#DossierBélico (6): Pequeños Guerreros & Rescatando al Soldado Ryan (Tercera parte)

Por Hernán Schell

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Por Jonathan Rosenbaum

Al clasificar las cuarenta y siete críticas norteamericanas sobre Pequeños Guerreros que leí -omitiendo mi propia crítica favorable en el Chicago Reader, de la cual se recicla aquí un par de fragmentos- noto antes que nada una partición casi pareja: 22 son desfavorables, 18 son favorables y siete son mixtas. Pero lo que constituye “favorable”, “desfavorable” y “mixto” es en gran medida una cuestión de interpretación y difícilmente signifique lo mismo para dos críticos. Por ejemplo, la crítica de Eric Layton para Entertainment Today, a la que califiqué como “mixta” concluye: “para disfrutar plenamente de Pequeños Guerreros, el espectador debe ignorar sus oscuros mensajes políticos y limitarse a disfrutar de sus extraordinarios efectos especiales, más o menos como lo hizo durante Armageddon (1998)”. Leighton también dice: “el guión de Adam Rifkin es ostensiblemente una meditación sobre los peligros de la tecnología militar y el sinsentido de la guerra, pero Pequeños Guerreros está tan inmersa en la violencia que todo objetivo moralizante queda sujeto a discusión”. Rita Kiempley también expresó su desconfianza en su Washington Post, no tanto por la violencia sino por el público al que estaba dirigida la película: aunque “el mensaje es más complicado de lo que parece… el público al que está dirigida, niños de seis, ocho años, no puede hacer ninguna interpretación de este juego de guerra ruidoso y repetitivo. Y ciertamente no van a notar la hipocresía inherente a una película construida a partir del violento entretenimiento infantil que pretende condenar”. Pero Steve Murray en Atlanta Journal-Constitution basó sus reacciones encontradas en el hecho de que el film fuera un refrito de Toy Story, La Llave Mágica (The Indian in the cupboard, 1995), la Trilogía de terror (Trilogy of terror, 1975) hecha para televisión y, sobre todo, Gremlins: “Ese éxito de 1984 fue también dirigido por Joe Dante pero él no se puede demandar a sí mismo”.

Quizás se obtendría una clasificación más significativa si se observara cuantas de las críticas, favorables o no percibieron el film como una sátira, al menos en sus intenciones. Según mis cálculos, aproximadamente dos tercios lo interpretaron de esa manera, aunque cabe destacar que el tercio que no lo hizo estaba integrado por la mayoría de las críticas aparecidas a nivel nacional y con mayor número de lectores, incluyendo, entre otras, las de Gene Siskel en el Chicago Tribune, Peter Travers en Rolling Stone, Joe Morgersten en The Wall Street Journal, Peter Reiner en New Times, Leonard Clady en Variety y David Ansen en Newsweek. Y esta impresionante nómina ni siquiera incluye a Willmington del Chicago Tribune quien alude al “potencial satírico” no concretado del film, pero solamente en relación con los juguetes; a Roger Ebert (tanto en el Chicago Sun Times como en otros lugares), quien notó un “propósito satírico”, pero solamente en la evisceración de un miembro de los Comandos Elite por una cortadora de césped;  a Denis Lim en el Village Voice quien interpretó la sátira como exclusivamente dirigida al capitalismo; a Keneth Turan en Los Angeles Times, que solamente notó que Dante “proporciona dulzura y un sentido de comedia satítica a las relaciones humanas”; y a Janet Maslin en The New York Times, quien criticó la película por apuntar hacia “una sátira bien merecida a la industria del juguete” al principio y “olvidarse” de retomarla más adelante (vale la pena agregar que la nota “mixta” de Maslin, en la misma línea que la mayoría de sus críticas, se hace eco de Variety al juzgar a la película en gran medida como una aventura comercial. Comienza diciendo: “nada le gana a un juguete cuando se trata de atraer la atención de los chicos, por lo que Pequeños Guerreros de Joe Dante debería haber tenido todos los ingredientes de un producto seguro”. Y en cuanto a las demás críticas, muchas de ellas revelan hasta que punto la crítica de cine actual -incluso en publicaciones no comerciales- a menudo juicios comerciales con evaluaciones estéticas). En suma, ninguna de estos doce críticos dio la menor indicación de que Pequeños Guerreros tuviera algo que decir sobre la guerra o las películas bélicas y dado que fijaron el tono de la recepción crítica general, la posible conexión de la película de Dante con Rescatando al Soldado Ryan resultó mucho menos evidente.

Dos referencias recurrentes en la mayoría de esas críticas, especialmente en las desfovarobles, son Phil Hartman, cuya última aparición en la pantalla fue en esta película, y Toy Story, el éxito de animación computarizada de Disney. Hartman, asesinado por su novia mientras la película todavía estaba en producción, interpreta al vecino del héroe, un compulsivo fanático de la televisión que en un determinado momento le dice una frase memorable a su novia -“la Segunda Guerra es mi guerra favorita”- que uno podría atribuir fácilmente a Spielberg. Aunque el film está dedicado a Hartman en los títulos de cierre (mostrando una breve toma no utilizada de él como tributo) y su papel en la película es relativamente menor, su presencia perturbó a muchos críticos. Uno de ellos consideró un acto de mal gusto por parte de DreamWorks el haber estrenado la película y Travers en Rolling Stone estructuró su crítica en torno a la afirmación de que Pequeños Guerreros no era digna del talento de Hartman.

Toy Story, que también usó juguetes como personajes, se mencionó con frecuencia como la película de la cual Pequeños Guerreros robó o que trató de emular infructuosamente. El ya fallecido Gene Siskel, en el programa televisivo semanal que compartí con Ebert, comentó que él esperaba algo más “de punta” de Pequeños Guerreros, algo como Toy Story -pensando aparentemente en la tecnología empleada en esa película de animación, sin ninguna referencia a su contenido-, y muchos otros críticos, incluido Ebert, desaprobaron la violencia de Dante por perniciosa y perturbadora para los chicos, comparándola nuevamente con Toy Story. (En su programa televisivo, concluyeron juntos que la película era demasiado tonta para adultos y demasiado violenta para niños, de modo que no valía la pena que nadie la viera). Pero las únicas “puntas” que puedo recordar de esa película son las que les arrancan los ojos a los juguetes, quizá porque me resulta difícil separar la tecnología de aquello para lo cual se utiliza. No tengo hijos, pero me resulta difícil imaginar cómo un ejército de amable ridiculización del belicismo para todo público podría traumatizar a los mismos chicos que se amontonaban para disfrutar si problemas ojos arrancados y miembros amputados en Toy Story. Un padre me aseguró que la violencia de Toy Story no era percibida por su pequeño hijo como violencia sino más bien como una ráfaga visceral de imágenes. Es difícil ponerse a discutir sobre esto, pero yo diría que así como los chicos son perfectamente capaces de distinguir entre animación y acción en vivo (que suele ser la principal defensa de Toy Story como una inofensiva película para niños), son también capaces de distinguir entre juguetes y seres humanos. De cualquier modo, la posterior popularidad de Pequeños Guerreros en video -que inmediatamente alentó a la DreamWorks a pensar en una secuela-, hasta donde sé, basándome en la experiencia de varios padres y niñeras a las que he consultado, no ha provocado ningún trauma.

El elemento más fuerte de censura en las críticas tanto de Ebert como de Klady es la acusación de vileza, lo que merece examinarse con más detalle. Veamos los pasajes más relevantes de las dos críticas:

EBERT:

Pequeños Guerreros es por fuera una película para la familia y por dentro una película de acción violenta y perversa. Dado que la mayoría de las violencia recae en juguetes, supuestamente deberíamos dejarla pasar, pero yo no: los juguetes son presentados como individuos que pueden pensar por sí mismos y entre ellos hay héroes y villanos verosímiles. Para los niños más pequeños, ésta puede ser una experiencia aterradora…

En Pequeños Guerreros, a los juguetes les suceden cosas espeluznantes y muchos de ellos terminan pareciendo objetos de terror. Chip Hazard (un miembro del Comando Elite) tiene un final especialmente macabro. Lo que más me molesto de Pequeños Guerreros es que no me indicó donde pararme o qué actitud adoptar: en películas para adultos, me gusta esa cualidad.

Pero esta es una película vendida a los niños, con un montón de merchandising y avisos en los canales de televisión infantiles. A los niños que aún no alcanzaron cierta edad les gusta saber en qué pueden confiar: cuando los clones de Barbie son cortados en rebanadas y en cubitos por una cortadora de césped, ¿entenderán ellos el propósito satírico?

KLADY (párrafo que abre la crítica):

Pequeños guerreros parte de la idea de la tecnología fuera de control. Cuando los juguetes de acción de los chicos, que tienen implantados microchips militares defectuosos, comienzan a moverse, hablar y aprender, se vuelven contra sus dueños humanos en una venganza letal. Es la paranoia de los adultos que cobra vida, por lo que situarla en un contexto juvenil puede arruinar inadvertidamente el fundamento de la historia. Y si bien la sensación visual de una juguetería puesta patas para arriba -cortesía de los asombrosos efectos especiales- atraerá a los espectadores jóvenes, la vileza de la película y al gravedad del subtexto harán que el grueso de su público pierda el interés. El resultado será una rápida erosión comercial y una recaudación decepcionante en las boleterías. Un movimiento ancilar, especialmente en video, podría brindar a la película una sobrevida más vital.

Para discutir las objeciones de Ebert y Klady, hay que tener en cuenta algunos puntos que aparecen en sus críticas: la afirmación de Klady de que “los juguetes… se vuelven contra sus dueños humanos en una venganza letal” oscurece el hecho de que los objetivos de los Comandos Elite son en verdad los Gorgonitas, que están programados para esconderse y con en verdad los Gorgonitas, que están programados para esconderse y perder, y que los “dueños” humanos de ambos grupos de juguetes están en peligro sólo cuando se interponen o dan refugio a los Gorgonitas. De manera similar, la descripción de Ebert oscurece el hecho de que muchos de los Gorgonitas “(parecen) objetos de terror” desde afuera, y esto es lo que los convierte en los héroes de la película. Más aúnm, el afecto expresado por la película hacia esos nobles perdedores y el miedo y el escarnio demostrados hacia los Comandos Elite, representados sin ambigüedad como máquinas de matar sin razonamiento y sin piedad, proporciona la posición moral que Ebert no encuentra, una indicación tanto de “donde pararse” como de “que actitud adoptar”, aunque esto claramente “es” una indicación antes que un conjunto de directivas morales.

Dadas estas descripciones tan fallidas, la acusación de vileza se vuelve comprensible. El sentimiento de rechazo demostrado por ambas críticas sugiere que meterse en serio con el tema de disfrutar de la guerra como espectáculo es ciertamente vil si los propios impulsos del espectador en esa dirección se convierten en el blanco del ridículo. Y aunque Ebert es lo suficientemente provocador como para afirmar que permitirle al espectador cierta libertad moral es recomendable en una película para adultos pero reprensible en una película para chicos, podría decirse que las sólo parcialmente ocultas directivas morales y prejuicios de Rescatando al soldado Ryan convierten al film de Spielberg, según los términos de Ebert, en una película para chicos, no para adultos.

El hecho de que estos y otros críticos no percibieran el film de Dante como una sátira sobre el consumo de la guerra en cuanto espectáculo o en cuanto arte es desafortunado, pero no carece de precedentes. El mayor antecesor de Dant en el cine pop norteamericano, Frank Tashlin, también fue malentendido en Estados Unidos. La particular visión de Tashlin sobre la violencia cultural se basaba en dibujos animados -empezó como dibujante y animador-, pero los objetos de su desdén paródico y satírico eran de algún modo diferentes, ya que estaban vinculados con lo que era más agresivo en la cultura popular norteamericana de los 50: los cómics (Artistas y modelos (Artists and models,1955)); Hollywood (Entre la espada y la pared (Hollywood or bust, 1956)); el rock and roll (Papá soy yo (Rock-a-bye-baby, 1958)); la publicidad (En busca de un hombre (Will Success spoil Rock Hunter?)); la televisión, toda clase de excesos mediáticos, histeria sexual, colores chillones y artefactos (passim).

Como fanático y aficionado del terror, de las películas de ciencia ficción y también de los dibujos animados, Dante tiene una idea diferente acerca de lo qué es y en que consiste la agresión cultural, pero la fascinación con los materiales populares de los que se bura y a los que analiza es idéntica a la de Tashlin, lo que lleva a algunos periodistas a concluir que está demasiado involucrado con esos materiales para ser considerado un autor satírico. Así como algunos críticos encontraban a Tashlin demasiado vulgar para considerarlo un director satírico de la vulgaridad, otros ven las películas actuales de Dante demasiado violentas para ser interpretadas como sátiras sobre la violencia. Yo argumentaría que en los dos casos la extrema estilización de ambos directores crea una sensación de distanciamiento respecto de lo que están mostrando, que es la verdadera fuente de perturbación. Nada es percibido como real en sus fantasías cómicas, de modo que los espectadores que quieran participar están obligados a reflexionar sobre sus propias reacciones ante lo que están viendo, a examinar sus propios reflejos y a considerar en qué medida son los ellos los blancos de la sátira.

Pequeños Guerreros no es la primera vez en que Joe Dante fue malinterpretado ni, sospecho, será la última. Su anterior estreno cinematográfico en Estados Unidos, Matinee, de 1993, trataba sobre la paranoia bélica y sólo algunos críticos encontraron cierta conexión entre la crisis de los misiles en Cuba y los periódicos destripamientos de Bagdad a principios de los 90. Aunque casi todas las películas de Dante tratan sobre la ética y las implicaciones de ser espectador, prefiere mantener un bajo perfil dentro del sistema de los estudios y trabajar sin un publicista personal, la razón más obvia de por qué mchos críticos se resisten a considerarlo un autor.

No hay duda de que la incapacidad de muchos críticos norteamericanos para percibir a Pequeños Guerreros como una sátira puede atribuirse en parte al hábito de interpretar la sátira según el modelo swiftiano: el desprecio por la humanidad en general y el público en particular que manifiestan, por ejemplo, Dr. Insólito (Dr. Strangelove, 1964), Mentiras que Matan (Wag the Dog, 1997), y The Truman Show (1998), películas favoritas de los críticos y de otros miembros importantes de la industria que se enorgullecen de su “sabiduría mediática”. El personaje interpretado por Ed Harris en The Truman Show compendía esa imagen narcisista: una deidad en las nubes que entiende lo que el público necesita con elevada condescendencia. El hecho de que Harris fuera nominado a un premio de la Academia por este trabajo pone aún más de manifiesto la adulación.

Desde este punto de vista, uno de los aspectos más clarificadores y más desconcertantes de La Segunda Guerra Civil -el segundo film de la trilogía bélica de Dante que empezó con Matinee, lamentablemente vista sólo por cable en Estados Unidos (aunque exhibida en cines en Europa)- es hasta qué grado Dante rehúsa a mostrar desprecio por cualquiera de sus personajes humanos, sin importar cuán erróneo y monstruoso pueda ser su comportamiento. En La Segunda Guerra Civil la contradicción entre la peligrosa xenofobia de las políticas del gobernador (Beau Bridges) y el afecto que expresa tanto por su amante mexicana (Elizabeth Peña) como por la comida mexicana puede ser desvergonzadamente hipócrita pero Dante no desprecia a ese personaje, sino que parece gustarle; en verdad, sólo la xenofobia es ridiculizada. Un rechazo similar a tratar a cualquiera de los personajes como villanos puros caracteriza el trabajo de Tashlin y la actitud generacional asociada como sátira de Dante forma parte del legado de Tashlin. Es un legado tanto de escepticismo como de distancia hacia las complejas alegrías y los peligros de ser espectador, un legado que sugiere que los orígenes de Tashlin como dibujante y de Dante como crítico de cine pueden representar dos versiones del mismo impulso básico.

Parece que para los niños fue mucho más fácil captar el mensaje satírico de Pequeños Guerreros que para la mayoría de los críticos más prestigiosos de Estados Unidos, lo que indica que el problema del “ruido” -representado en este caso por la publicidad y el merchandising de Burger King, los cuales ayudaron a ocluir el esfuerzo creativo de Dante- se hace presente al evaluar sus películas. O quizás una razón más plausible por la que los críticos la pifiaron fue su deseo de asentir al patriótico belicismo de Spielberg, que Pequeños guerreros expone con alegre mofa.

 

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