38MarDelPlataFF – Diario de festival: Las almas, Kinra, La Roy, Ubu

Por Gabriel Santiago Suede

Las Almas es un experimento notable. La ópera prima de Basombrio juega (y sale airosa) a narrar una historia de fantasmas (donde el cine oficia de medium). La potencia de sus imágenes y sonidos (que tienen algún punto de contacto con el cine de Kiro Ruso) logra que un espacio, característicamente representado con todos y cada uno de los lugares comunes de lo turístico, se reconvierta y su percepción nos sea modificada. Así las cosas, esa historia de fantasmas está lastrada, también (y esto esto es algo que parece marca de autor en la curaduría del festival) por un peso discursivo que, cuando asoma, molesta y se siente chirriando, molestando, operando contra el dispositivo formal que por momentos es directamente hipnótico. Lo que nos obliga a preguntarnos si eso que acabamos de ver es en efecto, tan bueno como creíamos o acaban de montarnos en una ola de entusiasmo desmedido.

Con Kinra (finalmente ganadora del astor de oro) reaparece un tema que cada tanto es dejado de lado por el cine latinoamericano y cada tanto retorna como lo reprimido. En este caso la narrativa se concentra en el modo en el que la cultura quichua intenta sobrevivir al paso (y al cambio) de los tiempos. Afortunadamente la prevalesencia de lo observacional sobre lo discursivo (otra vez) permite que no estemos todo el tiempo atentos al registro culposo, sino que la precarización, la pobreza, los recursos escasos para sobrevivir se conviertan (largos planos mediante) en exponentes de aquello que otra clase de cine asume como denuncia inmediata. Así las cosas, cuando finalizamos, nos preguntamos si también, en el fondo, lo que no hace la voz si lo hace el regodeo temporal con las duraciones, como si todo el tiempo se nos quisiera convencer de que en ese plano hay algo importante.

La Roy no parecía, a primera vista, una de esas clásicas películas de festival. Quizás porque su coqueteo con un formato de policial alla Coen hoy se percibe como una suerte de anacronismo sin mayor destinatario que el cinéfilo. No obstante la respuesta del público pareció ir en otro lado. Como si se tratara de un respiro. Película sobre pueblos chicos que son grandes infiernos, como dice el dicho, La Roy se apoya sobre todos y cada uno de los lugares comunes disponibles del noir porque sabe que solo parándose sobre ellos encuentra posible el disfrute de la expectativa del espectador que cree conocer los pasos. Y como pasa en algunos exponentes de los imitadores de los Coen, la comedia negra emerge y hace que lo que pinta como tragedia se transforme. La guita mueve y conmueve.

Jarry. Ya el cine es un problema para la obra de Jarry. Y así las cosas lo seguimos intentando. En este caso estamos ante una aproximación que vela por una suerte de lo que bien podríamos llamar “esteticismo intransigente”. Encuadres preciosistas, luz expresionista, ratio de proporción en formato 4:3 (es decir, cuadrado). Ahora bien, la pregunta que nos hacemos es si esto es cine. O si esto tiene corazón o sangre en las venas o es lisa y llanamente un glaciar. Ubu podrá jugar a la sátira desatada, al vínculo-desvínculo con el texto original. Lo que no parece ser es cine y si se parece mucho a eso que llamamos teatro filmado. La curiosidad es cómo esta película buscó una legitimación extracinematográfica a partir de su vinculación política con la preocupación del ascenso de las llamadas nuevas derechas. Ahí también es donde el cine queda en offside, fuera del juego. Porque a veces, cuando el cine no piensa en las películas, sino en los “textos audiovisuales” es cuando nos pierden por completo.

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