El verano de Kikujiro

Por Fernando Luis Pujato

El verano de Kikujiro (Kikujiro no natsu) 
Japón, 1999, 121′
Dirigida por Takeshi Kitano
RepartoTakeshi Kitano,  Yusuke Sekiguchi,  Kayoko Kishimoto,  Kazuko Yoshiyuiki, Great Gidayu,  Yuuko Daike,  Beat Kiyoshi,  Akaji Maro,  Daigaku Sekine, Makoto Inamiya,  Rakkyo Ide

Una presencia (Jugar, Jugar)

Por Fernando Luis Pujato

En la escena que principia El verano de Kikujiro vemos a un niño corriendo a través de un puente. El niño sonríe y, a medida que atraviesa ese puente, vemos también su mochila en la que sobresalen unas extrañas alas celestes. En la segunda escena, el mismo niño, cargando con una mochila de color negro, igual a la de sus compañeros de colegio, igual a todas, se dirige a su casa mientras conversa acerca de las vacaciones. Termina el año escolar y todos los amigos de Masao parten con sus padres a veranear. El vive solo con su abuela que no puede acompañarlo porque trabaja, pero el azar de la entrega de un paquete, en el que Masao descubre una foto de su madre cuando era apenas un recién nacido buscando una estampilla para que el paquete sea entregado, es el disparador de la intencionalidad de su viaje, nada menos que partir en busca de su madre, Pero, ¿quién puede acompañarlo?, otro encuentro azaroso, con una pareja un tanto excéntrica conocidos por  su abuela, va a terminar por delinear el viaje de Masao, el esposo de la mujer -el “señor” de aquí en más- acompañará al niño en busca de su madre. Esta es más o menos, hay otros detalles que están allí pero no son éstos los que importan en realidad, la anécdota que utiliza Takeshi Kitano para elaborar una suerte de road movie provinciana. No un viaje iniciático, o la recuperación de algo perdido, o la toma de conciencia de todo aquello que no se tiene más, sino la búsqueda de una foto, de un fantasma petrificado en un álbum, para instalar una presencia que otros tienen, para recuperar el recuerdo que otros ya tienen. Esta doble búsqueda de Masao-Kitano, y de la cual éste toma plena conciencia en una secuencia que instaura un quiebre en el film liberándolo narrativamente y dando inicio a otro tipo de registro, también funciona como una anécdota, o una excusa retrospectiva, en todo caso. Porque lo que verdaderamente importa en El verano de Kikujiro es la instalación de un (también) doble registro lúdico. El primero, el más visible, aquél que está en el centro mismo del film, es la representación del juego como algo comunitario, donde las identidades nominales y societarias se pierden en aras de una nueva, distinta,  identidad colectiva. Un espacio en el que las distinciones se delinean a partir de los juegos y no al revés, una dimensión en la cual no hay adultos jugando con niños, o actuando de niños sino, tan sólo, personas jugando imaginativamente. La suspensión momentánea, fugaz y desordenada -aunque tal vez transitiva- del ordenamiento fijado estructuralmente de nuestra existencia cotidiana; aunque tal vez no del todo transitiva. El segundo registro es, por supuesto, el film en sí mismo. Vertebrado a través de un álbum en el que Masao lleva la foto de su madre, al cual se van incorporando la de aquellos que van a significar otro verano para él, la puesta en escena de Kitano relaciona los planos entre sí fluidamente, despojándola de la pesadez expositiva que supondría explicar aquello sostenido ya por la imagen y, como el personaje que encarna en el film, una suerte de yakuza retirado venido a menos, beat Takeshi juega con las imágenes instaurando una dimensión onírica y fantasmagórica, el correlato de la fantasía real de un niño de ocho años recordando el sonreír en el relato de la realidad fantástica de un adulto aprendiendo a sonreír.

En el final del film, Masao le pregunta a su compañero, a su amigo, a su compinche del verano: ¿señor, cómo es su nombre?. Acaso no importen demasiado los nombres, no es necesario conocerlos para poder jugar. Quizá sea más importante despedirse sin nostalgia y correr feliz con la mochila de un verano diferente. El  plano final de ese verano es un puente. Y  ya se sabe, éstos, al igual que los juegos, siempre comunican.

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