#PostBafici 2021 – Una casa sin cortinas

Por Agustín Campero

Argentina, 2020, 92′
Dirigida por Julián Troksberg

Más allá del olvido

Un cordón invisible recorre el espectro del peronismo. Ese cordón contiene varios hilos. Uno de ellos es el mito de su surgimiento. Ese hilo fundacional es apropiado por todos los peronismos que conocemos. Entre los tantos hilos de ese cordón articulador hay una tanza invisible que prefiere no ser vista y no ser mostrada. Y nadie, ningún peronista, quiere quedar lo suficientemente desnudo como para que salga a la luz. Esa tanza es Isabel Gomez, la tercer esposa de Perón, que se conecta con el hilo fundacional por haber sido diseñada y constituida para evocar ese momento mágico en el que Perón y Evita sacan adelante al país. Perón diseñó esa simetría, María Estela Martínez jugó ese papel (el papel de Isabel Gómez) todo lo que pudo y como pudo, el movimiento entero en su momento movió sus articulaciones siguiendo el vaivén de esa tanza que fue brillante y poderosa mientras vivió el General. En el medio, un país y sus millones de habitantes, teatro de operaciones de un experimento de poder que vivió en carne propia aquella frase del 18 Brumario de Marx sobre la tragedia y la farsa, como si esa frase hubiese sido hecha para reflejar el tercer período presidencial peronista. 

Si uno piensa que muchas veces sucede que grandes momentos históricos van al encuentro de sus protagonistas, el desgraciado devenir de la Argentina de los 70 encuentra a, posiblemente, la persona menos indicado en el lugar más importante. Desde ya que la gente no votó a Isabel sino a Perón, pero que Perón estaba en sus meses finales tampoco era un secreto guardado en un cofre tirado en el fondo del mar. Luego pasó lo que pasó, inclusive con gente que aún en estos años continúa cincelando la política argentina. Lo que resulta increíble, lo que parece parte de una misma trama y un mismo contexto de una novela que todavía se está escribiendo, es que nadie se hace cargo de Isabel. Todos ejercen, ejercemos, el olvido. Ella quiere ser olvidada, clama por el olvido como una súplica y un acto de misericordia, ruega por un velo que la ponga fuera del alcance de la Historia. 

Es probable que la persona María Estela Martínez reclame el manto del olvido para ella y otorgue para la cronología nacional a su personaje Isabel Gómez sabiendo el rol que le toca cumplir a la hora de héroes y villanos. Pero Isabel no nace el día que le pusieron la banda al pecho, ni cuando regresó del exilio con el General, ni cuando fue emisaria para contribuir a la derrota del peronismo sin Perón. No sabemos bien ni cuando empieza ni cuando termina, porque su papel tampoco finaliza el infausto 24 de marzo ni durante su posterior reclusión. Continuó. Continuó en los labios de los dirigentes peronistas que la evocaban como rémora de la fidelidad al líder, continuó en la matemática especulativa de aspirantes al poder para acceder a tal o cual cargo. Continuó también como ejemplo de lo que no debió ser, como accidente involuntario del movimiento perfecto. Continuó como hechizo y como conjuro. Hasta que las oleadas del olvido la fueron tapando como una acumulación sucesiva de granos de arena sobre un viejo monolito. 

Una casa sin cortinas avanza sobre esos interrogantes, muy especialmente en los inicios y el final del personaje, si es que ese personaje terminó o sigue siendo ejecutado por la actriz María Estela Martínez al borde de una ventana de su casa en un barrio privado de Madrid. La película hace muy bien en no definir mucho su búsqueda, en ir más bien al encuentro de la revelación, para finalmente ser parte del engranaje de la historia que protagoniza Isabel. No hay solución al misterio, no hay mayores explicaciones sobre por qué uno de los políticos más importantes de la historia argentina se enamoró de ella y la hizo, a la larga, la primer mujer electa Presidente en todo el mundo. Tampoco hay explicaciones sobre su difuminación, ni tenemos ni un punto de vista de todo lo que le tocó vivir. Hay una exploración, manos extendidas que intentan encontrar una forma para delinearla imaginariamente. Las imágenes, los entrevistados, las distintas explicaciones son administradas con cierta regularidad, y la película quizás haya necesitado algún que otro exceso, un riesgo mayor. Entre las omisiones apenas se insinúa la importancia de Isabel en el peronismo de la nueva democracia, la evocación de Isabel que hacían en aquel momento sus dirigentes más importantes, su presencia en la asunción de Alfonsín, su deseo en aquel momento de contribuir a la pacificación, su célebre “no me atosiguéis”. Pero además de los testimonios y el archivo, la película tiene dos fortalezas. Una es el silencio de la protagonista, lo que permite tomar una equidistancia entre Isabel y María Estela. No es el silencio de ahora, es el silencio de cuando fue muy protagonista, de sus discursos, entrevistas, del penetrante timbre de voz producto de su nerviosismo y sus exigidas cuerdas vocales resonando en los televisores y las radios de cada rincón de la patria. La otra fortaleza es la dignidad. La película le otorga esa cualidad a través de la voz de sus entrevistados, cuando se reconoce que ella padeció su reclusión ilegal con entereza, y que tuvo un comportamiento decoroso desde que dejó el poder hasta el día de hoy. 

Isabel fue parte de horas negras y desgraciadas. Durante su gobierno la Triple A profundizó su accionar asesino y el Estado avanzó en la así denominada aniquilación de los grupos guerrilleros, paso anterior al terrorismo de Estado. Difícilmente algún espectador argentino ignore esos datos. Mucho más allá de eso, la película procura avanzar sobre interrogantes que permiten explicar un poco más nuestro drama y nuestra decadencia. 

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