#Rescates: ¿Qué otra cosa podemos hacer excepto ver telefilms?

Por Claudio Huck

Rescates telemaníacos

Por Claudio Huck

Hurgando en la historia de la televisión podemos encontrar infinidad de obras olvidadas que aún aguardan ser redescubiertas. Siempre se presenta a la TV como vehículo de estupidización y adoctrinamiento, un prejuicio burgués demodé que todavía persiste en creer que hay una alta cultura y que la televisión jamás podrá compararse con el cine. El telefilme comenzó a popularizarse en los años 60 del siglo XX, encontrando su apogeo durante los 70, época de oro en la que se realizaron de a centenas, decayendo su producción y calidad hacia los 80 y desapareciendo, prácticamente, en los 90. El telefilme es solamente una película hecha para televisión, la denominación no posee a priori ninguna connotación en sí misma. Lo aclaramos porque es usual que la crítica utilice telefilme como sinónimo de película mediocre y sin vuelo, lo que es una falacia. La emisión catódica, al ser instantánea y estar acotada a determinado lugar y tiempo -y que con suerte puede dar lugar apenas a una segunda proyección- tiene algo de provisional y efímero. Si a eso sumamos que los videotapes eran reutilizados o destruidos (como era común en nuestro país, que no conserva casi nada de la televisión anterior a los años 80) es una fortuna que muchas de estas obras aún se conserven.

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Hay infinidad de autores que aportaron maravillas a la TV (como Rainer W. Fassbinder que filmó series, miniseries y telefilmes) y otros que se especializaron en este medio, dejando de lado la gran pantalla (como el gran Dan Curtis, director, productor y guionista). Vamos a intentar rescatar auténticas gemas televisivas, desdeñadas durante muchos años, y que hoy, gracias a internet, son de fácil acceso. Hoy le toca el turno al gran Robert Enrico, recordado por sus estupendas películas Los aventureros o El viejo fusil, y que realizó varios aportes para la TV, como las dos obras maestras que reseñamos a continuación.

Incidente en el Puente sobre el Río del Búho (An occurrence at Owl Creek Bridge)

En 1962, Robert Enrico realiza En el corazón de la vida (Au coeur de la vie) una película de tres episodios basada en Cuentos de soldados de Ambrose Bierce. La riviere du Hibou es el más logrado de ellos. La acción transcurre durante la Guerra de Secesión norteamericana. Un hombre va a ser ahorcado, por un pelotón de la Unión, sobre el Río del Búho. En el momento de la ejecución la cuerda se corta, el hombre cae al agua, y aunque perseguido por las balas enemigas, logra escapar rumbo a su hogar. No vamos a contar detalles para no alertar a los posibles espectadores que desconozcan el fabuloso cuento de Bierce. Esta obra ganó la Palma de Oro en la sección Cortometrajes en el Festival de Cannes. La historia se narra sólo con imágenes con la apoyatura de tres o cuatro diálogos apenas, que son en realidad los pensamientos que atraviesan la mente del condenado antes de la ejecución. Enrico sabe como manejar las emociones del espectador, como dosificar la acción y el suspenso y trabaja el sonido ambiente de manera magistral

La transcripción del cuento es formidable, las imágenes siguen palmo a palmo el relato de Bierce. Si bien el cine y la literatura son artes independientes y nunca hay que valorar una obra como mera ilustración de la otra, también es cierto que el pasaje de un texto al cine debe conservar el espíritu del original, si es que se quiere seguir hablando de adaptación. El corto se presentó en 1964 en el Festival de Nueva York, donde fue presenciado por Rod Serling. Tal fue el impacto que le causó, que compró los derechos para que fuera exhibido como el capítulo 22 de la quinta y última temporada de la mítica La dimensión desconocida. Se cambió el título cinematográfico por el del cuento original de Bierce con el deseo, quizás, de poder aspirar a un segmento de audiencia que abarcara también a los lectores. Se emitió con una leve variación que nadie señala y es muy llamativa: fue suprimida la voz interior del protagonista. El personaje meditaba sobre un tronco llevado por la corriente, sobre los ojos grises de un francotirador y su perfección en el tiro, y sobre su posibilidad de escape. Rod Serling opta por eliminar sorprendentemente los diálogos introspectivos, contra lo que uno podía pensar a priori, considerando al espectador televisivo más atento al oído y menos anclado en el poder de las imágenes. La ausencia de reflexión interior vuelve al relato más objetivo y exacerba el efecto sorpresa del desenlace. Existen pocos casos como el de Incidente sobre el Río del Búho, gestado para salas cinematográficas y transmutado luego en capítulo de un programa televisivo.

 

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El alquiler del fantasma (La redevance du fantôme)

El subgénero de casas endemoniadas, poseídas o encantadasha tenido bastante suerte en el cine y la televisión, y son muchas las películas sobre el tema que han sido estupendas y recordamos con agrado. Robert Enrico realiza en 1965 una versión para la televisión de la nouvelle El fantasma que pagaba alquiler, de Henry James. Peter Fanning es un estudiante de teología de la Universidad de Cambridge que disfruta de caminatas por los parajes cercanos a la pensión donde se aloja. Se siente atraído por una casa misteriosa y abandonada, a la que vuelve en cada nuevo paseo. Conoce además a un viejo capitán con el que conversa cerca de la tenebrosa residencia. Y según se entera luego en la pensión, el anciano mató con palabras terribles a su propia hija, que merodea la casa y cada trimestre, paga un alquiler a su padre. El resultado es una rara avisaún para los estándares de la época, una película de parsimonia inusual en la TV de todos los tiempos, e imposible de imaginar en la televisión de hoy. El blanco y negro es contrastado y expresivo y la composición es muy depurada, y recuerda a las obras de los maestros italianos del orrore, como Mario Bava o Riccardo Freda. La cámara es descriptiva y los travelling, envolventes, van marcando una cadencia visual muy particular. El sonido ambiente  está subrayado (ruidos de pasos, cantos de pájaros, puertas que chirrían), las conversaciones son largas y pausadas y la música acentúa la atmósfera. Pero también hay extensas escenas sin diálogos, de pura descripción. Marie Laforet, con esa belleza extraña de blancura marmórea que sólo es comparable a la de Isabelle Adjani,  es el rostro ideal para encarnar al fantasma. Telefilme muy osado en su trabajo formal que abunda en escenas puramente contemplativas, y que está destinado a espectadores que posean cierto training en un cine depurado que narra sin prisa. No aguarden por grandes terrores (que aquí no van a hallar). El disfrute se encuentra en cómo se cuenta la historia: en la cadencia, los ambientes lóbregos, los detalles, el clima sugerente logrado por un travelling de seguimiento en el bosque o los reflejos de luces que cambian en las ventanas de la mansión. Enrico se toma una licencia y agrega un epílogo a Henry James. Dos números musicales de Marie Laforet. La cámara la sigue de cerca, se abstrae del público que la rodea, se enamora magnéticamente de ella como lo hace el protagonista de esta historia. Una escena que se despega de la palabra escrita y que viene a constatar que el cine (porque un telefilme también es cine) es ante todo el poder hipnótico de la imagen, el genio de la foto (al decir de Edgar Morin) que es aquí encarnado por la fotogénica de Marie Laforet.

 

Estas obras que comentamos evidencian que la caja catódica no tiene nada de boba. Basta sólo saber buscar en el arcón de la web.

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