Emma

Por Carla Leonardi

Emma
Reino Unido, 2020, 124′
Dirigida por Autumn de Wilde
Con Anya Taylor-Joy,  Johnny Flynn,  Bill Nighy,  Miranda Hart,  Mia Goth,  Josh O’Connor, Callum Turner,  Rupert Graves,  Gemma Whelan,  Amber Anderson,  Tanya Reynolds, Chloe Pirrie.

La hoguera de las vanidades

Por Carla Leonardi

En el comienzo se presenta a la protagonista como “una joven bonita, inteligente y rica, que con sus casi 21 años aún no ha vivido una situación que la angustiara o la hiciera sufrir”. He aquí, en esta descripción de inicio, una de las claves para entender la posición de Emma y el vuelco hacia una maduración que será interesante seguir por qué vía se produce.

La nueva adaptación de la novela homónima de Jane Austen -y opera prima de la realizadora estadounidense Autumm de Wilde- se mantiene fiel al libro en cuanto respeta su trama, su anclaje temporal en la época victoriana y ese espíritu de comedia romántica de enredo y de iniciación, donde los protagonistas deben madurar ciertos aspectos de su personalidad para alcanzar la consumación amorosa. Pero este clasicismo a nivel narrativo y formal, donde se luce la armónica y bella fotografía (que evoca escenas pictóricas de la época), se equilibra al evitar la solemnidad mediante el recurso a un diseño de arte que mixtura el barroco, el kitsch y elementos pop, y al emplear un humor satírico y mordaz, que apunta a poner en cuestión las banales costumbres de la clase acomodada.

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En el inicio del film la joven Emma se despide de Mrs Taylor, la institutriz que ofició como amiga y suerte de madre en su afecto, y a quien emparejó con el Señor Weston, un hombre mayor, viudo y rico. La premisa de la joven de pobres recursos económicos -que se enamora del hombre acomodado necesitado de una esposa- es típica en las novelas de Jane Austen como Sensatez y sentimientos u Orgullo y prejuicio. En esta línea, Emma Woodhause es una heroína austeniana que rompe con el estereotipo. De buena condición económica, la escasez no es motivo que la empuje a tener que fijarse en un hombre y declara que no se casará nunca. Por otra parte, siendo huérfana de madre cuando era niña, Emma se consagra al cuidado de su anciano e hipocondríaco padre, partenaire edípico idealizado y conveniente que le permite evitar exponerse a lo incierto del amor.

Es en esta vida colmada la joven encuentra diversión oficiando de casamentera respecto de quienes la rodean, que al final de cuentas se reducen a marionetas fácilmente influenciables, actores de las intrigas pergueñadas por la sagaz titiritera, siempre victoriosa en consumar las alianzas buscadas. Así, la nueva distracción (víctima) de Emma pasar a ser Harriet, una joven humilde que concurre a una escuela cercana, a quien toma como su protegida y de quien se hará intima amiga. El misterio de origen desconocido de Harriet lleva a la resoluta protagonista a sostener a rajatabla sus sospechas de que tiene un origen social decente. Y a partir de este presupuesto, descarga su sutil influencia sobre la sumisa y dócil conejilla de Indias, para que rechace la noble propuesta del granjero Martin (de quien está enamorada). Como contraparte teje sus ardides para que ésta se fije en Elton, el pastor de la iglesia, claramente un partido más conveniente, por cuánto merece aspirar a más en sus pretensiones románticas.

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Lo que rige el emparejamiento que realiza Emma es la condición económica de los partenaires, buscando equilibrar las diferencias sociales y actuando así como un alter-ego de la propia escritora que se hace cargo de las convenciones sociales de la época en la cual la mujer está destinada a convertirse en esposa y madre de los hijos de un hombre que se constituye como proveedor (un rasgo de reflexividad y conciencia de una asombrosa modernidad, al menos en términos literarios, por cierto). Pero esta celestina, desconoce y no entiende nada del amor ni del deseo como impulsos indestructibles, que escapan al control voluntario y a la conveniencia económica. Esta fuerza indomeñable es la que desbarata sus meticulosos enredos románticos y los volverá en su contra.

El único que se anima a contradecir a Emma en sus argucias es su vecino Knightley, un joven caballero, tímido y solitario. Este galán, no obstante, aprecia la belleza de su vecina, no queda cegado por ella. Por ello es el único que puede reprocharle su capricho y arrogancia. Emma, en un primer momento, hace de él un par con el cual discutir y competir por la razón en cuanto a los juicios y telarañas casamenteras que elabora. Es por eso que el primer golpe al narcisismo de Emma se da cuando descubre que sus presunciones respecto de Elton se hallaban equivocadas. El vicario lejos de ser un hombre sincero y desinteresado se acercaba a Harriet, como manera de conquistar a Emma y lograr así un ascenso económico. 

Además de Elton, otro hombre coqueteará con la pícara joven. Se trata de Frank Churchill, un joven en quien ve un igual, por haber perdido tempranamente a su madre y por cuidar actualmente de su anciana y enferma tía, tal y como ella cuida de su propio padre. Emma espera conocerlo en diversas ocasiones, pero el misterioso joven, nunca se presenta, lo cual alimenta sus caprichosas expectativas por conocerlo. Para cuando aparece en Highbury, Churchill demuestra encarnar el tipo narcisista psicopático. Se trata de un joven de apariencia atractiva, gentil y seductor, que encandila a las jovencitas, pero que esconde inclinaciones oscuras.

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Nuestra heroína es una joven vanidosa y arrogante. Se sabe linda e inteligente, sin necesidad de una confirmación que venga por halago o reconocimiento de un otro. Y es en esta convicción independiente -que es autocomplacencia- que logra un máximo influjo magnético sobre los hombres. Ellos se rinden a sus pies, mientras ella fríamente los rechaza. Se trata de una posición que se alinea al narcisismo del deseo, típicamente femenino, que apunta y se complace en ser deseada. Y que en definitiva permanece intocada en cuanto a su propio deseo. 

Otro detalle interesante es que la película avanza narrativamente en torno de las estaciones del año, coincidiendo el despertar del deseo en Emma con la primavera y su realización con el verano. Pero ¿por qué mecanismo se produce este despuntar de lo sexual en esta joven que se basta a sí misma?

La transmutación se da en la cena en la mansión del comerciante y en la escena del baile. En la situación de la cena, se corre el chisme de que Jane Fairfax, rival de Emma, ha recibido como cortejo un pianoforte de regalo de parte de un admirador anónimo. En el baile, Knightley, a pesar de ser poco dado y dotado para el baile, tiene el gesto amable de rescatar a Harriet de la humillación de ser rechazada por Elton, al invitarla a bailar. Este detalle cortés suscita la atracción de Harriet por Knightley y al mismo tiempo, le permite a Emma ver a su amigo por primera vez como un hombre, en el punto en que es capaz de deponer su narcisismo y arriesgarse por una mujer a hacer el ridículo en una pista de baile. La identificación a la situación de deseo de ser deseada de la otra mujer, muestra en ambas escenas un primer movimiento de histerización en Emma. 

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El segundo paso se da entonces cuando Emma se enfrenta a la posibilidad de perder el amor de Knightley, cuando éste se enoje por la humillación pública que realice a la señora Bates, esa pobre y grotesca mujer que se vuelve pesada en su afán de reconocimiento y pertenencia en la alta sociedad. Este golpe al narcisismo de Emma, tiene un efecto de pérdida del goce de la autosuficiencia y autocomplacencia que ahora está dispuesta a ceder por amor a Knightley. La engreída y vanidosa adolescente, se convierte entonces en una mujer deseante que consiente a ser deseada y amada por un hombre.

La versión 2020 de Emma sigue manteniendo intacta su capacidad de interpelación (en algún momento Cluless, a mediados de los 90s, intentó aggiornar la novela al presente e interpelar a esa generación con otras herramientas). Emma, con su vida económica resuelta, su inteligencia y esa seguridad en sí misma es una joven perfectamente identificable en estos tiempos de liberación femenina, que innegablemente se amolda al modelo de consumidor adolescente que propone el capitalismo globalizado. Pero, Emma también viene a decirnos que más allá de las transacciones y las conveniencias y los imperativos sociales, siempre resiste la contingencia del encuentro amoroso y que bien vale la pena ceder el narcisismo para recuperar el deseo.

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