Av Cloverfield 10

Por Federico Karstulovich

Avenida Cloverfield 10 (10 Cloverfield Lane)
Estados Unidos, 2016, 103´
Dirigida por Dan Trachtenberg.
Con Mary Elizabeth Winstead, John Goodman y John Gallagher Jr

El genio (es (d)el) sistema

Por Federico Karstulovich
En algunas ocasiones los rompecabezas narrativos suelen mostrarse con formatos ostentosos, propios de la histeria de quien precisa remarcar el character extraño del objeto. Esas excentricidades suelen consolidar a ¨genios¨, ¨tocados por la varita¨y paradójicamente inisibilizan al conjunto cuando en realidad debería destacarse (el cine es fundamentalmente un arte en comunidad por más verticalismo de roles). Un rompecabezas, no obstante, es algo menos extraño de lo que la dispersion de piezas indica: la mera fragmentación provee a quien deba reconstruirlo una actitud más activa a la hora de considerar los indicios presentes. Los rompecabezas narrativos muestran las costuras, los rompecabezas escondidos son los que destacan la genialidad del sistema colectivo de trabajo que el viejo Hollywood se especializó en construir a lo largo de las seis primeras dècadas del siglo XX.

Avenida Cloverfield 10 es menos una secuela que un spin off de aquella que se sostenìa sobre un falso found footage (Cloverfield, dirigida por Matt Reeves en 2008) y como tal no se concentra en los fuegos artificiales de la astucia de una premisa ganchera propia de los artefactos high concept (pelìculas de premisas originales e inesperadas) que suelen tener buena recepción en el publico del mainstream, sino que baja a los personajes, vuelve a la vieja y querida artesanìa de contar una historia con todos los elementos que el clacisismo narrativo provee al cine al menos desde hace un siglo. Vuelve a confiar en el viejo sistema de los artesanos, algo que cada tanto el mainstream recuerda por medio de directores desclasados (debutantes, guionistas, directores de segunda unidad o simplemente artesanos encargados de películas relegadas a un segundo orden). Algo de eso aparece recuperado en la saga de películas de Marvel, no casualmente asignadas a directores no particularmente consolidados ni a estrellas.

En AC10 el centro simbólico gira también frente a un rompecabezas. El centro es simbólico, no dramático, por eso nunca prima niguna clase de subrayado y, bien por el contrario, se impone un despliegue de pistas en donde las inferencias siempre abren dobles, triples y cuádruples interrogantes, como alguna vez lo hicieron directores como Jacques Torneur, Fritz Lang o Robert Siodmak, pero también Alfred Hitchcock. La confianza en el juego de las pistas y en la manipulación emocional establecida como propuesta por AC10 es menos un acto de desprecio por el espectador que una convocatoria a sus potencialidades de lectura. Y acaso de eso se trata esta pequeña gran película: de un acto de lectura, de la organización de las pistas en pos de una comprensión que a primera vista se muestra imposible. No es casual, en este sentido, que quien esté atrás del asunto sea JJ Abrams y que, por el mismo motivo, todo el juego tenga un ligero sabor a Lost, la serie producida por el susodicho en donde el centro simbólico también giraba en torno a los juegos y a la dispersión de las pistas de lectura.

La recuperación del lugar hiperactivo del espectador (como pasaba hace un par de años con La cabaña del terror (Drew Goddard, 2013), la confirmación del genio del sistema que sigue intacto, confiando en nuestra inteligencia en medio de tanques descerebrados o exacerbadamente solemnes no puede sino festejarse saltando en una pata y celebrando, entre otras cosas, la fiesta interminable de ver a John Goodman gritando como un nene grande suelto en una jugueterìa, dispuesto a cargarse el mundo con sus manotas tiernas, incluidos nosotros.

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