#DossierRefugio – Los amantes del circulo polar

Por Andres Cappiello

Los amantes del circulo polar
España, 1998, 112′.
Dirigida por Julio Medem.
Con Najwa Nimri, Fele Martínez, Nancho Novo y Maru Valdivielso

Refugio polar

Por Nadia Marchione

Alguien pide que uno elija esa película a la que siempre vuelve. Esa que nos deja pensar que está todo bien, que la vida sigue y eso es algo bueno. Como el gusto es caprichoso y quizás no fácilmente sostenible en el tiempo, voy a elegir una película que conozco de memoria, de cabo a rabo, de “pe a pa”, pero que hace años no veo. Solía tenerla en formato VHS hace muchísimos años y verla por lo menos dos o tres veces por semana. Me fascinaba no sólo la historia, sino cómo estaba narrada, la potencia simbólica de sus imágenes y la capacidad poética de su director para hacer del romance fallido de dos personas una película tan inolvidable. Hoy no sé si volvería a verla. Me da miedo que haya cambiado tanto (la película o yo) que no pueda disfrutarla igual. Me da miedo verla vieja, llena de defectos. Por eso me quedo con su recuerdo, intacto, con los textos imborrables en mi memoria. Uno podría preguntarse entonces si el verdadero refugio entonces es la película o el recuerdo que de la película uno tiene, pero ahí ya entraríamos en un brete filosófico un tanto difícil de desentrañar.

La película en cuestión se llama Los amantes del circulo polar. Es una película española, dirigida por Julio Medem, que se estrenó allá por el ´98. La película tiene varias figuras retóricas que van repitiéndose a lo largo de toda la trama y logran una poética muy particular que a mí se me antojaba entonces (y hoy también) fascinante. Los círculos, los aviones y las casualidades son elementos que atraviesan toda la película y nos permiten trazar un hilo invisible en la historia de Otto y Ana, un hilo entre ellos que a veces es muy corto (cortísimo, nivel intimidad) y otros tan pero tan largo que es capaz de cruzar océanos.

Otto y Ana (dos nombres capicúas, otro de los elementos fundamentales para la historia) se conocen “casualmente” porque el padre de él y la madre de ella forman pareja. Así, van atravesando distintas etapas de la vida juntos, y de alguna manera explorando la vida con el otro, con la comodidad de tenerlo tan al alcance de la mano como se tiene a un hermano (por convivir con él, por verlo todos los días) pero sin el tabú de que ese lazo los una porque, al fin y al cabo, no son hermanos.

Así, cada uno por su lado va tejiendo su fantasía romántica con el otro, que termina en una de esas escenas antológicas de iniciación puber, en la habitación de ella por la noche. Viven en la misma casa. En ocasión de una foto familiar, de esas de familia armónica y bonita en parque amplio y verde, ella le pasa a él un papelito que dice “Salta por la ventana, valiente!!” y empieza un canturreo de esas tres sílabas, que cada uno de los fanáticos de la película repetiríamos desde entonces y para siempre cada tanto para nuestros adentros: “va lien te, va lien te”. Así, Otto decide saltar la barrera de la fantasía y comienza desde entonces y hasta su juventud un romance secreto con esa mujer que en lo cotidiano hace las veces de su hermana pero que no lo es. Un romance que nadie conoce, claro, y que por eso se vive más intensamente en esa casa.

La vida los va separando y así el hilo del que hablábamos antes se va alargando y estirando -que nadie ose comparar esto con la bazofia de El hilo rojo (2016) por favor, esto es muchísimo más sutil y precioso-, en múltiples situaciones y escenas donde uno no puede creer que no se encuentren, pero que son tan reales como la vida misma. Porque la casualidad, esa otra gran figura que atraviesa el relato, puede jugar tanto a favor como en contra. Pero a nosotros, los enamorados de esta película y los enamorados de las casualidades, el sólo hecho de que ellas existan nos fascina, así que no juzgamos. Cada casualidad merece su celebración. El primer texto de Ana en la película, temporalmente el del medio de la trama (tiene un tiempo irregular que va y viene), es clarísimo: “Estoy esperando la casualidad de mi vida. La más grande. Y no porque no las haya tenido. Sí. Podría contar mi vida uniendo casualidades.” Y ahí, uniendo casualidades, comienza el relato de la vida de Ana como un gran flashback guiado por la mirada de los ojos grandes de ese personaje maravilloso. Por otro lado, Otto, en el mismo momento de la vida pero desde un avión, reflexiona: “las vidas tienen varios círculos. La mía ha dado la vuelta sólo una vez, pero no del todo.” Ellos ahí, en el presente, se están buscando. Se buscan en la zona del Círculo Polar.

Así comienza la película pero casi que la historia está por terminar. Porque la historia comienza mucho antes y se nos contará desde las dos perspectivas, desde esos nombres capicúas que deciden unirse -“yo también quiero estar enamorada”, se dice para sus adentro Ana en una clara manifestación de voluntad que luego se le hace carne- para transitar la vida juntos. Porque qué otra cosa que el amor es esa. Encontrarse, reconocerse en esa diferencia del que está enfrente, poder vibrar la vida juntos a veces más cerca y a veces más lejos. Celebrar cada encuentro y cada desencuentro. Ahí está la magia de mi película refugio.

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