#DiarioCinéfilo: A pesar de Zama

Por Sergio Monsalve

Bancar(la) : 13 puntos en torno a Zama y la figura pública de Lucrecia Martel

Por Sergio Monsalve

1. Lucrecia Martel vino a Venezuela en el 2009. Estuvo por Mérida y decidí viajar para conocerla y entrevistarla. Pudimos cumplir con la misión en ambos casos. Y ella como persona no nos defraudó. Yo viajaba con Malena Ferrer para producir un episodio de una serie llamada “Estado Crítico”, donde abordamos diferentes géneros. Tocaba el turno del documental. Martel accedió a hablar del género de la no ficción, siendo una realizadora dedicada a la creación de atmósferas con actores profesionales y no profesionales. Permitió la entrevista en su condición de realizadora y porque su trabajo tiene claras influencias del realismo en todas sus variantes(sociales, mágicas, poéticas, fantásticas).

2. Lucrecia, por suerte para nosotros, se hospedó en “Posada Casa Sol”, un hostal pequeño y de decoración rústica, uno de los locales hípsters de la red hotelera de la zona. Ahí Eli Roth pudiese filmar una secuela de su franquicia de porno tortura. Nosotros seríamos los villanos y una jovencita nos mataría en el desenlace del filme, porque así lo mandan los credos xenófobos del amigo de Tarantino. Siempre caemos por ahí cuando viajamos a Mérida. Al llegar y dar una vuelta por el lugar, nos comentaron la noticia del pueblo: Lucrecia se quedaba en Casa Sol y a una cuadra se alojaba Román Gubern. Pero la nota es sobre Lucrecia. Después, en otra entrega, les puedo hablar del querido Román (denostado por algún crítico desubicado del patio).

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3. A la mañana siguiente de llegar a Mérida, bajamos a desayunar en el comedor común del sitio. En la mesa contigua esperaba Lucrecia con una bebida caliente, sus gafas, la cabeza inclinada y la mirada clavada en algún pensamiento íntimo. Nos pareció un personaje digno de cualquiera de sus películas. Ella era un poco La Mujer sin Cabeza, La Niña Santa y La Ciénaga sentada delante de nosotros, a la espera de sus tostadas y sus guarniciones. La paciencia fue su bandera durante su estadía. Atendía los reclamos absurdos de los organizadores y fanáticos. Escuchaba con calma las opiniones de sus interlocutores. Compartía estrado con gente de menor rango y profundidad. Pero en su comportamiento no llegamos a descubrir el estereotipo de la típica autora condescendiente y perdonavidas, pagada de sí misma.

4. Muy por el contrario, disfrutaba de la estancia y de poder compartir con extraños. Me daba una pequeña lección a mi eterno ego escurridizo, evasivo y generalmente misántropo. Los ojos de Martel, de todos modos, me develaban a una mujer melancólica, seria e intensa. De seguro, mi retrato de ella debe ser una reducción o una simplificación. Pero así la recuerdo.

5. Estiramos por inseguridad el momento de entrevistarla. En La Posada le estrechamos la mano con escaso tacto o sentido de la oportunidad. Le pedimos la entrevista y ella respondió afirmativamente. No teníamos los equipos en el aquel instante, de modo que postergamos el encuentro. En el día, el crítico Sergio Dahbar la presentó impecablemente. Lucrecia contó innumerables anécdotas definitorias de su enfoque. El público le formuló interrogantes insólitas. Las contestó con parsimonia y sentido del humor. Al concluir el conversatorio, Malena se le acercó y de inmediato nos acompañó hasta la calle exterior del teatro César Rengifo de Mérida. En una acera transitada, la entrevistamos. Tomamos su cartera. Conversó con nosotros por diez minutos.

6. En retrospectiva, interpreto la intervención de Lucrecia en Mérida como un involuntario anticipo de El Ciudadano Ilustre, salvando las distancias. Una puesta en escena de la autora siendo utilizada por un contexto huérfano. Si escaseaban visitas así hace una década, en la actualidad ni se diga. Venezuela ahora es Cuba, quitándole el Festival de la Habana. Nadie se atreve a pisar el país por razones de seguridad. Somos una tierra abandonada.

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7. Al ver Zama, mis pensamientos sobre Lucrecia se revuelven como los peces del intro de su largometraje, perjudicado por Roger Koza al tacharlo como la mejor película argentina del siglo. Comentarios de tal magnitud, me ponen en guardia y me hacen pensar en los conflictos de interés de la crítica argentina. Conflictos extensivos a la crítica francesa, a la española, a la latinoamericana, a la venezolana.

8. Somos selectivos en nuestros afectos, en nuestras memorias, en nuestras bajadas de línea, en nuestras sentencias. Condenamos el uso de consignas en las películas. Sin embargo, devenimos en una metralleta de lugares comunes ante la presencia de ciertos ritos, ídolos y largometrajes. Lea usted las crónicas de lo nuevo de Godard y ríase con confianza de la inanidad disfrazada de análisis semiótico incomprensible. Así, los críticos nos convertimos en fabricantes de galletas chinas y de chimeneas.

9. Con todo el aprecio que le tengo, Zama es la segunda película fallida de su directora, después de La niña santa. Su efectismo artesanal me pierde desde la voz remarcada del niño, la intromisión de la música experimental para subrayar el estado alucinado del protagonista y la entrada forzada de una llama en una escena surrealista. Buñuel te sorprendía con una gallina interpelando la cotidianidad de uno de los mendigos de Los Olvidados. Los cuadrúpedos de Lucrecia ingresan a plano con el empuje de una impostación equivalente a los diálogos y las caras de traste de sus secundarios emperifollados (escasamente desarrollados) sobreentiendo la alegoría progre del exiliado inconforme en tierra de nativos (mejor formulada en El Coronel no tiene quien le escriba de Arturo Ripstein).

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10. Martel no escapa de la medianía de un pensamiento binario, maniqueo e izquierdista, alrededor del tema de la colonización. Su virtud radica en problematizar el lastre del “buen salvaje” instrumentado por los lobistas del romanticismo latinoamericano.
El comunismo rococó de la ronda festivalera se lava la mala conciencia, seleccionando y premiando El abrazo de la serpiente, un film de pura corrección política. En cambio, Lucrecia desnuda la violencia de los conquistados en respuesta a la agresión de los inquisidores. Pero su procedimiento embellece la estética del hambre de Glauber Rocha.

11. Los indígenas recuperan el foco objetivista del John Ford revisionista. Se los encuadra a la distancia, remarcando sus rasgos exóticos en la composición de las batallas. La antropología inocente sataniza a los cruzados, obligándolos a interpretar un papel de funcionarios grotescos, frustrados y mezquinos. Un cine lleno de canallas, sucios, malos y feos. Caricatura de un sello qualité. No le encuentro la gracia que sí ostentan los sátiros italianos de Scolla y Ferreri. Los diálogos de sordos son planos, declamados y graves.

12. El hombre sumido en la dificultad solo consigue la redención en el sacrificio y la mutilación. A la alegoría se le subraya, reciclando las venas abiertas de La Misión y Jericó. Obvia la reflexión de la crisis del macho, del poder etnocéntrico y su semejanza con el status actual. El envión narrativo de la segunda parte compensa la misteriosa quietud del extenso primer acto. La duración redunda en imágenes y palabras, carentes de edición.

13. En el corazón de las tinieblas, Zama perdió el paraíso y el derecho de regresar a casa. En el trayecto, Lucrecia se extravío en un laberinto de claves y metáforas hechas. La banco igual.  Por algo su último filme sintetiza el inmovilismo, la estéril espera, el absurdo de la existencia.

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