Beekeeper: sentencia de muerte

Por Gabriel Santiago Suede

The Beekeeper
EE.UU. – Inglaterra, 2023, 105′
Dirigida por David Ayer
Con Jason Statham, Josh Hutcherson, Jeremy Irons, Emmy Raver-Lampman, Bobby Naderi, Taylor James, Michael Epp, David Witts, Adam Basil, Arian Nik

Cumple y dignifica

Podemos ser prejuiciosos: si un actor multiplica su presencia en una diversidad de proyectos (teoría actoral vitivinícola: ser un actor prolífico tiene menos prensa que ser un actor de apariciones escasas) tendemos a pensar que su legitimidad pende de un hilo. Le pasó a Bruce Willis y a Nicholas Cage y nos reímos de ellos. Pero no toquemos a Joaquin Phoenix ni a Timothee Chalamet, porque están blindados al filmar un promedio de una o media película por año. Ahora volvamos a nuestros héroes prolíficos que oscilan entre el trash y la autoconciencia. Ahí, en ese intermedio, está el queridísimo Jason Statham, el hombre que quiso ser franquicia.

Beekeper: sentencia de muerte es la entrega cuatrimestral que nos regala Statham, porque el hombre no se limita a grandes tanques ni a productos boutique. El hombre es un populista que puede ser popular según el caso: el tipo emite, circula, baja su propio valor, pero cada tanto, cuando encuentra su equilibrio de Nash, la pega, y todos ganamos. En este caso estamos ante un caso a mitad de camino: por un lado hay una pretensión de arrancar una franquicia más de acción (que rememora a la saga Bourne con la saga Misión: Imposible pero que se entrevera con una violencia explícita que esas sagas no tolerarían y que si podemos ver en la saga de John Wick y sus sucedáneos) a la vez hay un interés por tomarse el asunto un poco a la chacota, como si en el fondo Beekeper fuera consciente de que no hay material franquiciable.

Cuando su director, David Ayer, se permite las libertades de lo berreta (pero lo berreta en serio -en donde Statham es autor y Ayer es apenas un recién llegado a la fiesta-, no lo berreta cool forzado, como sucedió con la paupérrrima Suicide Squad), cuando se aleja del prestigio inicial (ese que supo ganarse como guionista de Día de entrenamiento (2002)), en definitiva, cuando se entrega al anonimato de no querer ser autor y ser un facilitador, una polea de transmisión de velocidades (donde Statham es motor y donde nosotros recibimos), sus películas (que no su obra) se vuelven musculares. Y Beekeper es eso: un cine muscular, de músculos medio viejos pero con energía, de músculos fibrosos y poquísima grasa (aunque parezca lo inverso). Es la primera de las tapadas del año, se los anticipo. Porque Statham es pueblo: no promete, sino que cumple y dignifica (el oficio) ante cuanta mierda encuentre en su camino.

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