38MarDelPlataFF – Diario de festival: El viento que arrasa, No voy a pedirle a nadie que me crea, Cuando acecha la maldad

Por Amilcar Boetto

Decidí empezar mi festival de Mar del Plata con la adaptación de Paula Hernández a la novela de Selva Almada, El Viento que Arrasa. La película decide tomar una historia con personajes complejos y ambiguos, con un conflicto totalmente basado en los diálogos, con la dificultad que eso puede representar para el lenguaje cinematográfico. Sin embargo, Hernádez decide tomar el camino de la simplificación y la caricatura. Su padre Pearson es un fanático religioso, egoísta y ruin con la intención de salvar sus pecados mediante el sufrimiento ajeno. Su Brauer es un resentido, al que la película trata con mucho prejuicio y su Tapioca es un joven tan extremadamente naiv que parece provocar una mirada paternalista hacia él por parte de un espectador que se meta en la lógica de la película. El problema aquí, no es necesariamente la contradicción con el texto literario, sino más bien la inconsistencia narrativa a la cual empieza a someterse esta trama que se propone un conflicto bastante complejo y que Hernández decide llevar a cabo con versiones simplificadas de ellos. Y esta simplificación no solo se nota en la actuación, en los diálogos que el guión decide tomar de la novela, en la caracterización, sino también, y fundamentalmente en el modo de filmarlos. Para ser claros, en este aspecto, se puede tomar el momento donde, en medio de la lluvia, tras irse finalmente del taller mecánico, el padre Pearson ve unas ovejas y se baja del auto, con un contraste lumínico enorme provocada por la única fuente de luz roja, el padre ve a las ovejas en medio de la lluvia y se arrodilla, mientras suena una música épica y Leni le grita que por favor vuelva al auto, llorando, sobreactuando. Hay planos detalles de las ovejas, un plano medio de Pearson y primeros planos de Leni, la escena tiene la apariencia de un momento épico, mítico, el padre habla con Dios, también a los gritos, y lo que denota, entonces, además del subrayado, es la falta de imaginación formal para construir ese momento, en el que la película termina cayendo en todos los lugares comunes antes mencionados, y convierte la religión en un juego de locos. 

Otra adaptación, en este caso de un libro que no leí: No voy a pedirle a nadie que me crea. Una película, que además parece dialogar con un sector de la literatura latinoamericana. Hay algo de Bolaño en este relato enmarcado y tan irónico acerca de lo literario, así como hay algo ibargüengoitiano en ese personaje que parece nunca decidir el mal aunque siempre termina haciéndolo. La estructura de la película se vale de esas dos ideas para construir, destruir y reconstruir una historia romántica que es el centro neurálgico de la película y que concluye al tener enfrente el texto literario, que funciona como única redención posible para un personaje maniatado totalmente por su miedo. En parte, esto es posible porque la película, si bien se construye con una serie de estereotipos (de loa cuales muchos son muy graciosos como el argentino chanta que interpreta Juan Minujin o la intelectual feminista hija del político más poderoso de Barcelona) hay un personaje al que la película no juzga y hasta cierto punto le da la razón en medio de toda su locura argumental, y ese es el de Valentina. Valentina es el punto de fuga de la película, la posibilidad de que exista su punto de vista además del de Juan Pablo, la dota de humanidad y de contradicciones más interesantes que se trazan en este desamor tragicómico. Porque más allá de lo estilizado que es el lenguaje de la película, de lo graciosos que resultan sus personajes secundarios y de lo bien escrito que están los textos que se citan, el verdadero corazón de la película está en la brillante interpretación de Natalia Solán como Valentina, que es el único personaje que pone en acción su descontento de alguna forma además de lo literario y genera el movimiento de la trama.

También tuve la oportunidad de ver un pase bastante excepcional de Cuando acecha la maldad, llenísimo de gente y de fanáticos del género. Salí, curiosamente, siendo el único de mis amigos con cierta intención de defender la película, aunque un poco anempático en relación a las masas celebratorias que habitaron la sala. Diría que a pesar de sus constantes sobreactuaciones, sus subrayados over-the-place y sus climas tensos que se vuelven burdos en base a gritos y otros abusos del sonido, la película de Rugna logra crear unos momentos de inusual violencia que merecen la pena ser valorados. Particularmente el momento del perro, que logra construir correctamente un montaje que, aunque sugiere que algo va a pasar, planta un inesperadísimo giro horroroso. Luego, hay una excelente secuencia donde uno de los protagonistas atropella a uno de los portadores de la maldad y la película decide mantener el primer plano en el personaje, luego de dos travellings alrededor de su cara que nos agobian como espectadores y lo agobian como personaje. No quiero decir mucho más de la trama, ya habrá una nota hablando especialmente de esta película, pero quiero aclarar, que dentro del lenguaje que maneja la película, la falta de sutileza psicológica, las malas actuaciones y cierto feísmo fotográfico pueden ser categorías estéticas en favor de un horror más brutal contrastado con una comedia delirante.

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