38MarDelPlataFF – Diario de festival: Llaki, Artur y Diana, Lagunas

Por Sergio Monsalve

Llaki cuenta el viaje personal del director Diego Revollo por encontrar una respuesta ante su pérdida de la audición, después de probar con la medicina tradicional. La mitad de su rostro se paralizó y empezó a sufrir una merma en su capacidad de oír. El documental “Llaki” expone su proceso, de una forma intimista y subjetiva, al salir de la ciudad de la Paz en pos de verse con un grupo de curanderos de la famosa nación Kallawaya, considerada patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Pude verlo en el Festival de Mar de Plata y lo experimenté como una epifanía, como un mensaje del cine para conectarnos con ideas trascendentes y emotivas a través de un storytelling apasionante. Me identifiqué de inmediato, porque recordé mi pequeño trauma acústico, al padecer los estragos del tinnitus, luego de tomar un medicamento mal recetado. Aquel doctor nunca se hizo cargo y me tocó pasar un pequeño calvario, hasta descubrir la imposibilidad de controlar los zumbidos por completo. No había remedio. Tendría que acostumbrarme y trabajar el acufeno por vías más terapéuticas que científicas. De haber conocido el documental “Llaki”, me hubiese funcionado no como santo de remedio, pero sí de alivio y orientación, pues el filme propone una alternativa, una opción para conseguir la paz interior y reconciliarse con uno mismo, cuando se sufre alguna pérdida de audición. En tal sentido, el cine reciente propuso el relato de “Sound of Metal”, sobre un baterista que queda sordo tras un episodio en un toque. “Llaki” explora la perspectiva de nosotros, como seres cartesianos formados en un cultura académica, racionalista y pragmática de una capital de LATAM. De hecho, el director estudió cine en la Universidad. Y es  hijo de un Doctor que sufre de insomnio. “Llaki” supone una investigación del realizador, para salir de la burbuja de la Paz e ir al encuentro de la medicina kallawaya, junto con su padre, en una odisea de ambos por evolucionar sus miradas y buscar una sanación.La película toma los caminos más chamánicos y místicos a la hora de impactarnos con su narrativa. Abandonamos cualquier visión condescendiente, paternalista o escéptica frente a la cultura de los maestros de Lunlaya, cuya cosmovisión es explicada por ellos mismos, quienes hablan de la relevancia de sus métodos ancestrales y de cómo mejorar al abrirse a la naturaleza. Todo les puede sonar a fraude, desde el cinismo. Pero “Llaki” se ennoblece y erige en un largometraje elevado, amén de su respeto y compromiso etnográfico. Para mí, uno de los documentales del año y fiel reflejo del ascenso del cine boliviano, al que haríamos bien en escuchar con mayor atención. Porque también se trata de superar nuestra sordera como continente, para aprendernos a comunicar entre nosotros, de otras formas, desde la empatía. De lo contrario, seguirán sucediendo incidentes de absurda intolerancia y xenofobia, como los que vivieron los venezolanos en Perú en el partido de Lima.En fin, que “Llaki” nos enseña un camino de crecimiento y madurez en la conciencia común.  

Artur y Diana es la segunda película de Sara Summa, en este caso bajo el formato de una cálida road movie, una aparente comedia ligera de los tiempos de Rhomer, rodada como un ensayo autobiográfico, donde se bifurcan los límites entre ficción y realidad a través de una combinación multimedia de texturas. La película se filma en Betacam y MiniDv, brindando la ilusión de un falso documental, de un largometraje de otra época, al recuperar el estilo noventoso de los primeros experimentos del Dogma 95, hinchados en 16 mm. El grano de la imagen y la proximidad de la cámara, generan un espacio de intimidad y empatía que permite conectar rápido con la familia disfuncional que veremos evolucionar en un clásico viaje de encuentros y desencuentros. Dos hermanos toman la carretera, junto con el hijo de ella, para aprender a lidiar con sus problemas y diferencias. El viaje supondrá una excusa que los pondrá en un escenario de “tan lejos y tan cerca”. La directora diseña situaciones que transpiran espontaneidad y naturalismo, en el ánimo de confeccionar una trama de comunicación calurosa en primera persona. De modo que se eluden los acartonamientos de la construcción solemne y tradicional. “Artur y Diana” se habla en tres idiomas, reforzando su idea de cruzar límites y fronteras que dividen a Francia, Italia y Alemania, al modo de una parodia o una deconstrucción de la receta del europuding, con actores no profesionales. Por ende, el relato gusta en replantear los códigos de las vanguardias de la nueva ola, del neorrealismo y del cine joven teutón, desde la contemporaneidad femenina de una hija de la posmodernidad, del sincretismo y las culturas híbridas. A veces el visionado pierde el interés, por una sensación de material ya visto en otro contexto. Pero por igual, llega a despertar nuestra consideración, al intentar narrarse como antes y después, logrando una indefinición arcaica que es la de su propia movilidad y ruptura de amarras. Le seguiremos los pasos a la chica libre y desprejuiciada que es Sara Summa, quien consigue sentarse en la mesa de grandes como Assayas, Wenders y Godard, según una perspectiva alternativa de mujer independiente del milenio. Federico Cardone rueda un excepcional largometraje en “Lagunas”, documental sobre su experiencia de compartir con la legendaria escritora Liliana Bodoc durante su estancia en una escuela desértica de la comunidad Huarpe. Luego del periplo, la autora fallece y el realizador opta por reunir el material de archivo, para dedicarle un sentido homenaje, nada convencional, pues imbrica las vivencias de ella en la periferia de una argentina polvorienta,  el diario del director con sus hijos y una reflexión sobre las costumbres chamánicas que corren el riesgo de fosilizarse como las lagunas. El film hilvana las tres tramas, en un montaje que apela a la memoria crítica de un mundo apartado, cuya imagen amenaza con extinguirse delante de nuestros ojos, como los recuerdos que no se trabajan y olvidan. 

Lagunas ofrece un réquiem cinematográfico, en un tono crepuscular de elegía western, sin épica de caballos, aventuras heroicas, promesas vacuas y conquistas mesiánicas. Es más bien una historia de un pequeño lejano oeste, de una reserva étnica y moral, en la que unos personajes discretos coexisten y refrendan sus saberes ancestrales, los de la literatura, el cine y los mal llamados “tristes trópicos”.  El largometraje refleja la erosión y el abandono de unas últimas salas de proyección, de unos seres y unas superficies que se disuelven entre nubes de polvo y arena. Pero “Lagunas” señala que no debemos quedarnos en la epidermis de la porno miseria, de la nostalgia lastimosa. Su poder es el de un documental, como los de Patricio Guzmán, que indaga en las capas de los entornos más desolados y remotos, en busca de unos afectos comunes y universales. Del arrase a la esperanza, “Lagunas” nos sumerge en un paisaje árido, que aguarda por el agua y que recibe una nube cargada de lluvia, que simboliza la resiliencia de sus habitantes y la de la misma empresa de la película. Admirable en su edición, ejecución y desenlace. Uno de los trabajos destacados dentro la cosecha del Festival de Mar de Plata en el 2023.  

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