#DossierBélico (1): Pequeños Guerreros & Rescatando al Soldado Ryan (Primera parte)

Por Hernán Schell

Aclaración previa: Esta nota (una obra maestra de la crítica contemporánea) es un capítulo del extraordinario libro Las Guerras del Cine, escrito por Jonathan Rosenbaum y traducido en su momento para la edición en español por Hugo Salas y Javier Porta Fouz. Se trata de toda una lección de cómo mezclar, en una misma nota, la discusión con otros críticos; la mirada política aguda; la brillante lectura de un género y las paradojas en la que puede caer, y la lectura particular y sumamente original de dos películas (una prestigiosa, a la que Rosenbaum cuestiona, y otra sin nada de prestigio, a la que Rosenbaum exalta), sumado incluso a una reflexión sobre el marketing que pueden rodear diferentes películas.

Por su extensión, la publicaremos en tres partes.

Agradecemos enormemente a su autor el que nos haya dado permiso para publicarlo y también a Roger Koza que nos proporcionó el contacto. Por otro lado, a Jonathan Rosenbaum pueden leerlo aquí https://www.jonathanrosenbaum.net/. Y a Roger Koza, por aquí. http://ojosabiertos.otroscines.com/

Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan)
Estados Unidos, 1998, 169´
Dirigida por Steven Spielberg
Con Tom Hanks, Tom Sizemore, Edward Burns, Adam Goldberg, Matt Damon, Vin Diesel

Pequeños Guerreros (Small Soldiers)
Estados Unidos, 1998, 108′
Dirigida por Joe Dante
Con David Cross, Jay Mohr, Alexandra Wilson, Kirsten Dunst, Tommy Lee Jones, Frank Langella.

En guerra contra la violencia cultural: la recepción crítica de Pequeños Guerreros

Por Jonathan Rosenbaum

Durante la primavera de 1998, no mucho antes del estreno de Pequeños guerreros en Estados Unidos, encontré por casualidad “The Toys of Peace” (“Los juguetes de la paz”), un cuento sabio y perverso escrito por Saki e incluido en la reciente colección de A.S. Byatt, “The Oxford Books of English Short Stories”. Ambientada en 1914, la historia cuenta los esfuerzos nobles y estériles del héroe por interesar a sus dos sobrinos, de nueve y diez años, en “juguetes pacíficos”: maquetas de un tacho de basura municipal y la división Manchester de la YWCA (Young Women Christian Association), muñequitos de plomo de John Stuart Mill, Robert Raikes (el fundador de las escuelas dominicales), un inspector sanitario y un consejero de distrito. Cuarenta minutos después, pasa a ver a los chicos y descubre que convirtieron los objetos en juguetes bélicos. El tacho de basura municipal ha sido agujereado para colocar las bocas de cañones imaginarios, Mill está bañado en tinta roja para que se parezca a un coronel francés del siglo XVIII, una de las paredes laterales del edificio de la YWCA está salpicado con el resto de la tinta: un escenario montado para un juego cruel y sangriento.

Una respuesta mordaz a la educación infantil bajo la corrección política en Inglaterra de 1914, la historia de Saki testimonia la atracción de larga data de los chicos por la fantasía de la guerra. Aún más perversa y sabia en algunos aspectos es Pequeños Guerreros de Joe Dante, una corrosiva sátira que muestra de manera poco sutil que  algunas de las fantasías guerreras de los chicos se hacen realidad, como ocurrió en Vietnam y en el Golfo. Los sentimientos y mentiras que subyacen en esas aventuras temerarias, tal y como lo muestra la película, no son tan diferentes de aquellos que subyacen en los juegos de niños. Esto se aplica especialmente a los espectadores civiles que observan las batallas desde lejos, aceptando la puesta en escena de los periodistas televisivos y radiales y de los gobiernos, de la misma manera en que los chicos aceptan los juegos planificados por los fabricantes de juguetes. Pero también se aplica a algunops de los participantes, los entusiastas soldados programados por las películas para ver a la guerra como una forma glorificada de patoterismo. El reciente libro de Garry Will, “John Wayne´s America”, arriesga la hipótesis de que fueron sobre todo nuestras fantasías sobre una estrella de cine las que nos metieron en Vietnam. ¿Y no podría decirse que los dos productos norteamericanos de exportación más exitosos, las películas y las armas, son en ambos casos juguetes agresivos y estimulantes?

Pequeños Guerreros se estrenó en Estados Unidos a principios de julio de 1998, sólo dos semanas antes del estreno de Rescatando al soldado Ryan -una película del mismo estudio de Hollywood, DreamWorks, y dirigida por Steven Spielberg, quien además produjo Pequeños Guerreros- lo cual brindaba al espectador dispuesto la posibilidad de vincular la sátira con la realidad del momento. En mi opinión, la película de Spielberg representaba una forma sofisticada de belicismo, apoyada en hábiles adaptaciones al mainstream de casi todas las películas de guerra que Spielberg había visto. Sin embargo, aunque sus propios discursos contenía tantas referencias hacia otras películas de guerra como el film de Dante, este hecho pasó inadvertido para la prensa norteamericana, que aplaudió la película de Spielberg precisamente por su frescura y originalidad. Spielberg recurrió a recuerdos de segundo grado de Sin Novedad en el Frente (All Quiet in the Western Front 1939), las películas de guerra de Fuller, las películas de guerra de Kubrick, El Puente sobre el Kwai (The Bridge on the River Kwai-1957), y recuerdos de tercer grado de las películas de guerra de John Ford y muchas otras; mientras que Pequeños Guerreros parodiaba a Doce del Patíbulo (The Dirty Dozen, 1967) y Apocalipsis Now (1979), entre otras. Pero el mismo establishment que juzgó a Pequeños Guerreros pasada de moda y comercialmente vil, un remake de Gremlins (1984) o de Toy Story (1995) (o, como en algunos casos, de ambas) motivada por mera codicia, declaró que Rescatando al Soldado Ryan era absolutamente novedosa y moralmente esclarecedora. El impacto de la extrema violencia del desembarco en la playa de Normandía al principio de la película silenció a la crítica, de la misma manera en que a veces se puede ganar una discusión gritando.

En síntesis, la diferencia en el tratamiento mediático de esos dos estrenos fue tan grande que la conexión directa de la película de Dante con la de Spielberg pasó virtualmente inadvertida. Para la mayoría del público, Pequeños Guerreros era cualquier cosa antes que un film de autor: al nombre de Joe Dante, apenas conocido entre los espectadores norteamericanos, se le dio tan poca importancia en la publicidad previa de la película que ni siquiera que ni siquiera pude notarlo, y estuvo a punto de perderme la proyección de prensa en Chicago, pese a que soy un seguidor apasionado de la obra de Dante, al menos desde Gremlins. Una de las razones de esta confusión fue la engañosa naturaleza de los avisos (aprobados por el mismo Dante -algo que me sorprendió mucho cuando lo supe- quizás como una manera de negociar y justificar su ambigua alianza con el intrincdo merchandising de la película -con Burger King- y la venta de varios juguetes bélicos). Los avisos mostraban en primer plano a los soldados de juguetes llamados Comandos Elite como si fueran héroes de la película y no sus patéticamente villanos cómicos, igualando erróneamente la esencia del film con la grosería de Globotech, el fabricante de Comandos Elite en la película. Si no hubiera leído en letra chica de los avisos que Dante era el director, me habría perdido la película debido a esa burda promoción.

¿Pero no tendemos todos a establecer valoraciones críticas de la mayoría de las películas antes de verlas? Hace más o menos un año descubrí en The Realist, la revista de humor de Paul Krassner, que el título chino de Nixon (1995) de Oliver Stone fue El gran mentiroso, lo que me llevó a reflexionar que si Stone hubiera tenido las agallas de ponerle a la película ese título en inglés, la hubiera odiado menos. (También tengo que admitir que el aura de silencioso respeto que rodeaba a Rescatando al Soldado Ryan me hizo acercarme a ella con cierta sospecha; desconfío de la retórica de cualquier director que decide comenzar y terminar una película con la bandera americana flameando, aunque sea una bandera norteamericana sucia y gris como en este caso, ya que aún así la rodea un halo de santidad).

Percibida casi exclusivamente como un lanzamiento de verano para niños con mucho merchandising, Pequeños Guerreros fue evaluada como tal por la mayor parte de la crítica. Aunque el público de multiplex con el que la vi en Chicago -así también los miles de espectadores de la proyección al aire libre en una plaza del Festival Internacional de Locarno el 7 de Agosto de 1998, un mes después de su estreno en Estados Unidos, donde se exhibió en doble programa con Loco por Mary (There´s something about Mary, 1998)– parecía entenderla e interpretarla totalmente como una sátira, muy pocos medios norteamericanos la interpretaron de ese modo, quizás porque los avisos gritaban más que la propia película. (Esto suele ocurrir con los grandes lanzamientos de los estudios. Se dijo que Austin Powers (1997), con un presupuesto de producción de 35 millones, tuvo un presupuesto de publicidad que osciló entre 35 y cuarenta millones).

En cambio, los mismos medios consideraron rápidamente a Rescatando al Soldado Ryan como un serio film de arte; al igual que La Lista de Schindler y Amistad (1997), fue destacada, mucho antes de que la viera algún crítico, como un producto prestigioso, un proyecto personal, y por consiguiente una apuesta valiente y arriesgada comercialmente de parte tanto de Spielberg como de DreamWorks. El hecho de que The New Yorker anunciara en su portada una entrevista promocional con Spielberg describiendo Rescatando al Soldado Ryan como la película “para terminar con con todas las guerras”, fue emblemático de las respuestas que el films suscitó en los demás medios. Los críticos la encontraron seria y adulta, otra evidencia de la creciente madurez de Spielberg como cineasta, y completamente diferente del cinismo mercantilista y el afán de lucro de Pequeños Guerreros, a la que muchos influyentes críticos de cine norteamericanos condenaron por su violencia, hipocresía y capacidad para traumatizar a los niños más pequeños. Ninguna crítica de esa naturaleza fue enarbolada contra Rescatando al Soldado Ryan, porque la mucho más gráfica violencia de la secuencia en la playa de Normandía fue interpretada como un saludable sacudón de realidad, que sólo podía traumatizar en sentido favorable, ya que provocaba en el público (supuestamente) adulto una conmoción que lo conducía a la percepción de la verdad.

Una frase característica de la reseña de David Denby en la revista New York -el crítico de cine que con más frecuencia expresa doble discurso norteamericano con la menor cantidad de autoconciencia- es la afirmación de que Rescatando al soldado Ryan hace volar en mil pedazos cualquier otra película sobre la Segunda Guerra Mundial”. El uso de una violenta metáfora militar para justificar una película de guerra supuestamente pacifista o al menos semipacifista debería conectarse ideológica y sintéticamente con el ya mencionado adelanto de la tapa de The New Yorker -esto es: “La película para terminar con todas las guerras que hace volar en mil pedazos a cualquier película sobre la Segunda Guerra Mundial”- para entender con mayor precisión la clase de hipocresía que expone el film de Dante.

Pero el desprecio por el trabajo de Dante no fue exclusivamente consecuencia de la publicidad norteamericana. La apreciación de la fuerza ética de Pequeños Guerreros depende no sólo del reconocimiento de Joe Dante como un director satírico particular sino que también requiere compartir ciertas actitudes generacionales y, asimismo, tener en cuenta el momento del estreno de Rescatando al Soldado Ryan, lo que para mí le otorgó al film de Dante una relevancia especial. Dicho de otra manera, Pequeños Guerreros se disfruta a partir de sus referencia contextuales mientras que el éxito de Rescatando al Soldado Ryan solamente es posible si se pasan por alto sus propias referencias contextuales. Los medios no prestaron atención a las referencias a otras películas bélicas en ambos casos porque iba contra el perfil crítico que supuestamente tenían estas películas: vil negocio en el caso de Pequeños Guerreros, profundas reflexiones sobre experiencias de la vida real en el caso de Rescatando al Soldado Ryan.

Para muchos espectadores norteamericanos, la responsabilidad autoral de Pequeños Guerreros había sido de Burger King, una suposición razonable dados contratos promocionales de merchandising de la película, por no mencionar el hecho de que, como finalmente me enteré por el propio Dante, Burger King tuvo el corte final. En Locarno, el único objeto de merchandising o artimaña promocional fue el gel para el pelo que se les entregó a los espectadores como una broma en relación con Loco por Mary, por lo que el público quedó libre de responder a la película en sus propios términos.

Si Burger King es el autor de la película y Dante es tan sólo su esforzado director, Pequeños Guerreros puede ciertamente interpretarse como hipócrita; si la película sirve principalmente para vender juguetes bélicos y Dante sólo puede trabajar en los márgenes del proyecto ridiculizando la venta de juguetes bélicos -y la venta, la compra y el consumo de guerras- entonces la empresa en su totalidad tiene que considerarse como una máquina dirigida contra sí misma. Luego, la pregunta acerca de cómo algunos críticos pasaron por alto la ridiculización, tiene que relacionarse con la pregunta acerca de cómo defensores como yo mismo pasamos por alto el aviso gráfico de Burger King. En última instancia, la cuestión central es en que consiste una película: en una experiencia visual o en el objeto central de una campaña de marketing. Rescatando al Soldado Ryan fue tratada principalmente como lo primero y Pequeños Guerreros como lo segundo, lo que justifica en parte no sólo la discrepancia entre las reacciones ante las películas sino también la incapacidad de la prensa en general para percibir cualquier relación significativa entre ambas películas.

Los siguientes comentarios son un intento de ilustrar más gráficamente la discrepancia y el error a través de mi lectura de Pequeños Guerreros.

To Be Continued

 

 

 

 

 

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