La gran noche del pop

Por Agustín Campero

The Greatest Night in Pop
EE.UU., 2024, 96′
Dirigida por Bao Nguyen
Con Lionel Richie, Quincy Jones, Bruce Springsteen, Stevie Wonder, Michael Jackson, Sheila E., Bob Dylan, Cyndi Lauper, Kim Carnes, Huey Lewis, Kenny Loggins, Steve Perry, Ruth Pointer, Dionne Warwick, Billy Joel, Dan Aykroyd, Ray Charles, Al Jarreau, Smokey Robinson, Kenny Rogers, Willie Nelson, Bob Geldof

Somos el mundo

Hubo una noche en que varias de las mayores estrellas del pop estadounidense de mediados de los 80 se reunieron para grabar una canción: “We Are the World”. Además de grabar la canción, filmaron el proceso. La película “La gran noche del pop” es sobre esa grabación, con registros documentales de aquella noche y los comentarios actuales de varios de sus protagonistas. 

En 1984 la fuerza musical de Estados Unidos avanzaba con sus turbinas a toda potencia.De Este a Oeste las distintas tradiciones condensadas en el pop relucían sus brillos de noche y de día, con millones de personas dispersas por el planeta atententas a sus movimientos y millones de dolares que ingresaban a la industria a través de una bien aceitada maquinaria. Una que facilitaba que las obras lleguen a todos lados, los artistas a todos los oídos, los ojos, los corazones y las fantasías. Canciones y outfits, cuerpos y caras, películas y discos. Deseos de placer, de redención, de amor y de justicia. Imitaciones por todos lados. 

El cambio tecnológico de la microelectrónica se manifestaba en nuevos sonidos, instrumentos e innovaciones en las rítmicas. Avances en las formas de grabar, brillos y beats nuevos. Los cruces creativos de estilos y de culturas se aceleraba. Si la década del 70 había representado para Estados Unidos dificultades económicas, bélicas, de violencia interna, de corrupción, estancamiento e inflación, lenta reproducción del capital y excelente música, cine y literatura, la década del 80 implicó una vuelta de capitales hacia esas tierras a través de un aumento de la tasa de interés, y un intenso crecimiento de la economía financiera. Habían tomado nota del crecimiento económico y tecnológico de Japón, la vedette productiva de aquellos años. 

Además, en términos internacionales, Estados Unidos se puso mucho más agresivo, muy cercano a la estocada final de la guerra fría con la caída del muro de Berlín y la posterior descomposición de la Unión Soviética. En aquellos años el espejo de devolvía a los estadounidenses Rocky, Rambo, Top Gun, Volver al futuro, la cola de la trilogía original de La Guerra de las Galaxias y todas sus imitaciones. Mucha potencia, músculo, ambición y optimismo. 

Estaban vivos también en las buenas intenciones. Los conciertos benéficos no eran algo nuevo, pero sí se iniciaba una nueva onda expansiva. Lejos, a inicios de la década del 70, George Harrison organizó el “Concierto para Bangladesh”. En esos años se hicieron, en todo el mundo y también en EEUU, miles de conciertos benéficos y políticos. A fines del 84 Bob Geldof organizó la banda “Band Aid” para grabar la canción “Do They Know It’s Christmas?” con los músicos más exitosos en aquel momento de Inglaterra e Irlanda. El objetivo era recaudar fondos para financiar alimentos para Etiopía. La canción llegó muy rápidamente a ser la más escuchada y vendida en Inglaterra, y no tardó en serlo en todo el mundo. 

Los estadounidenses quisieron hacer una contribución más fuerte y más definitiva. A partir de una idea de Harry Belafonte, la iniciativa y capacidad de organización del productor Ken Kragen, y la ambición, el talento y el método de Lionel Richie y Michael Jackson, se realizó la canción “We are the world” para juntar dinero para Africa, y reunieron a muchas de las mejores estrellas del pop americano de aquel momento. Al grupo inicial se les sumaron, antes del comienzo, Stevie Wonder y Quincy Jones. Ya la línea de largada erra una locura, con Richie y Jackson en su mejor momento, y dos gigantes indestructibles e innovadores como Wonder y Jones. Se fueron acumulando muchos otros, algunos también en un excelente momento de su carrera: Ray Charles, Bruce Springsteen, Tina Turner, Billy Joel, Cyndi Lauper, Huey Lewis, Diana Ross, Paul Simon, Kenny Rogers, Dionne Warwick, Willie Nelson, Al Jarreau, Kenny Loggins, Steve Perry, Daryl Hall, Kim Carnes y Bob Dylan. Además, en los coros estaban entre otros todos los Jackson 5 y entre los músicos algunas estrellas como Paulinho da Costa y Phill Collins.

Se fue formando algo como que “había que estar”. El rock podía cambiar el mundo, y las buenas intenciones con el mundo podían dar impulso a las carreras de los artistas. Lionel Richie lo manifiesta con transparencia: era combustible de cohete para su carrera. 

Richie y Jackson construyeron los cimientos y pusieron los andamios de lo que terminó siendo la canción. El chispazo inicial lo tuvo Richie: debía ser como un himno. Como el americano, no. Como el inglés, sí. De allí salió el patrón rítmico. Desde entonces fue una rutina de trabajo para improvisar. Mezclada con el trabajo de ambos. En la casa de Richie o de Jackson. Las anécdotas son hermosas y graciosas. Gentiles para con la biografía del muerto, que en lo mejor de su carrera convivía con boas, chimpancés y loros parlantes. Pero las anécdotas muestran también cómo componían ambos, y en especial la cabeza rítmica y melódica de Michael Jackson, que grababa con ruidos vocales largaba ideas musicales que, seguramente, luego fueron hits. 

Luego apareció Quincy Jones. Uno de los grandes, punta de lista de lo mejor de la música del siglo XX, en cualquiera de sus manifestaciones. Una cabeza musical pero también empresaria, con creatividad y sentido de la oportunidad. Humilde y práctico, capaz de conducir, dirigir y hacer trabajar, a la vez y en medio de la noche, a un montón de músicos millonarios, súper ambiciosos, súper ocupados y con egos gigantescos. Jones apuró a Richie y Jackson, los fue empujando, y fue organizando los esbozos. Más tarde aparece Stevie Wonder, como para ayudar a componer, pero cuando la canción ya estaba terminada. El momento en el que Stevie se entera de que no puede hacer contribuciones a la composición aparece ahí en pantalla. 

La gran noche de la grabación coincide con una entrega de premios grammy. Fue organizada para que coincida, para que todos los artistas estén juntos y cerca. Se ven parte de los shows de la entrega, los artistas lookeados y en sus personajes, el éxito arrasador de Prince y Purple Rain. Mientras tanto, en paralelo, se ve lo mejor del documental: Michael Jackson grabando su parte de la canción en el estudio, ausente en la entrega de premios, y abstraído de cualquier otra cosa que no sea esa canción. Qué voz hermosa. Ese momento vale todo el documental. 

El momento de la grabación con todos los artistas es hermoso. Transparente en cómo se graba una canción (no existe el momento de toma entera, es un rompecabezas de grabaciones y re grabaciones) y en la estrategia desarrollada para ver qué artistas van en qué partes y junto a qué otros artistas. Pero no están todos los grandes. Están casi todos. Hay dos ausencias fuertes, y una notable. 

No estuvo Madonna. Apartentemente porque sí estuvo Cyndi Lauper, su competencia en el mercado de aquel momento. Y no estuvo Prince, que sí fue esperado y deseado. Prince, esa misma noche, había ganado muchísimos premios, e hizo el despliegue de su personaje con precisión milimétrica. Prince no quería compartir momento de grabación con todos esos artistas. Ofreció grabar, en un estudio al lado del resto, un solo de guitarra para la canción. Rechazado. Sostuvo su personaje hasta el final. 

El documental contrasta con la canción también en la música. Es un emergente de las reivindicaciones de la cultura de la costa oeste que aquí y allá se pueden ver (la serie sobre Los Angeles Lakers, el documental sobre XXXXX). SI hay un paradigma, es uno que combina el brillo, el relax y la diversión. Una concepción totalmente hedónica, con un comienzo muy similar a las presentaciones de cada capítulo de la serie de los lakers. 

Pero la canción, en cambio, empieza como un himno. Tomado muy en serio. En la línea de películas de aventuras y superhéroes del tipo Súperman, La guerra de las Galaxias o Indiana Jones. Era la industria cultural de Estados Unidos soplando su viento sobre todo el mundo. Y después “we are the world” somos el mundo, somos los niños. Dylan se muestra perdido, pero estaba ahí, mirando los orificios por donde meterse en algo a lo que se se sentía ajeno. La luz se la dio Stevie Wonder: se sentó al piano, imitó el estilo de Dylan, y le regaló el modo para cantar. Dylan imita la imitación que Wonder hace de Dylan. No me imagino nada mas pop que eso, una cadena de herencias, de imitaciones, de creatividad, de rupturas, de ambición y de diversión.  

La canción fue un éxito inmediato. El show posterior donde se cantó en vivo, también. Duró lo que dura un hit del montón. Lo suficiente.

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