JLM, un autor secreto

Por Claudio Huck

John Llewellyn Moxey (1925-2019) o el arte del telefilme

Por Claudio Huck

     El pasado 29 de abril murió John Llewellyn Moxey a los 94 años por una neumonía derivada de un cáncer de pulmón terminal. La noticia apenas circuló por Facebook a raíz de una necrológica escrita por su mujer, Jane Moxey, y de la que se hicieron eco algunos (pocos) cinéfilos amigos. Y hasta hoy, pasados varios días, ningún portal se ha hecho eco de la noticia, ni siquiera ha sido registrada en Wikipedia ni en IMDB, siempre tan atentos a actualizar su base de datos. Esto no es casual: John Llewellyn Moxey es, prácticamente, un desconocido aún entre la cinefilia, a pesar de que casi todos hemos visto alguna de sus obras. La triste ocasión puede ser aprovechada para realizar un resumen sobre su obra, injustamente olvidada.

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    Comenzó su carrera de forma muy prometedora en Gran Bretaña, dirigiendo en 1960 el sorprendente filme de horror City of the dead. Es una historia de brujería de bajo presupuesto, con un blanco y negro soberbio que la vincula estéticamente a La maschera del demonio de Mario Bava (película fundacional del orrorede los 60), con Christopher Lee como protagonista (convertido, a estas alturas, en ícono de la productota Hammer, y en la que se elimina a la protagonista de forma inesperada como en la película-emblema de Alfred Hitchcock, Psycho, estrenada ese mismo año. 

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City of the dead(u Horror Hotel, su título de estreno en Estados Unidos) es, hoy en día, un filme de culto entre los amantes del género de terror. Dirigió apenas cuatro películas más para el cine, centrando el resto de su prolífica carrera en la televisión, sobre todo en EEUU. Dirigió capítulos de innumerables series, como las populares El Santo, Los vengadores, Manis, Misión Imposible, División Miami, Reportera del crimen, Kung Fu, pero el fuerte de su obra hay que buscarlo en los telefilmes que realizó, sobre todo en la década del 70. Ya en los 60 había realizado un par de adaptaciones de éxitos del cine a la pantalla chica (una costumbre de la época) como Dial M for murder, en 1967 y Laura, en 1968, inhallables en la actualidad (aunque no perdemos las esperanzas).

Son muchos los telefilmes que ha dirigido. Ya lo hemos dicho alguna vez, pero no está de más repetirlo: Un telefilme es una película hecha especialmente para televisión, con lo que ello implica (Bloques narrativos de unos diez minutos que deben estar espaciados para incluir los avisos publicitarios, un tiempo total previamente estipulado y fijo, bajo presupuesto y poco tiempo para realización y edición). Fuera de las reglas del medio, un telefilme no es, a priori, algo bueno o malo. Nos parece preciso aclararlo porque seguimos leyendo hasta el cansancio frases peyorativas como “pobre como un telefilme”, “rudimentario como un telefilme” e incluso “malo como un telefilme”, para denostar a alguna película hecha para estreno comercial en cines. Estos conceptos demuestras solamente desconocimiento del medio televisivo por parte de cierta crítica. A continuación reseñaremos los que consideramos los mejores telefilmes de la obra de John Llewellyn Moxey. Algunos de estos escritos son extractos de “Shock TV”, Libro de oro de Cinefania del año 2017 (editado por Darío Lavia) de lectura obligatoria para quienes quieran entender el fenómeno televisivo del siglo XX.

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The house that would not die (La casa que no quería morir, 1970).
Ruth hereda una vieja casona de una prima lejana que apenas conocía y decide mudarse allí, junto a su sobrina veinteañera Sara. A poco de instalarse, comienzan a suceder hechos extraños, que van en aumento después de una sesión espiritista que tiene lugar en la casa. Hace más de 100 años ha sucedido un crimen atroz en el lugar, y hay fantasmas que quieren que los hechos vuelvan a repetirse. El profesor Pat, vecino y pretendiente de Ruth, y su alumno Stan, una especie de entenado, ayudarán a las damas a resolver el misterio. Barbara Stanwyck estelariza la cinta y Richard Egan aporta su suculenta sobreactuación. No hay pretensión de novedad en la puesta de Moxey, sino que intenta, más bien, explotar toda la batería de recursos típicos para crear tensión en relatos de casas poseídas: noches de tormenta, elementos que se mueven solos y puertas que se cierran inexplicablemente, espectros que poseen a las personas, libros abiertos que aportan pistas, vientos furiosos que abren ventanas. Un dato curioso es que los hechos, una vez desencadenados, siguen a los protagonistas a todos lados, escapar de la mansión no les da tranquilidad, por lo que el subgénero de casa endemoniada no enmarca a la película con exactitud (algo parecido a lo que ocurre en la reciente serie The haunting of  Hill House). Es un relato de almas en pena que deben cerrar un ciclo inconcluso para poder descansar en paz, y tienen que valerse de los vivos para hacerlo. 

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A taste of evil (La presencia del diablo, 1971)
Durante una gran fiesta en la mansión de Miriam Jennings, su hija Susan es brutalmente violada en la casita de juegos que tiene en el bosque. El trauma que le crea el hecho hace que la pobre niña quede internada varios años en una clínica psiquiátrica. Ya convertida en una mujer, y curada en apariencia, regresa a la casa materna. Su padre ha fallecido y su madre se ha casado con Harold, un hombre con debilidad por la bebida y con el que últimamente no se lleva nada bien. Como era de esperarse, comienzan los sucesos extraños. Harold se ausenta por un viaje de negocios y Susan comienza a alucinar. Tiene visiones de Harold muerto dentro del auto o ahogado en la bañera. Un cuerpo tumbado en el bosque que intenta atrapar a Susan es lo que faltaba para que dinamitar su cordura. Una escopeta en el lugar indicado y el recuerdo dramático que revive en la casita hacen que el asesinato se vuelva inevitable. Hasta aquí la trama sigue un camino más o menos esperado, pero la mano maestra del guionista Jimmy Sangster, sabe cómo pegar el volantazo en el momento correcto. Giros y retruécanos imprevisibles van a dar con un final inesperado. Un reparto memorable es el principal sostén de la historia: Barbara Parkins, Roddy McDowall, William Windom y Arthur O’Connell están perfectos. Pero es Barbara Stanwyck en su segunda colaboración con John Llewellyn Moxey, la que hace uno de los papeles de su vida. Madre terrible de maldad mitológica, víbora astuta y destructiva deja abolido para siempre el concepto de instinto maternal. Su perversidad intrínseca hace recordar a la pérfida femme fatalque compusiera la propia Barbara en Double indemnity(Pacto de sangre,Billy Wilder, 1944). Un telefilme memorable.

The last child (1971)
En un futuro cercano, debido a la superpoblación, el estado determina que los adultos mayores de 65 años no reciban atención médica y que las parejas no conciban más de un hijo. Infringir esas leyes es considerado un delito grave. Un matrimonio rompe las reglas, y al quedar la mujer embarazada de su segundo hijo (el primero ha muerto poco después de nacer) recurre a la ayuda de un senador (el gran Van Heflin) para que los ayude a escapar a Canadá. Estuvo nominada a mejor telefilme en los Globos de oro, pero hoy es prácticamente inhallable.

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Kolchak, the night stalker (1972)
Primera historia sobre el periodista investigador Carl Kolchak (Darren McGavin), que a lo largo de toda su carrera televisiva se verá envuelto en tramas fantásticas de lo más peculiares. El relato es contado retrospectivamente en off por el propio Kolchak, recurso que lo liga directamente con el cine negro. En la ciudad de Las Vegas aparecen una serie de asesinatos de chicas jóvenes con mordidas en el cuello y sin sangre en sus cuerpos. Como no podía ser de otra forma, y a pesar de que las represoras fuerzas del orden traten de escamotearlo, el reportero descubre que se trata de un vampiro de rostro cadavérico, fuerza sobrehumana y gruñido gutural. El primer plano del vampiro que se vuelve hacia los policías, después de que éstos vaciaran sus cargadores sobre él, es un momento privilegiado de pura imagen (y que pone en evidencia la habilidad narrativa de John Llewellyn Moxey) que no tiene la necesidad de recurrir a diálogos explicativos: el periodista y los agentes finalmente entienden que la fuerza a la que se enfrentan no es de este mundo. La comprensión de los personajes es expuesta al espectador en un simple y directo recurso de plano-contraplano. El final de la película es de lo más logrado. Kolchak intenta rescatar a una joven secuestrada por el vampiro y que es utilizada como fuente de sangre fresca. Debe enfrentar a la bestia en su propio terreno. Cazavampiros improvisado, no es un tipo avezado en la lucha con seres sobrenaturales y muestra toda su fragilidad (el manejo corporal de McGavin es perfecto) y el chupasangre gutural que encarna Barry Awater es el partenaire ideal. Como va a suceder a lo largo de toda la saga, la verdad va a ser silenciada por los directivos de los periódicos en los que trabaja, en complicidad con los poderes políticos y con la policía. La verdad nunca va a ser informada a los lectores, siempre se les dará un simulacro de los hechos, sólo los espectadores de la serie tendrán acceso a ella. Fue tal el éxito del telefilme que se calcula que uno de cada tres norteamericanos vieron la emisión, lo que provocó que la cadena ABC, mentora de la primera entrega que acabamos de reseñar,  hiciera una secuela al año siguiente (cuya dirección estuvo a cargo de Dan Curtis) y una serie de 20 capítulos en 1974. 

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Ghost story: The new house (1972). 
Capítulo piloto de la serie de televisión presentado por Sebastián Cabot (En nuestro país se conoció como La hora macabra). Una joven pareja se muda a su casa nueva, una tremenda mansión opulenta en medio de paraje desierto, de esas que dan miedo con sólo mirarlas y que gustan tanto a los protagonistas de historias de terror. Ella está embarazada y es bastante propensa a la histeria, cualquier ruidito nocturno la sobresalta. La mucama, veterana chismosa, le cuenta historias de cosas tenebrosas que han sucedido por esos parajes. Y un viejo sabelotodo termina de informarle, consultando el antiquísimo libro que es de rigor en estos casos, de la ejecución de una muchacha por robar un poco de pan, dos siglos atrás, en el lugar donde se encuentra el caserón. El ajusticiamiento se presenta una y otra vez a la asustadiza dueña de casa, primero como sonido en una radio, después como imagen en un espejo. Para colmo de males se le ocurre comprar un adorno ideal para sugestionarse por la noche, una estatua de medio metro con mueca sardónica, que rompe en carcajadas en el momento menos oportuno. Se ve que el guionista Richard Matheson trabajó con piloto automático, la historia no es precisamente el paradigma de la originalidad. La escena final, con típica noche de tormenta con reflectores intermitentes que simulan relámpagos, y la aparición física de la mujer asesinada que quiere llevarse al bebé, levanta la puntería y logra un clima sobrecogedor.

Home from the holidays(1972) es un thriller estupendo en el que un anciano moribundo y cascarrabias convoca a su casa a sus tres hijas, a las que no ve desde hace varios años para pedirles que maten a su mujer, ya que sospecha que quiere envenenarlo. Mansión sobrecogedora en un páramo, noches de tormenta y un asesino dando vueltas es una receta que siempre funciona. Moxey logra buenos climas de suspenso y escenas melodramáticas en las que las protagonistas se sacan chispas (sobresale una jovencísima Sally Field).

The strange and deadly occurrence (1974)
La familia Rhodes se muda a una inmensa mansión campestre y a partir de ese momento las noches no son lo apacibles que esperaban. Oyen ruidos extraños por la noche, un maniquí cae solo sobre la hija adolescente Audrey, sienten alguna presencia en la casa. Para colmo aparece el excéntrico Dr. Gillgreen insistiendo una y otra vez con comprarles la casa, y se convierte en el primer sospechoso. Una noche se escuchan gritos terribles desde el jardín y golpes intensos en el techo de la casa que hacen recordar cierto clímax memorable de The haunting de Robert Wise. Al amanecer la familia sale de la casa y encuentra a Gillgreen flotando en la piscina. Toda la puesta apunta a crear un notable ambiente enrarecido, al que se suma una insistente cámara en mano que husmea desde la oscuridad. Finalmente toda promesa de horror se desvanece y la resolución elegida desilusiona bastante. Pelea de rigor, muerte del rufián, y al fin los Rhodes podrán ser felices en su casita de ensueño. Poco esmero del guionista Sandor Stern. El oficio de John llewellyn Moxey y las presencias de Robert Stack y Vera Miles en el reparto salvan a la cinta.

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Nightmare in Badham County(1976)
Dos alumnas de la UCLA que pasean en auto por el sur del país desprecian en público a un sheriff local, manifiestamente racista y con actitudes que lo presentan como un tipo vil. Cuando el auto se les descompone (en realidad es averiado por un mecánico cómplice) deben pasar la noche en la ciudad y son arrestadas con un cargo inventado. El alguacil viola a una de ellas en la celda, y se las arregla para que el juez, que es su primo, las envíe al presidio, acusándolas, paradójicamente, de prostitución. En la “granja” del condado de Badham van a ser sometidas a todo tipo de vejaciones por las autoridades de esta prisión que es de lo más particular, con carceleras que los días de calor parecen amazonas, vistiendo minishort y corpiño. Y no falta, condiciónsine qua nonen el subgénero de “presidio de mujeres”, alguna escena de sometimiento lésbico. Para que el suplicio sea completo tienen a las reclusas incomunicadas y una de ellas es azotada cuando se la descubre intentando hacer un llamado telefónico. Altamente tensionante y muy efectivo es todo el segmento final de la huida. Moxey recurre a una puesta de cámara muy elaborada y de sesgo cinematográfico, que incluye unos hermosos planos generales cenitales en exteriores, y evade con éxito el cerco de la escasa producción.

Killjoy (1981) Thriller tramposo hasta el delirio con giros y más giros inesperados en la trama, que cuenta todo lo que desencadena el supuesto crimen de Joy Morgan, que ha desaparecido. Al comienzo todo apunta a que simplemente se trata de un juego y, quizás, Joy Morgan ni siquiera haya existido. Conjuga la participación de un cirujano y un médico patólogo que se disputan a la joven hija del dueño de la clínica, una madre más posesiva que la señora Bates y un misterioso personaje que merodea todo el tiempo y no se sabe bien qué quiere. En la línea de relatos de investigación con múltiples sospechosos a la manera de las novelas de Agatha Christie sobre Hércules Poirot, todo se resuelve de forma repentina y sorpresiva. El elenco, estupendo, es encabezado por Kim Bassinger mucho antes de conocer la fama con Nine ½ weeks (9 semanas y media, Adrian Lyne, 1986),   John “Family” Rubinstein que aporta ese rostro tan particular que oscila entre la inocencia y la demencia, Robert Culp, que enaltece cualquier producto por mera presencia, y la shakesperiana Nancy Marchand, que ensaya el personaje de madraza terrible, que perfeccionaría dos décadas después en la memorable serie The sopranos (Los Soprano, 1999-2007). El resultado final es un producto liviano, pero muy divertido.  

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No place to hide (Sin escapatoria, 1981)
Amy es estudiante de bellas artes y periódicamente es acosada por un misterioso encapuchado con pasamontañas y anteojos que le susurra ¡Pronto, Amy, pronto!,lo que la mantiene en estado de terror. Nadie cree que esto suceda más que en la cabeza de la joven, y que el delirio persecutorio es fruto de la muerte de su padre, ahogado, cuando Amy era pequeña. Es por eso que su madrastra propone ir a pasar unos días a la casa del lago donde todo comenzó. Pero inesperadamente la mujer debe regresar a la ciudad, Amy se queda sola, y por la noche vuelve a aparecer el acosador. A partir de aquí nada más se puede revelar. Jimmy Sangster vuelve a ejecutar uno de sus guiones inverosímiles pero tensionantes y muy entretenidos, con vueltas y más vueltas que sorprenden y pueden terminar en el lugar más insólito. Inclusive llega a coquetear con el género fantástico y recrea situaciones de A taste of evil(podemos encontrar incluso escenas equivalentes.

Desire, the vampire(1982)
David, un estudiante que trabaja cuidando la morgue de un hospital comienza a recibir en el depósito una serie de cadáveres de hombres con señales de colmillos clavados en su garganta. Todos ellos venían de acostarse con prostitutas. Parece que los crímenes y la prostitución poseen una ligazón.  Mientras tanto se hace amigo de un policía que descree de la hipótesis del vampirismo (y que por momentos parece que tuviera intención de comerse, sexualmente hablando, al propio David) y hace su aparición un misterioso cura que vuelve a presentarse más tarde como lumpen en el barrio bajo. Indagando en libros de ocultismo, David encuentra una explicación de lo más lógica para los hechos que ocurren: una mujer vampiro recorre el barrio de putas por la simple razón de que allí concurren los maridos infieles, y el ser maligno sólo puede atacar personas que no sean virtuosas, y qué mejor lugar que la zona roja para encontrar víctimas. La hipótesis lo lleva a que en el hospital se burlen de él, que la policía lo crea loco y que su novia lo abandone. Pero al final tiene razón y la vampiresa en cuestión intenta convertirlo en compañero de ruta…para toda la eternidad. El protagonista David Naughton venía de protagonizar un exitazo como An american werewolf in London(El hombre lobo americano– John Landis, 1981) y con perfil de galancete y cara de Yo no fuies el hombre adecuado para encarnar al investigador frágil e improvisado,  y Brad Dourif le aporta a la película la locura necesaria y da muestra de gran brío actoral (unos pocos años antes se había lucido en la inmensa y poco reconocida Wise BloodSangre sabia, 1979- de John Huston). Los efectos especiales no se destacan por excesivos, unos dientes postizos de estilo Dracu-Dracu, el maullido de un gato y las dos marcas de incisivos en los cuellos de las víctimas. La película oscila entre el film de pesquisa y el horror, y en general se inclina por el primero, y recuerda de alguna manera la estructura de Kolchak. Moxey recurre, una vez más, al doble final que se revela aterrador, típico en los telefilmes de la época y que contradice al habitual happy enddel cine.

The cradle will fall (1983)
Kathy DeMaio es asistente del fiscal y carga sobre su conciencia un trauma de la infancia que cada tanto la asalta y le provoca desmayos. Uno de esos vahídos le ocurre mientras maneja su auto, y termina hospitalizada. La atiende el Dr. Edgar Highley, quien después se dedica a envenenar a una paciente que pensaba denunciarlo a la justicia, y quiere hacer pasar el asesinato por suicidio. Es descubierto por la propia Kathy cuando mira por la ventana, por casualidad, esa noche de lluvia.  Para colmo es ella la encargada de investigar el “suicidio”. Todo se mezcla en la cabeza de la convaleciente, en una confusión que enmascara lo que ha visto. A partir de este planteo comienza un juego de gato y ratón con algunas logradas escenas de suspenso. El film es un thriller que hace honor al género. La fusión entre música (compuesta por Elliot Lawrence, que ha desarrollado casi toda su carrera en televisión) e imágenes es perfecta, y por momentos hace recordar a grandes momentos de películas de Brian de Palma musicalizadas por Pino Donaggio como Dressed to Hill(Vestida para matar– 1980) o Blow out (El sonido de la muerte– 1981). La escena de la resolución del enigma, a través de un sueño de Kathy, que funciona también como catarsis personal, es un ejemplo claro.  Lauren Hutton sabe cómo protagonizar climas crispados (había protagonizado pocos años antes el magnífico telefilme de John Carpenter Somesone’s watchimg me!-Alguien me vigila, 1978- ).

    La televisión (sobre todo norteamericana) desde fines de los años 60 y hasta mediados de la década del 80 es una cantera de telefilmes que nunca se agota. John Llewellyn Moxey fue uno de los artistas más eficientes abocados al medio y con un oficio envidiable. Y un dato curioso: es nuestro compatriota. Su padre estaba en el negocio del acero y residió algunos años en nuestro país. Hoy recordamos a este vecino del barrio de Hurlingham que tuvo sus comienzos en el cine británico y brilló en la televisión norteamericana. Un tipo tan argento como la birome o el dulce de leche. 

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