El sacramento del diablo

Por Santiago Gonzalez

Consecration
Inglaterra – EE.UU., 2023, 91′
Dirigida por Christopher Smith
Con Jena Malone, Danny Huston, Will Keen, Thoren Ferguson, Janet Suzman, Ian Pirie, Angela White, Angela White, Steffan Cennydd, Eilidh Fisher, Shaun Scott, Amanda McDonough, Kit Rakusen

El miedo a la bestialidad

Extraño caso el de Christopher Smith. Se trata de un realizador ingles que apareció hace veinte años con Creep (2003, no confundir con la de 2014) una película que reescribía, a su manera, ala incomodísima Raw meat (Gary Sherman, 1972). Si bien ambas compartían el espacio de un subterráneo, como lugar cotidiano e incómodo a la vez, la ópera prima de Smith se entregaba a alguna vueltita de tuerca inofensiva, como si en el fondo no pudiera hacerse cargo de la brutalidad de ser una historia simple y directa. Si bien todo el tema de la corrección política de la violencia todavía no había desembarcado, el director tenía que darle un plus más a la experiencia, como si todo el tiempo precisara de un diferencial.

Pero para entender esto hay que pensar el problema desde el costado de la cinefilia, algo que ya había experimentado el género en otras circunstancias pero con operaciones y resultados distintos sobre la misma base del amor al cine expresado en fanatismo cinéfilo. Creep se estrenó en una época en la que los fans del género, de un lado y otro de la camara, demandaban reinventar las mismas historias con las que habían crecido. A eso no podemos evitar pensarlo en el marco de un contexto social y político concreto como el post 11-9-01 y la inminente guerra entre Estados Unidos e Irak. Correspondientemente el regreso de una violencia que estaba en el seno de la misma sociedad. En esa dirección de acontecimientos, todos estos directores fueron testigos y víctimas del espíritu de época. En esa lista, además de Smith, podemos incluir a Rob Zombie, Alexander Aja y Eli Roth entre otros. Se trata de un universo de directores que reivindicaban el reconocimiento del cine de la década del 70 en su adn y aunque lo que ofrecían no era nada nuevo, el paquete si parecía serlo. Como demuestra el inmenso amor al diseño de Zombie, las vueltas de tuerca de Aja y a diversión irresponsable de Roth. 

Smith siguió en esa senda con Severance (2006) y Triangle (2009) pero algo ocurrió en el medio. Mientras que Aja y Roth pasaron a otros proyectos mas grandes, insertándose en el mainstream (y en caso del director francés se terminó convirtiendo en un gran narrador), Zombie se mantuvo en una posición condescendiente y auto celebratoria. Smith, en cambio, quedó desamparado. Como si se hubiera quedado a principios de los 2000s y no pudiera encontrarle la vuelta a ser relevante de nuevo, dos décadas después. Su cine post 2010 da pie a esto, un intento de darle la vuelta a sus historias, con vueltas de tuerca sobre lo que a primera vista parece previsible. El problema es que sus películas quedan inevitablemente estancadas, tal vez por eso es que comenzó a incursionar en la televisión. Sea como fuera, algo se perdió en el camino.

El sacramento del diablo es otro paso atrás. Una película que se suma a la ola de un cine conservador al estilo de aquellas películas que surgieron a la sombra de El conjuro. La diferencia estriba en que Smith intenta maquillar esto mediante algunas herramientas narrativas “modernistas” como partir la narración en dos. Así es como vemos dos hilos argumentales que se van desarrollando hasta llegar a un punto común. Ojo: no quiero decir que esto sea precisamente malo, pero en este caso es tan evidente la operación que el saldo es un intento de enmascarar algo que, en definitivas cuentas, es muy simplón. Es una pena porque ya con veinte años de carrera, Smith pone oficio a la puesta en escena y es capaz de, por lo menos, generar un clima aterrador. En este punto terminemos con una comparación odiosa:  si lo comparamos con lo que hace Michael Chaves en La monja II la película de Smith gana ostensiblemente en comparación, acaso por el simple hecho de que no prevalece la desidia a la hora de pensar la puesta en escena, pero tampoco es para aplaudir.

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