El Reino – Segunda temporada

Por Varios Autores

Argentina, 2023, 6 episodios de 45′
Creada por por Claudia Piñeiro & Marcelo Piñeyro
Con Diego Peretti, Chino Darín, Mercedes Morán, Nancy Dupláa, Joaquín Furriel, Peter Lanzani, Vera Spinetta, Nicolás García, Victoria Almeida, Alfonso Tort, Patricio Aramburu, Sofía Gala Castiglione, Santiago Korovsky, Alejandro Awada, Daniel Fanego, Ana Celentano, Daniel Kuzniecka

Revuelto gramajo

Por Rodrigo Martín Seijas & Federico Karstulovich

FK: Soy yo o la segunda temporada de El Reino expone con toda franqueza hacia el espectador lo que los personajes sostienen hacia adentro como única condición de supervivencia para el presidente que encarna Diego Peretti? Me refiero a una frase que le indica el personaje de Furriel cuando le dice: “Si logramos que aquello que puede venir sea peor que como están ahora, van a venir de rodillas a defenderte”. Es curioso, pero se parece mucho a una defensa de “cuidemos esta basura que tenemos que votar porque sino viene la derecha asesina”. Pero, claro, estamos en el territorio (involuntariamente) delirante en el que se mezcla la amenaza velada de un neoconservador anti-abortista y promilitar (que mezcla experiencias europeas con Bolsonaro y Milei) con policía paramilitar “anticomunista” (que remite a la Triple A de López Rega), con alusiones a Montoneros (aunque en realidad todo resuena a una mezcla se buenismo izquierdista y uso del look de Santiago Maldonado). Y todo eso metido en una suerte de melodrama familiar descafeinado, con un clasismo pobrista vergonzante, con momentos hilarantes de presunto terror psicológico (incluye zombies!), que deriva en una fantasía distópica sobre el ascenso del fascismo. Si algo faltaba, también está la pedofilia y los medios cómplices. Si, increíblemente todo eso es El Reino II. Pero cuando separamos la paja (un 99% de lo que vimos) del trigo (una idea que pudo haber funcionado de haber confiado en la autonomía de lo narrado, sin haberse entregado al maniqueísmo más infantil a disponibilidad), entendemos que, en el fondo, El Reino II es una suerte de canto de cisne de una forma que el mundo de “la cultura y el arte”(sic) tiene para expresar su miedo al cambio de época (dicho sea de paso: un miedo bastante conservador e infantil puesto que nada augura el menor escenario de parentesco con lo planteado en la serie). Sobre esa base, un poco triste (todos los actores, que en buena medida son profesionales sobresalientes en otros proyectos, aquí están en un registro espantoso) nos preguntamos para qué fue pergeñada esta segunda temporada? La innoble respuesta es política, ni siquiera es una cuestión de negocios.

RMS: Creo que ocurre exactamente eso que decís. Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro quieren alertar sobre el ascenso de la ultraderecha (sea Milei, Bolsonaro o alguna variante del macrismo estilo Pato Bullrich), pero lo hacen utilizando sus mismos métodos. Y no solo en este planteo del estilo “estamos como el orto, pero si viene ese otro monstruoso vamos a estar peor”, sino también en su mirada simplista sobre el mundo: si esa derecha a la que temen sostiene que todo se arregla con salvadores y seres iluminados, Piñeiro y Piñeyro también creen lo mismo. ¿En qué se diferencian realmente el pastor patético y malísimo que hace Peretti del pastor puro y buenudo que hace Lanzani? No mucho, solo que uno es “malo” y el otro “bueno”. Las ideas que despliega la serie ni siquiera atrasan: son nulas. Y creo que son nulas porque hay un progresismo artístico en nuestro país que está totalmente desorientado: los desilusionó el cuarto kirchnerismo y solo los sostiene un temor frente a lo que se viene que, como vos decís, es muy infantil. Y eso se traslada no solo a la trama, que acumula previsibilidad, esquematismos y arbitrariedad (pero siempre con lenguaje inclusivo y banda sonora seudo épica y solemne), sino a los personajes, a los que retrata con un pobrismo absoluto. Se podría decir que son los villanos los que peor la pasan, porque los obliga a ser asesinos, maniáticos, ignorantes, abusadores y un largo etcétera, pero no estoy del todo seguro: los buenos acá son una sumatoria de estampitas, gente obligada a enunciar discursos de barricada antes que diálogos.

FK: Así es. La paradoja es notable: nada más lejano a la racionalidad y a las instituciones democráticas. Pero no por el facilismo de inventar a ese autoritario teócrata, sino porque la contracara también tiene un perfil de líder iluminado, un salvador irreflexivo. En ese punto es mil veces mejor (o más interesante) lo que puede suceder con la interna familiar, la iglesia, las diversas parafilias del personaje de Furriel, la salida del closet del hijo de los pastores y otras tentativas que, aunque sea, le proporcionan a la serie algo de cercanía a la vida y a los errores. En esos niveles (que están trabajados de manera vulgar y torpe), al menos no hay especulación política. Y la serie puede embarrarse un poco de otros tonos más camp, que incluso la vuelven involuntariamente disfrutable, casi con un código del cine de Armando Bo (el leit motiv de Sandro reconvertido en “Dame cristo, dame, Dame Cristo” es delicioso por su descontractura a la solemnidad de la serie). El problema es que en el apuro que exhibe (se nota que la serie “tenía que terminarse rápido” para subirse a la plataforma), la torpeza narrativa subestándar (hay cosas que rompen el verosímil a fuerza de ridículo), la tontería del maniqueísmo (que se cree progresista pero exhibe lo contrario: un clasismo pobrista alarmante) terminan haciendo de esta experiencia un trance plomífero (los episodios duran 45 minutos pero cada uno se siente más largo que las 9hs de La Condición humana de Kobaiashi)

RMS: Eso que vos decís, esos “hallazgos” -por decirlo de algún modo- podrían convertirse en verdaderas virtudes si hubiera una real voluntad detrás por llegar a esas instancias. Creo que en verdad todo (o casi todo, porque a la reescritura de Sandro le veo algo más de intención paródica) es involuntario, en especial la subtrama de Furriel, sometido -pobre- a un guión imposible. Y eso se nota a partir de la solemnidad de la puesta en escena: El Reino II es muy patética también porque se toma a sí mismo muy en serio, como si Piñeiro y Piñeyro quisieran vendernos que acaban de descubrir la pólvora, cuando en verdad están diciendo cosas recontra obvias. Si hubiera una verdadera voluntad por el desborde, por una lucha entre el bien y el mal donde todo volara por los aires, vaya y pase, porque por lo menos habría algo de riesgo y vida narrativa. Pero no, todo es seriote, impostado, con una falta de cariño por el arte de contar una historia alarmante. Y encima condimentado por un fascismo disfrazado de progresismo. Los seis episodios fueron para mí una experiencia bastante vergonzosa, como esos discursos que les escuchaba a las autoridades y profesores en Puán sobre el estado del país, que olían a naftalina y me daban ganas de huir del aula. Sí le reconozco un par de méritos: son solo seis episodios y le ponen todas las ganas para conseguir las peores actuaciones posibles de un elenco donde hay varios nombres habitualmente sólidos.

FK: Claro. Pero ojo que no digo “hallazgos” como virtudes. Esto no es el camp de Resistiré (para quienes no conozcan esta serie de TV que fue emitida a principios de los 2000s, indaguen). No, olvídate del sentido del humor y de las ideas para salir de la monotonía. Lo único que les queda es una sucesión de espasmos tristes y metidos dentro de seis latas a la fuerza. El problema, entonces, no es sólo de verosímil sino de encorsetamiento de verosímil. Como si el material todo el tiempo pidiera desborde, exageración y cosha golda y el dúo P & P intentara convencerse que está narrando Todos los hombres del presidente. Como es de prever, en una circunstancia como esa, lo único que resta es ver cómo el muñeco de barro se desarma parte por parte y cada uno de los elementos que lo conforma se ve deshaciendo como si la relación con el resto no importara. Pienso, en ese punto, que quizás intentaron algo más coral y todo el asunto se les fue de las manos. Pero es probable que se trate de una sobreinterpretación y solo estemos ante un material irremontable. En el medio, aunque sean menos episodios que la primera temporada, el peso específico de cada uno crece y enloda el recorrido. Pero si a todo esto lo ponemos a la luz de los problemas políticos, posiblemente estemos frente a uno de los peores exponentes vernáculos de series para plataformas.

RMS: Sí, entiendo a lo que te referís con los hallazgos. No hay autoconciencia acá, solo chispazos involuntarios, errores en un sistema que igualmente no conduce a ningún lado. Creo que tratamos de encontrar sentidos (esto de la sobreinterpretación) porque nos resulta un poco insólito semejante nivel de despropósito. Pero esto es lo que hay: una serie que falla en todos los aspectos posibles y con una mirada política pueril e infantil. Como decían los opositores a Trump: my expectations were low, but holy fuck!

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