La música de mi vida

Por Sergio Monsalve

La música de mi vida (Blinded by the Light)
Reino Unido-EE.UU., 2019, 118′
Dirigida por Gurinder Chadha.
Con Viveik Kalra, Hayley Atwell, Rob Brydon, Kulvinder Ghir, Nell Williams y Aaron Phagura.

Bailando en la oscuridad

Por Sergio Monsalve

Una doble nostalgia compone el hilo sonoro de La Música de mi vida: el regreso al espacio mítico de los ochenta y la vuelta a la esencia urbana de Bruce Springsteen, suerte de trovador, de héroe de la clase trabajadora norteamericana. Ambos ritmos, de consenso retroprogre, animan la escritura del guion de la nueva película de Gurinder Chadha, tras los pasos de Quiero ser como Beckham, un filme adelantado al tiempo forzado por el Me Too. Quiero ser como Beckham elevaba el bajísimo estándar del género futbolero, al narrar una dinámica historia de superación en la figura de una chica castrada por una familia conservadora de ascendencia “bollywood”.

A las claras, la identidad parece ser el tema unificador de la filmografía de la realizadora británica de origen indio, quien a principios del dos mil jugaba a favor de las tendencias reivindicativas de la mujer en una disciplina dominada por hombres como el fútbol. Jafar Panahi haría lo propio con Offside apenas 4 años después, pero con otros fines: derrotar a la censura del machismo en Irán.

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El largometraje superaba la defensa de la estética “masala”, proponiendo una alternativa de curry light para el paladar anglosajón y globalizado. Era un gol de la ligereza y la adaptación ante un mundo abierto al mercado, pero más cerrado al intercambio de los flujos migratorios.

En el libro “Cultura mainstream”, Frederic Martel explica por qué los indios conquistaron secretamente a occidente en la producción de contenidos audiovisuales. Por el contrario, la meca fracasó en la estrategia de penetrar el reinado de los musicales cursis de Nueva Dheli, salvo contadas excepciones. En este contexto, el foco de Gurinder Chadha apuntaría a explorar el rendimiento de un nicho en plena expansión comercial, desde un plano de sana contestación en dos niveles. 

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Primero, La música de mi vida se inscribe en la última corriente del antibreixit surgida con el ánimo de desmontar la visión etnocéntrica, aislacionista y nacionalista del Reino Unido del populista Boris Johnson. El relato del libreto recrea una anécdota de 1987, buscando señalar a la dama de hierro como causante de las políticas segregacionistas que hoy polarizan a Inglaterra.

Segundo, la pieza se dirige a suavizar y relajar las costumbres ortodoxas que rigen la vida en la comunidad pasquitaní. El protagonista organiza una pequeña rebelión en la granja de sus estrictos padres, queriendo ser como Bruce Springsteen, para salir de un pueblito infernal de provincia.

La industria británica consiguió un dorado en la explotación de los derechos musicales de bandas y estrellas de la escena pop. Hasta el instante, las adaptaciones ostentan un perfil discreto, inflado por las entregas de premios. Hay una notable flojera creativa en la mayoría de los casos que hemos escrito en Perro Blanco (Bohemian Rhapsody, por ejemplo, como pueden ver aquí). Yesterday lograría despuntar por encima del promedio (con una excelente nota publicada en esta revista, que pueden leer por acá)  

La Música de mi vida cumple la premisa kubrickiana de concebir imágenes y momentos pregnantes que no necesariamente redundan en el diseño de una narración integral (El Resplandor, cuyas actuaciones son especialmente chirriantes, fuera de los ríos de sangre y los hachazos que todos recordamos, es un claro ejemplo de esto), algo que no necesariamente deba ser malo: escenas que no necesariamente componen una narrativa. Tarantino sabe de esto. Y ha sabido explotarlo.  Tengo dudas si es el caso de Gurinder Chadha.

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La resolución retórica del filme me ha provocado un sonrojo rotundo. El discurso de cierre debe ser un ejemplo irrefrenable de pereza en la redacción. Asi y todo, hay a lo largo de la película instantes que se graban como la explosión de las canciones de The Boss en la cabeza del personaje principal. Y unas proyecciones de video arte, sobre muros, que no desentonan en el armado publicitario de la obra, que evoca la imperfección de “The Wall”, hecha de arrebatos maximalistas que aspiran al impacto del Alan Parker que competía con Ridley Scott.

Si: honestamente me divertí. Pero no me pregunten por detalles. Preservo flashes que se pelean con un plano feísimo del protagonista de niño que despide al protagonista de grande, desde una colinita. Es lo que toca con las “fell good movies” inspiradas en hechos reales de chicos salvados, a la distancia, por las canciones primaverales del jefe. 

No puedes empezar un fuego sin una chispa.  

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