L’affaire Fourniret: Dans la tête de Monique Olivier
Francia, 2023, 5 episodios de 47′
Creada por por Christophe Astruc & Michelle Fines
El abismo
Si bien no soy el especialista en True Crimes que tiene esta revista, no puedo dejar de decir que me resultó imposible no hacerme una pasada por estas zonas horripilantes allá por inicio de marzo de 2023, cuando Netflix puso esta serie disponible. Como también era de prever, como no tengo un estómago capaz de digerir sin inconvenientes tanto morbo junto, pasó lo inevitable: abandoné al primer episodio so pena de amarillismo extremo (ya me había pasado con otro True Crime de Netflix, sobre un conductor televisivo inglés, sobre el que seguro se expida el compañero Pedro Gomes Reis en una de las próximas salidas de su curaduría de true crimes que esperamos ansiosamente y sobre la cual aquí pueden leer la primera entrega) y no volví a tocar la serie hasta que a finales de la segunda semana me dijeron: “no dejes de ver el segundo, ahí te engancha”. En efecto no hice caso y esperé hasta el final de la cuarta semana del mes, atareadísimo con el retorno de clases, con los niños de aquí para allá, con la multiplicidad de trabajos y con el tiempo demasiado disminuido como para torturar a mi esposa con una serie sobre asesinatos y violaciones como plato de cierre del día antes de ir a dormir. Así que en una de esas desveladas de fin de semana, cuando todos dormían, me propuse ver el bendito segundo episodio. Supuse que lo abandonaría y me iría a dormir temprano. Ese sábado no me dormí hasta las cinco de la mañana, casi con la sensación de estar consumiendo algo prohibido.
El caso Fourniret: Monique Olivier, instrumento del mal cuenta y no cuenta nada nuevo a la vez, como si la serie fuera plenamente consciente de su amarillismo de reenactments, sus cliffhangers engañosos al final de cada episodio y su réplica de formas y lugares comunes del género hasta el hartazgo. De hecho, el caso de dos criminales en donde uno manipula al otro pero nunca sabemos muy bien quién ocupa cada rol ya lo habíamos visto antes y mejor en Evil genius, la extraordinaria serie documental de Netflix de 2018. Pero en este caso, sin ser mejor, más bien por el contrario, algo distinto se ponía en juego. Y no, no se trataba de la estilización formal, de la narrativa estirada ni del carisma de los personajes. Hay algo más perturbador en ECF y es que el espanto relatado se acrecienta y se multiplica en nuestro cerebro conforme se nos retacea más cantidad de datos fácticos, como si nuestro cerebro no fuera capaz de tolerar por medio de los ojos pero no pudiera dejar de producir ante el acto de escucha, que es un acto perverso porque no hay párpados que nos obliteran la información (excepto que nos tapemos los oídos).
Ingresar al mundo que narra ECF, que da cuenta sobre vida y obra de los asesinos seriales más famosos de la historia de Francia, que secuestraron, violaron y asesinaron a más de una decena de niñas y jóvenes (y se presume que hay una treintena de crimenes de su responsabilidad pero sin resolver), es lo más parecido a una precuela del terror extremista francés, ese terror del cuerpo y la intolerancia de los ojos y los oídos frente al sufrimiento. Pero el espanto de lo narrado se acrecienta en el fuera de campo, en la ausencia de reconstrucciones, en la mirada perdida y vacía de dos monstruos irreconocibles e irreconciliables con lo esperable en un caso de esta magnitud. Ingresar a ese agujero negro no es fácil, pero salir es aún peor, porque retornamos con fango que no se quita ni se va ni se lava.
Para las cinco y pico de la mañana, con la serie terminada, me costó casi dos horas dormirme. Y si bien era domingo estuve como un zombie al día siguiente, sin poder explicarle a nadie ni compartir con nadie el porqué de mi desazón, como si me hubieran arrancado un rasgo de humanidad y no lo hubiera podido recuperar. No le hice caso a Mark Twain. Y el abismo se asomó adentro mío.
