Los caballeros – Temporada 1

Por Rodrigo Martín Seijas

The Gentlemen
Reino Unido, 2024, 8 episodios de 55′
Creada por Matthew Read & Guy Ritchie
Con Theo James, Kaya Scodelario, Daniel Ings, Joely Richardson, Vinnie Jones, Giancarlo Esposito, Ray Winstone

Vana, como encendida

Si tomamos en cuenta lo que había sido Los caballeros película, había que alarmarse ya con el mero anuncio de Los caballeros serie. Es que el film había representado una vuelta a las fuentes por parte de Guy Ritchie, pero en el peor sentido: detrás del tono canchero, las idas y vueltas narrativas y los juegos con el montaje no había nada, todo era pura cáscara. Era, de hecho, casi un autoboicot: el realizador exponía los mecanismos de su cine y nos dejaba en claro que todo era artificio vacuo, un sinsentido donde los personajes eran sólo meros instrumentos del guión.

En la serie, Ritchie aparece plenamente involucrado: es el creador, guionista, productor y hasta dirige los dos primeros episodios. Y lo que vemos es una producción que va transitando un desfiladero muy estrecho entre mostrarse como un entretenimiento sólido y efectivo, o volcarse a una superficialidad donde conviven, de forma paradójica, lo canchero con lo pretencioso. La motivación es, indudablemente, clara: expandir el mundo de la película, aunque con otros personajes, otra trama y otros rincones inexplorados. El relato está centrado en Eddie Horniman (Theo James), un joven que, luego de la muerte de su padre, un aristócrata inglés, hereda las propiedades de su familia y pasa a ser el nuevo duque de Halstead, lo que ya de movida genera tensiones con su hermano mayor, Freddy (Daniel Ings). Pero ese es apenas el comienzo: pronto descubre que dentro de su finca funciona una gran plantación de marihuana, que está regenteada por Susie Glass (Kaya Scodelario), quien a su vez está a cargo de los negocios de su padre, un mafioso llamado Bobby Glass (Ray Winstone). A partir de ahí, Eddie deberá lidiar con dos ámbitos que amenazan con colisionar: el de la ilegalidad, que amenaza con llevarse puesta su herencia; y el de su familia, donde la cordura de algunos alterna con la inestabilidad de otros. Sin embargo, el desafío mayor para él será manejar su creciente fascinación con el submundo que acaba de descubrir, pero que lo interpela casi naturalmente, con sus reglas flexibles de supervivencia, en el que gana no tanto el más fuerte, sino el más astuto y despiadado.

En Los caballeros hay una multitud de personajes, casi todos estrafalarios. Incluso los que dan la impresión de ser más coherentes, como la madre de Eddie (Joely Richardson), el cuidador de su propiedad (Vinnie Jones), Susie y el propio Eddie, están siempre adaptándose a la locura que los rodea. Hay un narco estadounidense (Giancarlo Esposito), una violenta mafiosa colombiana, una pandilla con ínfulas mesiánicas, criminales gitanos, gente que se mueve entre el boxeo legal e ilegal, y un larguísimo etcétera. Y muchas, muchas historias, que a su vez conviven o se alimentan de otras historias, en una narración autoconsciente que se explica todo el tiempo, pero que busca confundir y distraer -al espectador, pero también a los protagonistas- en base a flashbacks, flashforwards, voces over y un montaje frenético. Todo en función de un conflicto central que dialoga, no muy sutilmente, con El Padrino: claramente, Eddie es Michael Corleone, el heredero a regañadientes, pero también inevitable; y Freddy es un poco como Fredo y otro poco como Sonny, alguien torpe e impulsivo, con ambiciones, pero sin inteligencia.

Claro que ese diálogo que quiere establecer Ritchie con la saga de Coppola es más gestual que real: no pasa de las referencias obvias y de un tono seudo operístico que está dado esencialmente por la banda sonora. De hecho, esas intenciones solo sirven para dejar en claro las limitaciones de Ritchie como director y hasta como espectador de cine: su pirotecnia visual nunca adquiere, finalmente, espesura dramática. Por eso Los caballeros es una serie entretenida, dinámica, con ocho episodios que se pasan volando, pero que son también completamente efímeros. Y eso es porque, en cierto modo, vuelve a pasar lo mismo que en el film: no se entiende por qué Ritchie se encarga de contar lo que cuenta. Ni siquiera queda claro si tiene un mínimo de cariño o empatía con sus propios personajes, a los que manipula hábilmente, logrando la atención del espectador, pero nunca les otorga verdadera libertad. De ahí que esta serie sea apenas una versión algo mejorada de la película.

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