Bafici 2023 – Recomendaciones del programador

Por David Obarrio

Un festival de cine es un laberinto (*)

Un festival de cine debe presentarse como un enigma, un laberinto, un misterio cuya resolución está siempre en el futuro. El Bafici ha sabido concentrar la felicidad de la minucia, las imágenes secretas que se estremecen en los rincones de la programación; esas formas que bailan, que tienen modales e inclinaciones para las que no hemos sido preparados del todo. Eso fue siempre, o debió serlo, el Bafici, nuestro festival de cine preferido. El que nos depara placeres impensables, aun a costa de una opacidad que, en el fondo, no es otra cosa que una cierta densidad de carácter un poco aristocrática, que no está dispuesta a ceder ante los cantos de sirena de los nombres propios agobiantes, los que circulan con todas su prerrogativas por los festivales del mundo y fomentan la molicie de lo repetido, lo mustio, lo vetusto con otra denominación y un ropaje al que se le notan, si se lo mira bien, las fallas en la sisa. Veo el Bafici que se avecina como una nueva oportunidad para un festival que debe recorrerse palmo a palmo, con espectadores jugando como niños –es decir muy seriamente-, abandonándose a eso que antes se llamaba una “experiencia cinematográfica”. El encuentro con lo que vale la pena por su rareza, por su naturaleza de excepción, por su indocilidad a un régimen que convierte el cine en una panoplia de procedimientos que no pertenecen sino a la burocracia del cine, a la melancolía de su aprovechamiento espurio por parte de mercachifles y agendas tenebrosas.

Películas como Nene revancha, como Vodka, como Último recurso, como La sudestada honran cabalmente la idea de una zona posible del cine argentino que no está dispuesta a rendirse ante la liturgia de un populismo de las imágenes mediante la que el espectador se regocija frente al placer extorsivo del reconocimiento inmediato. Son ejemplos; hay muchos más. Las retrospectivas del indio Rajat Kapoor o del francés Clément Cogitore nos ilustran sobre formas de un cine contemporáneo cuya diversidad y capacidad de reflexión exceden con irreverencia las estrecheces de los temarios en boga. El cine que importa es también el que nos inoportuna con ideas que suenan descabelladas, que no parecen integrar la mesa diaria ni el tono familiar de la discusión pública, sino que abren las puertas de mundos desconocidos o poco transitados. Tu coño, la película de Gonzalo García Pelayo (de quien también se presenta Siete Jereles, indagación poética y manifiesto existencial de la música andaluza con centro en la ciudad de Jerez de la Frontera, en la que se develan voces y pulsiones en número bíblico), es una película porno que en realidad no es tal, puesto que bajo su intenso trajín de intercambios venéreos se desmiente con inesperada destreza el muermo deportivo, deshumanizado del género. Las grandes películas, los grandes festivales de cine (no hay tantos) son los encargados de hacer ver lo que hay más allá de lo que parece a simple vista. Deben por oposición, por su ausencia, señalar la existencia de las películas malas, el cine malo; el que se enseñorea en la currícula de los circuitos globales, que se conducen según el dictado de los vientos de la época a la que deben obediencia y sumisión. Este Bafici nos tiene reservadas películas frágiles y extrañas –la chilena Muertes y maravillas, la holandesa If Yes, Okay, ejemplos de ningún modo exhaustivos de una y otra variante-, películas que auscultan el alma de un tiempo presente sin rendir cuentas a sus postulados más frecuentes y transitados, películas que viven en cierto modo de sus anomalías y contradicciones; películas que respiran con la libertad, el desparpajo y también la incertidumbre de criaturas antediluvianas a las que les han tocado malos días, inmisericordes días. El Bafici, en el fondo, es además el inventario de luchas presentes, pero sobre todo futuras, en las que se dirimen las formas del cine; sus apuestas, su ambición, su destino como indiscutido gran arte popular del siglo veinte que ahora se ha vuelto pasto de talleres, de laboratorios, de pitchings despiadados. La presente edición del Bafici es también la ocasión de esa dicha extemporánea que surge de volver a pensar el cine como un gran signo de interrogación, un bosque de imágenes en el que nos perdemos para ver con más detalle, para encontrarnos con fulgores inasibles; para reconocernos mejor en una intemperie que no deja de manifestarse. En cierto modo, una aventura para la que no hay respuestas ni garantías de satisfacción. El espectador no entumecido sabe de qué se trata.

(*) Estas recomendaciones han sido publicadas también por Cinemaramma, en este link

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