La noche del crimen

Por Santiago Gonzalez

La nuit du 12
Francia, 2022, 114′
Dirigida por Dóminik Moll
Con Bastien Bouillon, Bouli Lanners, Théo Cholbi, Johann Dionnet, Thibaut Evrard, Julien Frison, Paul Jeanson, Mouna Soualem, Pauline Serieys, Lula Cotton-Frapier, Charline Paul, Matthieu Rozé, Baptiste Perais, Jules Porier, Nathanaël Beausivoir, Benjamin Blanchy, Pierre Lottin, Camille Rutherford, David Murgia, Anouk Grinberg, Nicolas Jouhet, Marc Bodnar, Marie Bonifassy, Albane Brun, Emma Mattina, Fabien Ardiri, Véronique Orelle, Julie Hustache, Sonia Bouteiller, Valérie Enquin, Nabila Attmane, Martine Lacomblez, Yvan Forestier, Edith Pancher, Alexandre Ionescu

El gris del olvido

Obsesión. De Memorias de un asesino a Zodiaco. De Bong Joon-Ho a David Fincher el policial ha ido mutando de manera ciertamente ordenada a lo largo de los últimos años. En particular volcando más la trama sobre lo personal (de los investigadores) que sobre lo impersonal (la dilucidación de un crimen). Lo que durante buena parte de la historia del género se nos presentaba como un balance entre la vida individual de los personajes y el trabajo de investigación, con las dos mencionadas películas se orientó hacia estudios detallados de los procesos de investigación, de los problemas burocráticos y de lo imposible que puede resultar resolver un caso debido a la cantidad de trabas legales, sociales y culturales que aparecen en el medio.

Fracaso. La mención de esta tradición que bien podríamos llamar un police procedural del fracaso individual viene al caso del estreno de La noche del crimen que, como podemos adivinar, sigue el camino de aquellas dos películas, pero al mismo tiempo se aleja. Valga aclarar que la única gran diferencia que las separa es que acá todo gira en torno a la investigación de un solo caso, el asesinato de una muchacha, si bien el mismo funciona como una sinécdoque, ya que tiene el peso de representar a todos los casos que han quedado sin resolver. Un cartel nos avisa de entrada. Aquí no hay sorpresas como sí ocurría con los títulos mencionados previamente. En todo caso hay una tristeza y una melancolía porque ahora sabemos las reglas del fracaso, a la vuelta de la esquina.

Burocracia. Como es de prever, las tres películas se regodean en el accionar de la policía, en su burocracia  y su manifiesta incapacidad de resolver los crímenes. Son películas en las que los hombres son los que se encargan del caso. Inevitablemente de esto depende su forma de ver el mundo y la sociedad que los rodea: en esa limitación radica su manifiesta incapacidad para resolverlos. No es casualidad que se le preste poca atención a sus vidas familiares. 

El hombre equivocado. En La noche del crimen su protagonista -interpretado por Bastien Boullion- se encuentra con una situación similar a los personajes centrales de Zodíaco: no puede avanzar en el caso, se topa con varios sospechosos, que a primera vista no parecen culpables a la vez que sí lo son. Son parte de una cultura que avala una violencia hacia la mujer de tal manera que no podemos distinguir exactamente quién es el culpable y quién no. Cuando el protagonista  se encuentra con aquel que podría ser el asesino -nosotros como espectadores suponemos que lo es-, tampoco puede hacer nada. Tiene una coartada sólida a la vez que una mujer que lo defiende. Su compañero, al mismo tiempo, utilizará la fuerza bruta sin sentido -ya que nada genera en el acusado- para terminar siendo derivado a otra área debido a este ataque de violencia. 

Los límites de la rutina. Lo único que queda es seguir en detalle el camino que el protagonista prosigue en la investigación. El problema es que los datos son pocos y las cosas a hacer son todavía menos resonantes: informar a los padres, algún interrogatorio, algún enfoque nuevo a la hora de tratar de resolver el caso. Pero lo cierto es que se trata de algo rutinario y aburrido. Y tampoco ese departamento de policía tiene material suficiente como para trabajar. Porque, de nuevo, los límites sociales, culturales lo impiden.

El gris. La noche del crimen, como la sueca Let the right one in (Tomas Alfredson, 2008), utiliza dramáticamente el espacio de espacio de manera desoladora. En ambas películas los planos generales enfatizan la frialdad y la soledad en donde viven los personajes. En ambas, también, las calles están vacías y el peligro acecha en cada esquina o debajo de un puente. Las intenciones de ambas, incluso son similares. Anderson se propone un retrato de un distrito de los suburbios en la Suecia de mitad de los ochenta. Dominik Moll, por su parte, utiliza el espacio para lo mismo pero sin subrayados ni énfasis, como si la desolación le hubiera ganado a la poesía de los expulsados de la película de Alfredsson. Quizás ahí radique la potencia de su película: no hay ganadores ni perdedores ni expulsados. En todo caso, el mayor de los horrores es esa tristeza gris, en donde un policial nos recuerda el espanto matizado e infinito que supone la naturalización de algo que está ahí afuera: el vacío de casos que se olvidan, sencillamente porque muchas veces no se resuelven.

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