Demasiada expectativa para cualquier filme… si Mononoke no lo lograra tan divertida, atractiva y acabadamente.

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