En algún lugar de Queens

Por Amilcar Boetto

Somewhere in Queens 
EE.UU., 2022, 106′
Dirigida por Ray Romano
Con Ray Romano, Laurie Metcalf, Jennifer Esposito, Sadie Stanley, J.C. MacKenzie, Sebastian Maniscalco, Karen Lynn Gorney, June Gable, Tony Lo Bianco, Jennifer Simard, Dierdre Friel, Caryn Richman, Jennifer Butler, James Ciccone, Matthew Iacono, Joe Caniano, Christina Catechis, Chelsea Marie Marlowe, Dario Vazquez, Michael D. Aguilar, Jimmy Chang, Bobby Favoretto, Charles Massey, Steve Garfanti, Allison Pottasch, David E. Jenkins Jr., Sonya Giddings.

Otros tiempos

Las reglas del juego. En algún lugar de Queens posee un código televisivo (Ray Romano hizo una extensa carrera en ese medio, mucho más que en el cine), de poses actorales exageradas y dinámicas familiares extemporáneas incluso lindantes con eso que solía definirse con el estilo Hallmark channel. El argumento de la historia consiste en la clásica historia del hijo que no se puede librar de las presiones familiares así como los padres que no pueden dejarlo ir (pero no se trata de un melodrama de Ozu, aunque a primera vista la premisa sea la misma). Dentro de eso hay una familia tradicional que opina de todo y que ejerce distintas formas de poder, es decir, una dinámica familiar que choca con el presente (o al menos con lo que imaginamos que pueden ser las dinámicas familiares en la actualidad). Y dentro de todo este código aparece una alocada joven newyorkina, novia del hijo protagonista, que irrumpe con el suficiente nível de insolencia como para que piensen en ella como alguien fuerte y no como alguien fuera de lugar. Esto se compone en dos escenas consecutivas, una en la cual le  habla a un vendedor en la calle gritándole desde un auto y otra en la que desafía la autoridad del  intocable abuelo. Ella misma se encarga de aclararlo: tu familia va a pensar que estoy  loca

¿A qué juega Romano? EALDQ está plagada de subrayados groseros, sumado a la unidimensionalidad de ese grupo familiar que es tan homogéneo como estereotipado, tan encerrado en la hipérbole del italoamericano (hay un plano en donde se ve a uno de los primos fingir comer con la boca abierta -y digo fingir,  porque el gesto es tan torpe que difícilmente pueda ser confundido con una actuación-) que todo queda en un segundo plano cuando emerge la violencia. Insisto: ¿A qué juega esta película? Se trata de una comedia de costumbres, por lo que la violencia nunca va a ser tan visceral ni tan profunda como la de otros directores famosos que registran a italoamericanos (Ferrara, Coppola, Scorsese). 

¿A qué juega Romano? En EALDQ la emoción no llega sola, sino que siempre está ligada a algún gestito enfatizado por una música siempre televisiva. Evidente en este aspecto es el problema de los actores (párrafo aparte para dos de las peores actuaciones del año: la exageradisima Laurie Metcalf como madre monstruosamente castradora y bicha sin ninguna justificación -una especie de parodia de su personaje en Lady Bird– y el inexistente Jacob Ward cuya cara no cambia en todo el metraje), para los que Romano construye sistemas ad-hoc, como si se tratara de teatro filmado. Escenas que son excusas.

¿A qué juega Romano? Cargando con un tono de moralina telenovelesca (ya ni siquiera melodramática), todo el seno familiar se reconstruye con el arrepentimiento del padre, como si éste hubiera sido el único culpable de un problema que pareciera estar basado en la estructura familiar. Sin embargo, Romano no se anima a ir más allá y simplemente pone a su mejor escena como  una pieza que contrasta con un sistema familiar anticuado, que él planea defender. La dialéctica entre la tradición y la juventud se resuelve en favor de un código de silencio que a la  película le parece correcto, hasta loable. Sin embargo, el silencio en la  pareja, el silencio entre el padre y el hijo, la ausencia de perdón, de arrepentimiento, terminan reinando la película.  

¿A qué juega Romano? Es curioso, entonces, como ese poema del final, que parece decir lo que los personajes no  pueden decir (otro recurso teatral que se asemeja a la utilización de la música, casi como si fuera un soliloquio) se contradice con el final del tercer acto, en el que nadie dice nada de lo que le gustaría decir y sin  embargo parecen felices de continuar su vida. Ahí es donde parece hallarse la postura de Romano, en una urgencia por mantener el status quo, por borrar las culpas, los arrepentimientos y los dolores de la vida en familia, forzando un final feliz misterioso, difícil de entender. 

Otro juego. Pienso en cómo James Gray trabajó esta cuestión en dos de sus mejores películas: la reciente Armaggedon Time y Two Lovers. Gray compone la tradición como una fuerza doble: tanto una carga coercitiva, como una presión de culpa. El dolor que sienten sus  protagonistas suma esas dos fuerzas: además de la castración existe la culpa por no querer pertenecer a ese mundo y eso es lo que no permite que se vayan. El aprendizaje sólo es aprendizaje cuando permite condiciones distintas en las que se puede desarrollar una relación, cuando ambas partes, o al menos una sola, puede entender algo que le cambia la forma de  percibir, por lo tanto la de actuar.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter