Drácula: Mar de sangre

Por Santiago Gonzalez

The Last Voyage of the Demeter
EE.UU., 2023, 118′
Dirigida por André Øvredal
Con Corey Hawkins, Aisling Franciosi, Liam Cunningham, David Dastmalchian

Un callejón y dos salidas

Drácula, mar de sangre (el poco imaginativo título en español del mucho más inspirado original The last voyage of Demeter) no solo es la última película de André Øvredal, sino una síntesis adecuada de su propia obra, ya con cinco películas en su haber. Troll hunter, La Morgue e Historias de miedo para contar en la oscuridad son películas que demuestran cierta maestría para crear escenas de terror, para trabajar los elementos dentro narración y para la dosificación de la acción. Drácula, mar de sangre es, entonces, una película dotada, antes que nada, de una autoconciencia de la propia obra. Suena ensimismado? Puede ser.

En Drácula, mar de sangre Øvredal presenta a un grupo de marineros que parecen escandinavos salidos de Troll hunter, quienes a su vez encuentran una mujer enterrada en un cajón con un misterio en sí misma (lo que remite a la premisa central de La Morgue) a su vez que proponiendo una aproximación crítica a un mito como Drácula, que nos refiere a Historias de miedo para contar en la oscuridad. Ahora bien, ¿Esto es bueno o malo? Parte y parte. Con Drácula, mar de sangre pasa algo raro. Si funciona correctamente en la mayor parte de su metraje es porque Øvredal aprendió a filmar y creció como narrador…pero (siempre hay un pero), la evolución no viene sola, ya que el hombre tiene que luchar con imposiciones epocales, como en este caso es la corrección política. Y si bien a veces logra incorporarla naturalmente al relato -como ocurre con la única presencia femenina que hay en ese barco-, esos ejes podrían no estar y el resultado sería el mismo. Al mismo tiempo la corrección política se hace visible en la relación entre el protagonista Corey Hawkins y Nosferatu, que se establece debido a que son diferentes en una época particular (él es un cirujano de color, el otro es un vampiro), algo similar a lo que supone la mujer que aparece en el mencionado ataúd. Así las cosas Øvredal las vuelve parte orgánica, por eso no percibimos esos gestos de época como imposiciones estrictas sino como concesiones estratégicas

Pero neutralizado el problema de la corrección polítiica, aparece otro, que es inherente al género y a la saturación misma del mito (no por nada la película opta por narrar un acontecimiento lateral de la novela, como si precisara que desplazáramos el eje de lo esperable). En Drácula, mar de sangre el director tiene que luchar con la presencia de Drácula, ya que el conocimiento previo de la historia condiciona la potencia y efectividad del personaje. Y eso se manifiesta en el ocultamiento, en el fuera de campo. En Drácula, mar de sangre Øvredal hace lo imposible para mostrar poco y nada a ese Nosferatu sangriento ya que entiende que la película pierde potencia nos revela a su villano. Como es de imaginar, es es lo que ocurre, porque en ninguna aparición el mito nos perturba. A eso le podemos sumar que la representación se reduce a una monstruosidad asexuada y fría. Recién al final con la promesa de una secuela podemos llegar a admirar algo de personalidad en el diseño, pero ya es tarde. Ambivalente es el resultado de esta versión, pero así y todo, en su imperfección hay una película con ideas y un director que ama al género tanto como para entregarse a sus automatismos como para repensarlo desde la mirada personal de su propia obra. 

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