Dulces y sangrientos 16

Por Santiago Gonzalez

Totally Killer
EE.UU., 2023, 99′
Dirigida por Nahnatchka Khan
Con Kiernan Shipka, Olivia Holt, Julie Bowen, Charlie Gillespie, Lochlyn Munro, Troy L. Johnson, Kimberly Huie, Liana Liberato, Kelcey Mawema, Stephi Chin-Salvo, Anna Diaz

El desprecio

Empatía. En 2015 se estrenó The final girls, dirigida por Todd Strauss-Schulson. El guión de aquella película era de Joshua John Miller, el hijo de Jason Miller, más conocido por ser el padre Karras en El exorcista (William Friedkin, 1973). La mención no es arbitraria: The final girls partía de un hecho doloroso (vivir sin un padre mundialmente reconocido) y particular para convertirlo en una idea universal: lidiar con la pérdida. De esa manera uno empatizaba con el conflicto de su protagonista, quien entraba en un slasher y se encontraba con su madre. O mejor dicho, con un personaje interpretado por su madre, personaje que la había vuelto famosa. De esa manera un personaje unidimensional adquiría otra faceta. The final girls, en este aspecto, no sólo era una película “meta”, sino que compartía la inteligencia de Scream, entendiendo que lo importante no era la referencia al subgénero sino el lazo afectivo y empático entre personajes.

80s sucked. Dulces y sangrientos 16 parte de una premisa similar: Un asesino que atacó en la década del ochenta vuelve a aparecer y mata a la madre de la protagonista. Frente a esa tragedia, por una de esas vueltas totalmente ilógicas, la protagonista consigue una máquina del tiempo y vuelve a los ochenta para encontrarse con su madre adolescente. Pero ya no dentro del cine como en TFG, sino como una joven metida de lleno en la cultura de los ochenta. Es interesante porque la operación no piensa al cine como instrumento para entender al mundo y lidiar con él en clave, sino que el cine es objeto de expropiación.

El humor después del amor. Dulces y sangrientos 16 le roba todo lo  que puede robarle a TFG salvo, precisamente, eso que la hacía inolvidable. En este punto pareciera no entender los resultados de su propia operación. O mejor dicho, lo entiende pero no le importa. Su directora Nahnatchka Khan proviene de la comedia, más precisamente de Young Rock, la  sitcom de 2021 sobre Dwayne Johnson. En este aspecto, parece lógico que se apoye en este género. El problema es que esto no se refleja en la película orgánicamente, sino que es forzado a ingresar a como dé lugar en los lugares que pueda entrar. El humor, entonces, queda relegado a las reacciones de la actriz Kiernan Shipka que hace lo que puede para balancear una época y un modo de entender el mundo (el pasado) con el presente de una década con la cancelación como principio rector de los contenidos audiovisuales. El humor, por tanto, no funciona porque nunca se establece que ella es alguien políticamente correcta y tampoco esto permite que nos importe su personaje. En vez de confiar en el verosímil y en los personajes la película precisa hacer pasar al pasado por el prisma del presente para neutralizar cualquier tentativa de incomodidad. Nos arrepentimos de los viajes en el tiempo y de Volver al futuro.

¿Terror? ¿Qué es esooooo? Si la comedia no funciona, imagínense que menos que menos funciona el terror en DyS16. En este sentido las contadas escenas de horror muestran una total desconfianza y prejuicio hacia el género, copiando lugares comunes vistos en uno y mil lados pero sin una apropiación narrativa, como si del género solo pudieran rescatarse los lugares comunes  y nada más. Si, es cierto, Scream también jugaba con los tópicos, pero esa autoconciencia habilitaba a que, cuando se producía un giro, la película rotara hacia lo imprevisible. Nada de esto sucede en DyS16, que dicho sea de paso, también exhibe un elocuente desprecio hacia el slasher en particular, como si el género no mereciera ser tomado en serio. Por eso la parodia se convierte aquí en una sátira culposa. De ahí que en DyS16 el slasher moderno se acerque más a Scary movie que a Scream. Las máscaras siempre sonrientes, poco serias, eran un anticipo de esto. Solo que no observamos adecuadamente que la sonrisa es, ante todo, también un gesto de desprecio y superioridad.

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