Ámsterdam

Por Gabriel Santiago Suede

Amsterdam
EE.UU., 2022, 134′
Dirigida por David O. Russell
Con Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington, Alessandro Nivola, Anya Taylor-Joy, Andrea Riseborough, Chris Rock, Matthias Schoenaerts, Michael Shannon, Mike Myers, Robert De Niro, Taylor Swift, Rami Malek, Timothy Olyphant, Zoe Saldana, Beth Grant, Colleen Camp, Ed Begley Jr., Christopher Gehrman

El lado luminoso de la vida

Sin ninguna clase de pretensión, sin ningún giro de volante de último momento (como habitualmente elige en sus películas), sin ninguna aparente especulación de ninguna clase, David O. Russell hace su película más anómala, libre, descontracturada y desatada de su propia identidad autoral y de sus propias convenciones en años. Poco importa si esto convierte a la película en algo mejor o peor. Por lo pronto la convierte en algo distinto a lo esperable. Pero además lo hace con una lógica más bien imprevisible, algo que convierte a la experiencia de ver Ámsterdam en una experiencia rapsódica, movediza. Punto para DOR.

A lo largo de su trayectoria como director y como guionista DOR siempre coqueteó con los casos reales, con los hechos que tuvieran alguna clase de vínculo con la vida cotidiana. Pero a partir de los mismos nunca se estancó en la réplica de lo real, sino que apenas lo tomó como un punto de partida. En este sentido esta última película no hace algo muy distinto, porque parte de un caso real (un grupo de pro-nazis intentando infiltrarse en la democracia estadounidense en paralelo a la evolución del nazismo en Europa) para, en todo caso, contar otra historia, que, curiosamente para el cine de Rusell, es conmovedora porque acompaña, quiere y cuida a sus personajes (es bien conocido que el director siempre agrega algún giro de tuerca para que las traiciones se hagan presentes en la sala). Ámsterdam es conmovedora porque narra una amistad y un cuidado mutuo a lo largo del tiempo y el espacio, algo que no parece cuajar mucho con ningún interés de moda en el presente. En este sentido Rusell hace una película atípica pero también anacrónica, sin un público claro. Al menos eso me preguntaba cuando salí de ver la película: para quién filmó Rusell esta película cara, de época, plagada de primeras figuras actorales? Hay alguna clase de rédito funcionando detrás de todo esto? La respuesta parece ser no.

Ámsterdam es un título que perfectamente podría haber sido “París”, “MIlán”, “Praga” o cualquier otro. Porque en el fondo ese nombre denomina a esa intensidad que se hace piel en el film de Rusell y que alguna vez Barthes utilizara como título para uno de sus seminarios: Cómo vivir juntos. Lo que narra la película es un contrato amistoso que suspende las reglas del mundo, porque es un refugio para sus personajes. Esa ciudad, a la cual, dicho sea de paso, los personajes ni pueden volver, es la utopía del reencuentro y del cuidado de los pares. En este sentido indico que me parece extraña esa felicidad con fecha de vencimiento que Rusell intenta retratar, porque acaso se trata de un sentimiento casi infantil de los protagonistas. De hecho la presencia de Margot Robbie en el cast, la de Christian Bale (que si seguimos el chiste de sus declaraciones, bien pudo haber sido Leo DICaprio) y de Brad Pitt en la producción me recordaron a Érase una vez en Hollywood, película con la que, además, Ámsterdam comparte una piedad para con sus personajes, una que va de la oscuridad de la guerra a la luminosidad del amor.

No puedo dejar de pensar que la película de Russell está condenada a fracasar por su extensión desmedida, por sus vueltas innecesarias cuando quiere jugar a ser una comedia criminal de espionaje, pero también no puede sino fracasar porque el mundo noble que propone está a años luz de cualquier forma de cinismo que acostumbramos a ver en el mainstream (y no tanto) actual. En este sentido, en su tren de ir a contrapelo de su tiempo, es altamente probable que Ámsterdam fracase con holgura. Pero habrá sido un fracaso feliz, hasta que, quizás, su director decida volver a tierras más fértiles, a materiales premiables. Y se aleje, nuevamente, del santuario de la nobleza y la bondad, que a veces emergen de manera imprevisible, como destellos en medio de la noche de los estrenos semanales.

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