Polémica: Cuando acecha la maldad

Por Varios Autores

Argentina-EE.UU., 2023, 99′
Dirigida por Demián Rugna.
Con Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Silvina Sabater, Virginia Garófalo, Luis Ziembrowski, Emilio Vodanovich, Marcelo Michinaux, Paula Rubinsztein y Desiré Salgueiro.

A favor

El mal metafísico

Por Santiago González

Antecedentes. En Aterrados (2017) su director Demian Rugna proponía una idea: el mal podía hacer su aparición en un contexto cotidiano y, como las ramas de un árbol podrido, podía infectar a sus vecinos. Esa pequeña sorpresa transcurría en apenas unas viviendas una enfrente de otra en donde el mal causaba estragos a niños, ancianos y jóvenes. Contra ese mal Rugna proponía personajes de dudosa ética como contraparte quienes nunca sabíamos si al final o no habían ganado. Lo que sí se sabía es que el mal seguía multiplicándose como lo proponía John Carpenter con Halloween (1978).

Cuando acecha la maldad es, claramente, una continuadora estética e ideológica de Aterrados. Pero el mal, en este caso, ya no está confinado a un espacio pequeño y suburbano, sino que se traslada al campo, a las rutas provinciales y a algunas casas donde mujeres embarazadas y niños son víctimas de un extraño virus. De menos a más podría decirse. De lo específico a lo genérico.

Autoconciencia. Dos cosas llaman la atención de Cuando acecha la maldad. La primera es que Rugna adquiere definitivamente su madurez como director y por ende la narración no presenta puntos muertos, sino que se mueve constantemente, como si el mal efectivamente acechara a la misma película. Por eso vemos a los personajes en constante circulación. En ese sentido el director construye un enorme fuera de campo en donde nunca vemos al mal personificado sino que este es algo metafísico, similar a lo que planteaba Carpenter en Prince of darkness (1987). Por otro lado, al tener plena consciencia ya no de los elementos que componen al cine de terror como una base de conocimiento del género, sino una conciencia de la propia obra -al prolongar sus propios tópicos en una especie de secuela temática- demuestra que su cine está cambiando de estado.

Canejorror.Pero sobre todo Cuando acecha la maldad es una película que entiende que el horror proviene del interior, en este caso un horror local y absolutamente argentino, como sucede con el mejor cine norteamericano e inglés de los setenta, en especial lo referido al folk horror y las costumbres y culturas alrededor del campo. Me atrevería a decir también que hay algo de la literatura de H. P Lovecraft con El color que cayó del cielo como principal influencia. En aquel cuento el autor de Providence narraba la historia de cómo una familia era infectada por un meteorito al punto de terminar cambiando de forma. ¿No es acaso Cuando acecha la maldad la cumbre de todo estos terrores?

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En contra

La aplanadora y el violín

Por Pedro Gomes Reis

Como si se tratara del inicio de El Padrino yo podría comenzar esta crítica con un solemne plano cerrado en el que dijera “Yo creo en John Carpenter”. El problema sería que con solo enunciarlo no bastaría. La admiración es eso: idealización y celebración del otro. Y está bien. Pero también está bien crecer y entender que así como el gran JC tiene obras maestras, también tiene algunas pavadas que mejor olvidar. El problema, entonces, no es su obra, sino los carpenterianos que a partir de un determinado momento no dejaron de ver al gran John en clave simbolista con sus conceptos del cine y su espíritu de simetría y todo el idioma de una secta a la que si te metés es difícil salir. El problema es que así como hay una secta de apologetas de Carpenter en su vertiente simbolista (abstracta e idealista) también los hay en su vertiente marxista (a primera vista materialista y bien concreta). Lo curioso es que ambas sectas ostentan un tufillo religioso y teleológico, un más allá que cancela cualquier posibilidad al cine en su condición de posibilidad autónoma para convertirse en sucedáneo de otros saberes o discursos funcionales.

Pobre Cuando acecha la maldad, que no tiene la culpa de los adoradores que le tocaron, sencillamente porque, cuando la despojamos de esos forzamientos a los que ha sido sometida desde su circulación internacional y su estreno local, se revela acaso más limitada de lo que parece exhibir en su superficie, en la que mezcla algo juguetón de la clase B antimetafísica del Larry Cohen de los 70s (en particular el de God Told me to, Larry Cohen cosecha 1976), aunque sea por un rato, con las abstracciones de violencia y muertes imaginativas de La Profecía (Richard Donner, 1976) e Inferno (Darío Argento, 1980). Cuando juega a ese juego de redoblar apuestas a ver cuando se revela la muerte mas violenta e imaginativa, Rugna parece entender que el cine también puede ser una isla y está bien. Es un lugar de felicidad porque las imágenes son posibles e imposibles a la vez. El problema llega cuando la sucesión de eventos desafortunados encuentra una viabilización en una entidad que adquiere cuerpo y forma (¡no lo muestres ni lo justifiques, Demián!), algo que, sumado a las flojas performances actorales atenta contra el ritmo que la película propone en la primer media hora.

En síntesis: no estamos ante lo mejor de Rugna (que está en la seminal Aterrados, una película que realmente piensa un inicio para el terror nacional y no un ancla telúrica de un folk horror que no funciona nunca ni se sostiene sobre mitos reales o inventados para la ocasión), pero tampoco es lo peor. Acaso su impacto en Sitges la agrandó más de lo debido. El problema, entonces, excede a la película, que hasta donde he leído no tiene sus defensores acérrimos en los simbolistas (aunque cada tanto algún carpenteriano le asesta un vínculo con Principe de las tinieblas, porque de algo hay que vivir al escribir crítica o lo que se le parezca). El problema son los que han forzado la lectura kracaueriana en esta película sobre futuros males y maldiciones desatadas con la llegada de la derechafascistaultraneoliberaldevoradoradebebés (curiosamente la misma gente que observa todos los males juntos en la llegada de una nueva administración sobre la que me guardo la opinión hasta que comience a gobernar), que hace de Cuando acecha la maldad una película buena, urgente y necesaria (sic) en tanto su representación del mal metafísico (y luego personificado) sería anticipatoria.

Lo curioso es que esa lectura contenidista no solo relega a la película a un segundo plano lateral, en donde el cine es lo que menos importa, sino que aplica un formato de lectura e interpretación con el que las ciencias sociales se mueven con gusto: las películas como herramientas para explicar al mundo. Entre los logros parciales entre varios desaciertos, Cuando acecha la maldad queda presa del peor combo: la aplanadora (del cine por acción de las ciencias) y el violín (el lamento progre por el mal que vendría, porque Argentina, hasta noviembre 2023, aparentemente era Noruega).

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