One child nation

Por Sergio Monsalve

EE.UU., 2019, 85′
Dirigida por Zhang Lynn & Nanfu Wang

Un genocidio silencioso

En días de cuarentena, he vuelto a la lectura de Andreu Domingo, el autor de uno de los libros más reveladores y completos sobre la distopía a lo largo de la historia. Puede decirse que Descenso literario a los infiernos demográficos es una de las obras maestras del escritor, habida cuenta de su vigencia y su reconocimiento en la colección de ensayos de la editorial Anagrama. 

Varios de los capítulos candentes del texto presagiaron el dantesco escenario del confinamiento global, con sus políticas de integrismo, bloqueo de fronteras y gestión de la pandemia. Pero entre los múltiples argumentos que analiza el doctor en sociología, podemos destacar el del control de la población como el punto clave de la historia que padecemos en el mundo del Covid 19. 

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Al respecto, el concepto malthusiano ha cobrado una nueva y preocupante carta de naturaleza, a partir de la sensación de ser testigos de una razzia, de una limpieza étnica diseñada en algún laboratorio de ciencia ficción. Hasta lo que sabemos, el Coronavirus fue patentando antes de su propagación y la comunidad científica afirma que nació en un mercado de animales de Wuhan. 

Lo que vino después valida el mensaje de un entretenimiento aparente como Avengers Endgame, una película que explica tan bien el tiempo actual como la sobrevalorada Contagio, una cinta menor saturada de tropos y estereotipos que encontró su pico de popularidad en el 2020, por razones obvias. 

El proyecto de Thanos consiste en aniquilar a la mitad del planeta, con el fin de preservar la especie y el equilibrio del universo. Terminada su labor, el villano de Marvel cuelga el guante de los anillos y se dedica a disfrutar de la vida silvestre, en una versión extrema de la desobediencia civil de Henry David Thoreau. Hoy todos vivimos en la cabaña de Walden meets el Titán de color violeta, contemplando el no futuro. 

En el mismo algoritmo predictivo debe figurar One Child Nation, un filme que avizoró el impacto tóxico de la propaganda China en el tercer milenio, entre otras prácticas siniestras del partido comunista del gigante asiático. El documental narra en primera persona, como la profética Los rubios de Albertina Carri, el relato familiar de la directora al momento de concebir a su hija, trayendo de vuelta los fantasmas y demonios que la rodearon cuando creció en un país que condenaba judicialmente la procreación libre. 

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Desde el seno de la revolución cultural, el estado decretó el nacimiento de un solo infante por cada matrimonio establecido, de modo de garantizar el supuesto balance institucional y la administración de recursos. Al cabo de los años, la quimera planteada terminó en el escándalo y el bochorno de reconocer su fracaso, al cambiarla de un tajo, de la noche a la mañana, sin pedir disculpas y menos indemnizar a las víctimas del modelo. 

La realizadora y protagonista de las acciones busca narrar un trauma personal, que devino en pesadilla colectiva, pasando de la investigación en el árbol genealógico a la interpelación de una sociedad pasiva y cómplice del genocidio silencioso. 

Nanfu Wang apela a recursos de la no ficción, que modernizan la poética contra el exterminio que propulsaron Claude Lanzman, Rithy Phan y Joshua Oppenheimer. 

El código íntimo nunca es autocomplaciente y conformista en el sentido de exhibir un falso orgullo delante de la cámara. 

Ella, como la creadora de For Sama, se pone en riesgo y al límite de una situación extrema, donde logra hacer catarsis de sus penas, de sus traumas abarcadores de una generación perdida y borrada del mapa, amén del influjo de la trata de blancas, de la burocracia abortiva y de la castración que impuso el biopoder orwelliano. 

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Los medios mintieron a la ciudadanía, usando una neolengua que quería disimular la cacería de brujas con los eufemismos y las banderas que se utilizan ahora para adormecer a las masas en Beijing. 

Aun así, la censura provocó el efecto inverso, estimulando la respuesta de un importante movimiento femenino, que alza la voz para cuestionar el abuso, la violencia de género, la persecución y el menosprecio de la mujer. No en balde, la política del hijo único priorizaba el nacimiento de varones. Las niñas eran recibidas con el estigma de ser un problema de estado. 

Por tanto, One Child Nation representa el ascenso de una de las alternativas disidentes que derivaron de la plaza de Tiananmen. Un grupo de aguerridas chicas que eclipsan al propio Ai Weiwei, por el mérito de sus trabajos de resistencia, hackeo y boicot de un sistema opresor e injusto. 

China reformuló su política, incentivando después el alumbramiento de dos niños por familia, debido a la reducción de los brazos de la clase obrera y de los esclavos del campo. La explotación continúa.

En la coyuntura contemporánea, One Child Nation dialoga con Wuhan a la distancia, encendiendo las alarmas ante el caldo de cultivo de la desinformación. Un virus letal que se cura con el ejercicio de la memoria y la conciencia crítica. 

Si antes los niños eran el pánico moral de la nación roja, los ancianos son el target de la política de extinción del Covid 19. 

Otro cuento chino que nos alcanzó. 

Esto no es fruto del azar, tampoco una teoría conspirativa. Van por nuestras pensiones y nuestras reservas de memoria, desde un enfoque eugenésico. 

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