#37MarDelPlataFF – Diario de festival: Fogo fatuo, Pacifiction, Notas para una película

Por Marcos Rodríguez

Cada tanto pasa (pero no siempre pasa) que un festival de cine nos permite reencontrarnos con esos nombres que uno en su mente trata como a viejos amigos y que son, en realidad, los grandes directores de cine que hacen que todavía el cine sea un mundo lleno de posibilidades por explorar. En general, sin embargo, estos directores filman muy cada tanto (excepto el gran Hong) y las circunstancias infinitas que enhebran cada una de sus producciones, que suelen incluir capitales y productores a cuál más peregrino e inverosímil, así que es muy cada tanto que uno encuentra una nueva película suya e, incluso cuando ocurre el evento, puede pasar también que la nueva película del gran director no esté en realidad tan buena. Hasta los grandes son humanos y el cine es un arte muy complejo. Pero no, a pesar de todas las probabilidades en contra, uno puede encontrarse una nueva gran película y, en este Mar del Plata 2022, tuve la fortuna (el milagro) de encontrarme con no una sino tres. Tres grandes películas hechas por esos directores (autores, que les dicen) que, a pesar de su estatuto y su larga trayectoria por detrás, no son de los que podríamos encuadrar en el lado más estático y repetitivo del autoritarismo (mismos temas, mismos tonos, mismas ideas) sino que, por el contrario, buscan en cada película caminos nuevos. Un experimento, por supuesto, bien puede salir mal, pero esta vez sopló el cine.

Fogo fatuo (Joao Pedro Rodrigues, 2022)

Una de las cosas que más me gustan del cine de Joao Pedro Rodrigues es que, más allá de la temática LGBT, uno nunca sabe con qué va a salir. De la fastuosidad y sensualidad de Morir como un hombre al tono seco de La última vez que vi Macao, del trabajo sobre la imaginería católica en El ornitólogo a, ahora, una fantasía retro-futurista musical con Fogo fatuo. Siempre putos, siempre sensorialidad, siempre el trabajo sobre el valor iconográfico de la imagen cinematográfica pero, también, siempre algo más, algo inesperado, algo libre.

Sería difícil tratar de explicar de qué se trata exactamente Fogo fatuo: hay un príncipe, una monarquía decadente y rancia, cuadros de enanos negros, bomberos que recrean cuadros barrocos en pelotas, uno de los números musicales más divertidos y lindos que ha dado el cine en mucho tiempo, canciones de amor al bosque, citas textuales a un discurso de Greta Thunberg (en labios de un joven príncipe idealista, que recuerda desde su lecho de moribundo en un futuro algo lejano sus años de libertad -nuestro presente- cuando jugó a ser bombero). Todo cabe en esta película, cuya única lógica parecería ser la del capricho, la del deseo, y la de la reflexión (y el sexo explícito) en torno a árboles.

El capricho, por supuesto, ofrece poca estructura o soporte a una película y así como los hallazgos, cuando aparecen, son deliciosos, también hay que reconocer que no se trata de la mejor película de Rodrigues. Cuando los hilos se cruzan en nudos de sentidos (como en el musical en la estación de bomberos, o en el funeral final), la pantalla chispea. La película también se sostiene cuando la cámara filma con placer aquello que decidió filmar (por ejemplo, bomberos entrenando). Pero cuando los hilos se estiran por tramas o subtramas más azarosas (sobre todo, creo, en todo el devaneo inicial con la familia real en nuestro presente, con charlas sobre bosques y planos pictóricos de la mesa de comidas de la realeza), la intensidad se pierde y quedamos tambaleando sobre una cuerda floja.

No se le puede reprochar a un director la libertad que le permite hacer lo que hace e incluso si no logra su películas más lograda (era difícil, por otro lado, filmar después de haber hecho El ornitólogo), el cine que amamos y que ama no busca la perfección.

Pacifiction (Albert Serra, 2022)

No estoy del todo seguro de qué es lo que se supone que filmó Albert Serra, pero sí estoy seguro de que es una maravilla. De alguna forma, si uno se esforzara por intentar explicar algo, se podría decir que Serra filmó con Pacifiction su película más narrativa (“clásica” dirían), por cuanto no solo tiene un tema claro (todas sus películas tienen, en realidad, un gran tema) sino que además tiene algo así como un desarrollo argumental: hay una presentación inicial, hay un conflicto que se plantea, hay un desarrollo de ese conflicto y si bien no podríamos decir que hay una resolución propiamente dicha (hacia el final, el protagonista se mueve y patalea, pero las acciones ocurren a un costado y se desarrollan sin que su intervención tenga la menor consecuencia), sí hay un final claro y conclusivo. Todo eso es cierto pero también es cierto que esta es una película de Serra y el esfuerzo sobrehumano que hay que hacer para encontrar ese hilo argumental en el océano que es Pacifiction resulta en un reduccionismo tan burdo que casi no vale la pena. Quien entre a ver esta película creyendo que va a ver “una de espías”, va a salir puteando a los quince minutos (y eso que la película dura casi tres horas).

En principio, porque si bien los hitos de este argumento se presentan todos y cada uno en pantalla de forma lineal y explícita (no hay elipsis, no hay sobreentendidos), su discurrir es tan lento y azaroso, y está sujeto a escenas en las que el trabajo visual resulta tan apabullante, que hay que ponerle mucha voluntad para acordarse de que se suponía que uno estaba siguiendo una historia. Por otro lado, el tiempo de película (de sus casi tres horas de película) que Serra le dedica a desarrollar este argumento es, tengo la impresión, ampliamente menor al tiempo que le dedica a filmar cualquier otra cosa: un club nocturno, una competencia de surf, los ensayos para la preparación de un baile polinesio que imita en su coreografía una pelea de gallos. Además, para cuando terminamos de ver la película finalmente entendemos que la historia que se nos contaba no era en realidad ninguna historia: la trama de espionaje y explosión nuclear nació, se desarrolló y siguió adelante completamente al margen de las acciones o siquiera del conocimiento de nuestro protagonista. 

A estas alturas sabemos (lo sabe cualquiera que frecuente el cine) que Serra es un maestro en lo que hace, y si bien es fascinante dejarse llevar por su nueva encarnación de lo decadente, no es menos interesante también el hecho de que (a su manera) haya decidido por primera vez acercarse al presente, incluso si es desde un rincón paradisíaco, para hablar sobre política o, en realidad, de una política que no es la de hace doscientos años. El cine, después de todo, es un arte del presente.

Notas para una película (Ignacio Agüero, 2022)

El nuevo juego de Ignacio Agüero (el brote más ruiziano que ha tenido el cine, por más documental y serio que sea a veces) podría clasificarse como documental, en un sentido abierto e idiosincrático, sobre todo en la medida en la que resultaría difícil terminar de clasificarlo como ficción, si bien su esfuerzo parece apuntar en ese sentido: reconstruir los viajes de Gustave Verniory, un ingeniero belga que llegó al sur de Chile a fines del siglo XIX (poco después de que los territorios fueran “pacificados”) para trazar los recorridos del tren, que terminaría por unir esas tierras. La película no solo toma textos de Vernoiry sino que lo encarna: le encarga a un joven actor que haga de él (y de sí mismo) frente a la cámara, mientras sus palabras de otras épocas se superponen a espacios de hoy en día, para explorar con él, pero también en presente y con la cámara, un territorio que todavía está en conflicto. Ese conflicto, que se incorpora al interior de la película, es lo que le permite quebrar ese juego (ya quebrado al explicitarse como ficción dentro del documental) de seguir a Vernoiry, para dar voz a la otra parte del conflicto: los mapuches tienen voz en Notas para una película, en primera instancia a través del registro documental que hizo Raúl Ruiz en la zona (único material fílmico de archivo de la película) durante la presidencia de Salvador Allende, y luego en una entrevista (en la que el actor que interpreta a Vernoiry está presente con ropa actual y un auricular que, suponemos, le permite escuchar la traducción de lo que se habla en mapundungun) con un lonko de la zona, que cuenta los recuerdos de su familia sobre la pacificación del territorio y el trato que recibieron después.

Los temas que trata Notas para una película (difíciles, actuales) no la obligan, sin embargo, a olvidar que esto se trata, después de todo, de cine. El registro y el conflicto están, pero también el trabajo sobre una forma que va y viene, y que sabe construir no solo planos fuertes y bellos, sino incluso también juegos imposibles en los que, por ejemplo, un mismo paneo sin cortes nos ofrece a la vez al actor en atuendo actual y en atuendo de época en dos extremos de un espacio unido por la cámara (¿montaje invisible, trucaje, un actor extraordinariamente rápido?).

Agüero, como siempre, tiene mucho para decir. Pero dice, sobre todo, cine.

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