Sex education – Tercera temporada

Por Rodrigo Martín Seijas

Sex Education – Season 3
Reino Unido, 2021, 8 episodios de 45′
Creada por Laurie Nunn
Con Asa Butterfield, Ncuti Gatwa, Emma Mackey, Gillian Anderson, Chaneil Kular, Alistair Petrie, Connor Swindells, Cerys Watkins, Kedar Williams-Stirling, Aimee Lou Wood, Mimi Keene, Tanya Reynolds, Patricia Allison, Simone Ashley, Chris Jenks, Max Boast, Kadeem Ramsay, Daniel Adegboyega, Jason Isaacs, Edward Bluemel, Femi Elufowojo, Lily Newmark, Rakhee Thakrar, Milly Thomas, Adam Young, Conor Clarke-McGrath, Jim Howick, Mikael Persbrandt, Hannah Waddingham, Samantha Spiro, Sami Outalbali, Jemima Kirke, Anne-Marie Duff, Lisa Palfrey, Doreene Blackstock, George Somner, Joe Wilkinson, Sharon Duncan-Brewster, Deobia Oparei

Discursos, personas

Lo ocurrido con la tercera temporada de Sex education es una pena, aunque también era una posibilidad cierta: la serie se dejó llevar por el contexto imperante de corrección política y terminó convirtiendo a buena parte de sus personajes en vehículos para un discurso alineado con lo requerido por la agenda de movimientos como el #MeToo o el Black Lives Matter, que muchas veces se comportan como si el mundo careciera en absoluto de ambigüedad. El riesgo siempre estuvo latente para una serie que solía abordar tópicos conflictivos y que daban para la bajada de línea, aunque hasta ahora había conseguido eludirlos con un enfoque preciso en los avatares de sus personajes y tonalidades lindantes con el folletín telenovelesco. 

En las dos primeras temporadas de Sex education, lo político, discursivo e ideológico eran siempre elementos que cumplían funciones secundarias dentro del relato y los conflictos desplegados. Sin embargo, en esta nueva entrega prevalecen las preocupaciones ideológicas, algo que también había afectado profundamente a la tercera temporada de GLOW, otra exitosa serie de Netflix. Si antes se utilizaban los estereotipos para retorcerlos de forma paródica -tanto para el lado de la comedia como para el del drama-, ahora esos estereotipos muchas veces se quedan simplemente estancados en la superficie, condenados a accionar como representaciones biempensantes. Y no solo sobre la sexualidad: también sobre género, diversidad, planificación familiar, roles institucionales y culturales, entre otras cuestiones. Reiteramos: eso ya formaba parte de la estructura de la serie, pero acá cobra un excesivo protagonismo y se vuelve un lastre para la narración.

De ahí que terminen apareciendo personajes casi inverosímiles en sus gestualidades y acciones, como Hope Haddon (Jemima Kirke), la nueva directora del colegio, que arranca mostrándose canchera y copada, para luego, de forma muy abrupta, decantar en un agrio autoritarismo capaz de hacer enrojecer a Juan Luis Manzur con sus castigos cuasi medievales. O Cal, una estudiante no binaria que la mayor parte del tiempo se la pasa repitiendo frases que parecen sacadas de un manual de corrección política para principiantes y que solo en el último episodio es capaz de expresar un conflicto tangible que vaya más allá de la bajada de línea que solo interpela a un público ya convencido. De la mano de incorporaciones como estas, Sex education pierde buena parte de un elemento esencial que todavía la distingue: su humor socarrón, pero también tierno y considerado con sus personajes.

Es cierto que la serie mantiene solidez en la construcción de sus protagonistas más antiguos: por ejemplo, Otis y Maeve, Eric y Adam, aún con sus desniveles, son dúos -y a la vez parejas- casi indestructibles en sus complejidades y dilemas internos, y con un recorrido arriesgado y atractivo en el segundo caso a partir de cómo pinta los avances y retrocesos del autodescubrimiento identitario. Ni hablar de Jean, la madre de Otis, que sigue abordando muy bien las certezas -muchas veces a las piñas- e incertidumbres de la vida adulta, y que encima cuenta en la interpretación con una Gillian Anderson notable, pura expresividad tanto desde el habla como desde lo gestual. Son ellos el factor principal para que estos ocho nuevos capítulos conserven un piso de excelencia relativamente alto, que se sustenta en la empatía: aún cuando se conviertan en portadores de discursos ciertamente previsibles, mantienen un nivel de honestidad y coherencia que permite una persistencia del lazo con los espectadores. Y son también la brújula a la que se aferra Sex education para arribar a unas cuantas resoluciones acertadas en los últimos episodios, que igualmente dejan varias subtramas por explorar. 

Sin embargo, esta tercera temporada de Sex education es una señal de alerta: si la serie supo mostrarse despojada de presiones y había abrazado toda clase de superficies formales, ahora se dejó avasallar por la necesidad contenidista de ser “importante”. Ojalá que en la cuarta entrega -ya confirmada- recuerde que ya se había ganado su importancia dentro del panorama del streaming sin solemnes pretensiones.  

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