Almodóvar tiene un estilo definido y rápidamente decodificable al que le sigue sacando provecho como si fuese una máquina tradicional de sacar petróleo, o incluso con la tecnología del fracking que le saca a la piedra gasificada y empetrolada todo lo que puede. Esto, si no es la repetición de una fórmula, no es necesariamente malo. Y para este caso es algo bueno: aún consciente de su personaje, de los rasgos que lo hicieron a la vez prestigioso y popular, Almodóvar no se regodea en la repetición y puede seguir filmando sobre la amistad y el compañerismo entre mujeres, la maternidad, la soledad y el miedo a no ser aceptado, sobre la familia, los lazos culturales y la identidad con la fuerza y las convicciones cinematográficas de un cineasta que todavía tiene por inventar y que no acusa el miedo de parecerse a sí mismo. Madres paralelas no es una repetición ni un auto homenaje. Aporta novedades al cine de Almodóvar, mantiene tensiones hasta el final y salimos de la película encantados con todos sus personajes. Para Almodóvar estilo no es encasillamiento ni corset.