Tres hermanos

Por Marcos Rodríguez

Argentina, 2022, 86′
Dirigida por Francisco Joaquín Paparella
Con Andy Gorostiaga, Emanu Elish, Ulices Yanzón

El jabalí simbólico

Tres hermanos comienza con la cacería de un jabalí en la montaña. Antes que los personajes, vemos su violencia en plano secuencia: con la ayuda de un par de perros, atrapan al animal, lo sostienen de a varios, le clavan un cuchillo hasta que el animal se desangra, cae y lo liquidan. No queda claro bien quiénes son estos cazadores ni por qué cazan: ¿es su trabajo, su pasatiempo, una forma de buscar alimento, una terapia? ¿Esa violencia es simple crueldad o es señal de un contexto salvaje? La película irá proporcionando respuestas (para absolutamente todo) pero evidentemente hay algo que quiere dejar en claro: Tres hermanos considera que la crudeza es garantía de verdad y, por tanto, va a intentar ser lo más frontal y escandalosa posible, para darnos la sensación de que está cantando la posta: te muestra cómo mantan un jabalí, te muestra a una puta que no logra que se le pare al hermano enmercado, te muestra merca todo el tiempo, te muestra al hermano puto reprimido intentar hacerse una paja mientras mira un encuentro de lucha, te muestra un testítulo extraído. Todos esos elementos (y hay más) tejen la trama de un contexto duro, frío, inhóspito, que replica la dureza de sus personajes: hermanos huérfanos, demostración (según vengo leyendo) de los poco variados matices de la “masculinidad tóxica”.

Preferí, cuando leí el aviso de que esta película era algo así como un “estudio de masculinidades”, no pensar en eso y ver qué pasaba en la película, pero el problema es que la película pide exactamente eso: hablar del tema que viene a ejemplificar una y otra vez. No con uno, no con dos, sino con tres hermanos que vienen a ser algo así como un muestrario de las pocas opciones que les quedan a los pobres pibes que crecen en la toxicidad. No hay autonomía para los personajes de Tres hermanos, no hay empatía posible, aunque sí hay explicación, síntoma y demostración. ¿Deberíamos sentir simpatía por violentos, violadores, tóxicos reprimidos y demás calaña? No necesariamente, pero si uno busca hacer cine, deberíamos sentir por lo menos algo. Los hermanos de esta película no llegan a ser monstruos, aunque bien podrían haberlo sido (bastante hijos de puta), pero no les da ni para eso (el cine ama a los monstruos) porque cada una de sus actitudes viene con una etiqueta pegada: explicación o diagnóstico, los hermanos no tienen nada para decir.

Al final (se viene el spoiler, digamos) resulta que el jabalí que mataron los hermanos no era para nada: capaz que se lo iban a comer pero lo guardaron en un freezer, en un arranque de furia tóxica uno de los hermanos lo desenchufó y lo único que nos queda al final es carne podrida. Para eso murió un jabalí: para ser metáfora del desperdicio.

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