#DossierRefugio – Vida de Solteros

Por Andrés Nazarala

Vida de solteros (Singles)
Estados Unidos, 1992, 99´.
Dirigida por Cameron Crowe
Con Bridget Fonda, Campbell Scott, Kyra Sedgwick y Matt Dillon.

Seattle era una fiesta

Por Andrés Nazarala R.

Uno
Aterricé en Seattle 20 años después del grunge. Pearl Jam ya no me parecía tan fascinante y todo el paquete (frío, bosque, desgarro, drogas, voces ásperas, cadáveres jóvenes, …) me resultaba ingenuamente adolescente (hoy, cuando vuelvo a Rebelde sin causa -Rebel Without a Cause, 1955-, me identifico más con el padre que con James Dean, pero no nos desviemos). El asunto es que llegué a Seattle por el festival de cine, lo que —como sabemos— implica ver películas “interesantes”, sostener conversaciones ad hoc y, en este caso en particular, tratar de no ser tan obvio como para hablar de Nirvana o Sub-Pop frente a los lugareños.

A pesar de mi alicaído entusiasmo por el rock noventero de esas latitudes, de pronto concebí un plan secreto. En medio de las actividades festivaleras, planeé una fuga en busca de las locaciones de Vida de Solteros. Me paré frente a un hotel boutique donde alguna vez estuvo el café donde trabaja Bridget Fonda, visité el restaurant en el que Campbell Scott recibe un gran “NO” del alcalde por su proyecto del Super Train, creí entrar al bar donde tocaba Alice in Chains pero era otro (la culpa es de un blog que me entregó señales erradas) y, especialmente, contemplé el edificio que alberga a los personajes protagónicos. Aquí me reencontré con mi adultez, o mejor dicho, con lo que imaginaba que sería mi adultez temprana cuando vi la película siendo un adolescente. Esa parecía ser la comunidad perfecta, sin vecinos hinchapelotas, ancianas verborreicas o niños que duermen cuando se gira la perilla del volumen hasta el tope. Una comunidad de amigos unidos por el rock y el amor, donde los vecinos se ayudan, Bridget Fonda desciende de su olimpo por el ascensor diariamente y, afuera, Chris Cornell (Q.E.P.D.) observa cómo el estéreo de un carro se hace pedazos. Ahí podía vivir toda la vida. Cuando me independicé, buscaría inconscientemente un edificio de ladrillos.

A todo esto, no hice mucho para evitar la obviedad. Me fui de Seattle vistiendo una remera de Sub-Pop.

Dos
Vida de solteros no es superior a Digan lo que quieran (Say Anything…, 1989), la entrañable ópera prima de Cameron Crowe. Lo que ahí era pura frescura, ahora se siente maqueteado. El encanto parece calculado y, el hecho de subirse a la moda la vuelve epocal. Crowe, un tipo bonachón que hace películas bonachonas, omite además la oscuridad que tenían las propuestas provenientes de esa gélida ciudad: el infierno de la heroína (el álbum “Dirt”, de Alice in Chains, sigue siendo un desagradable descenso a los infiernos), la marginalidad white trash que escondía esa escena en boga, el desencanto de una generación que parecía ir directo a estrellarse con el muro del fin del mundo. El Cliff que interpreta Matt Dillon con sus muletillas de “dude” (¿alguien dijo “Bill and Ted”?) es un tipo sano. O, al menos, nunca lo vemos consumiendo drogas. Y eso es porque no hay fealdad en el universo de Crowe. Entre coffee shops, clubes de rock y las calles de una ciudad idealizada, busca insertar esta nueva movida en una larga tradición de comedias románticas que hablan de la búsqueda de la felicidad. Como si fuese un manual de autoayuda para corazones solitarios, divide además la historia en capítulos, cada uno con un consejo sentimental.

Eso le da a Vida de solteros cierto anacronismo de género que choca con los guiños de época. Las situaciones que muestra la película —miedo al compromiso, búsqueda del amor verdadero, dedicación profesional vs. entrega sentimental, etc…— son trasplantables a cualquier universo y no muy distintas a las que movían a, digamos, Nora Ephron. Pero el contexto es efímero y, en algunos pasajes, se siente absolutamente obsoleto. Como cuando Linda (Kyra Sedwick) presenta su definición del hombre ideal: “Una mezcla de Holden Caulfield, Mel Gibson y la revolución sexual”.

¿Alguien apuntaría actualmente a Mel Gibson —devenido hoy para los ojos de Hollywood en una suerte de emblema de la incorrección política fascitoide— como modelo romántico? (con los años he llegado a considerar a Holden Caulfield como un tipo cínico e intolerante, pero -de nuevo- ahí nos metemos en otro tema).

Tres
¿Qué hace entonces que decida escribir sobre el segundo largometraje de Cameron Crowe para un dossier de películas- refugio, dejando de lado obras de cineastas que atesoro como favoritos (Bresson, Cassavetes, Eustache,…)? Supongo que hay motivos cinematográficos, pero otros que son esencialmente emocionales. Vamos por partes.

Una vez, hace años, conversando con Ezequiel Acuña sobre Se arrienda (2005), de Alberto Fuguet, surgió el nombre de Cameron Crowe. Para él, y lo decía como defensa, el chileno intentaba recoger esa “ligereza de la vida” que está siempre presente en la obra del realizador de Seattle. No sé si usó ese término exacto, pero entendí que esa era la idea, el factor “feel good” que tienen sus películas, la inmensa humanidad que esconden sus personajes, incluso los antagonistas. Si Crowe no tiene intenciones de renovar las fórmulas narrativas de la industria, ciertamente desafía sus maniqueísmos, lo que se traduce en una genuina comprensión de la humanidad. Esto hace que una película de Crowe —hasta la más mala— sea siempre una suerte de oasis de bondad y, por lo tanto, un refugio al que acudir de tanto en tanto.

Sería inútil y pretencioso ponernos a hablar aquí de la función real del cine (si es que hay alguna), pero Crowe sugiere la puerta de escape que algunos espectadores buscan para lidiar con las asperezas de esta vida. En el caso de Vida de solteros, instala “finales felices” sin que los dilemas que plantea dejen de ser verosímiles y reconocibles. La propuesta es generosa en casos de pareja: un abanico de ejemplos en el que brilla la relación entre Steve (Scott) y Linda (Sedwick). Se puede decir que la cinta está hecha como un muestrario de problemas comunes del corazón (las voces de los ciudadanos resonando por todo Seattle lo confirman). Cada espectador sabe dónde se sitúa.

Para establecer un vínculo estrecho con el espectador, Crowe hace que de vez en cuando los personajes hablen directamente a la cámara (recurso usado desde Alfie, el seductor irresistible -Alfie, 1966- hasta Alta Fidelidad -High Fidelity, 2000-). Como un confesionario. O una canción cantada al oído.

Cuatro
Ahora bien, ¿por qué Vida de solteros y no Digan lo que quieran? Simplemente porque la vi en un momento de mi vida en el que me interesaban la música y el amor, y el futuro inmediato se extendía como una pista de despegue. A diferencia de todas las películas que consumí en la infancia, aquí deposité planificaciones, proyecciones, cambié el juego por la construcción de un futuro. Por muchos años conservé el VHS para revisarla y refugiarme en mis propias expectativas, esas que solo pueden ser gatilladas por el cine. Nunca pude decidir si era una buena película o no, pero el cine no es una ciencia exacta. Las adhesiones están muchas veces por sobre el bien y el mal, como el viejo nostálgico que pasa por alto la manipulación sentimental de Cinema Paradiso (1988) porque vio cómo el cine de su infancia era demolido

Vida de solteros se disfruta como una canción ochentera en el dial de Aspen que no queremos cambiar cuando manejamos porque, de alguna manera, tiene algo que decir sobre nosotros. Aunque queramos escuchar algo más acorde a nuestras aspiraciones, siempre triunfará Phil Collins o Cindy Lauper. Siempre triunfará la nostalgia porque el pasado nos pertenece como la espina dorsal.

Una de mis frases favoritas de cine es la que lanza Robert (Cassavetes) en la tremenda Torrentes de amor (Love Streams, 1984): “La vida es una serie de suicidios, divorcios, promesas rotas, niños destrozados, lo que sea”. Podemos sumar elementos porque la vida es dura y el buen cine, inquietante. Pero un viejo VHS puede ser un refugio. Pase lo que pase, el “Sha ha na na na…” de Paul Westerberg –energético sobre las imágenes de una ciudad de postal- es capaz de levantarnos el ánimo y llevarnos hacia atrás. Vida de solteros es una isla habitable.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter