Vivir de Noche

Por Marcos Rodríguez

Live By Night
Estados Unidos, 2016, 129’
Dirección: Ben Affleck.
Con Ben Affleck, Elle Fanning, Zoe Saldana, Sienna Miller, Brendan Gleeson, Chris Messina y Chris Cooper .

Mucho apriete

No hay nada tan terrible en Vivir de noche como sus detractores podían hacer suponer. Como si todos hubieran estado esperando ansiosos el momento en que Affleck metiera la pata como director para poder saltar y volver a encasillarlo en el ámbito de las estrellas de cine que lo intentan pero en realidad son malos. Si bien es cierto que el cuarto largometraje de Affleck como director no tiene la potencia que supieron tener sus tres películas anteriores, no por eso Vivir de noche deja de ser una película interesante, seductora por lo que tiene de demodé, por sus ambiciones más que por la verdadera envergadura de sus logros.

Una cosa es evidente: ahí donde Gone Baby Gone (2007), The Town (2010) y Argo (2012) ganaban con la tensión tersa de narraciones cargadas de intriga, acotadas en tiempo y espacio, reconcentradas, Vivir de noche se vuelve un poco más lánguida por la amplitud de su enfoque. Sus parientes más cercanos no parecen ser los policiales secos de otras épocas, sino, tal vez, Casino (Martin Scorsese, 1995), con todo lo que ésta ya tenía de homenaje al viejo cine de gángsters. Los colores y el ancho de los sombreros buscan la reapropiación y terminan por rozar lo camp, pero lo fundamental de la película de Affleck no está en el maquillaje vacío de un cine perdido, y esa tal vez sea su mayor virtud.

Así como la cara del propio Affleck, Vivir de noche es un objeto seco, duro, opaco; pero no por eso menos eficaz. Los colores de Florida saturan la pantalla pero las grandes escenas emotivas, de las que hay unas cuantas, no desbordan ni ese color ni ese sentimentalismo, lo cual no hace ni por un momento que Zoe Saldana sea menos enamorante (tal vez por primera vez de manera real en su carrera) ni Elle Fanning menos desgarradora.

Vivir de noche es, fundamentalmente, una película de mujeres, lo cual no deja de ser curioso en una película de gángsters. La femme fatale y la virgen salvadora ya existían en este cine, pero no suelen tener más lugar que el de un contorno. Affleck, por el contrario, es enormemente generoso con sus mujeres, que terminan por convertirse en el verdadero centro gravitatorio de la película. Importan menos la ambición (que Joe Coughlin no carga y se saca de encima sin mirar atrás), importa menos la traición (que es un tanto débil y se pierde en una maraña de hilos argumentales), hasta importa menos el ansia existencial de no seguir órdenes (que el narrador recalca) que las polleras debajo de las cuales viene a meterse Joe. Son varias y alguna es metafórica, pero hacen al verdadero corazón de Vivir de noche, que narra menos una época o la trayectoria trágica de un gángster (espíritu tradicional del género) que el devenir de una conciencia incómoda con el mundo que la rodea.

Es posiblemente en este punto donde Vivir de noche traiciona el género que dice homenajear, y esa traición es la que la salva. El cine de gángster supo ser, allá por los ’30, un cine de estricta actualidad: contaba las historias de los ladrones y criminales que estaban todavía vivos y activos, o lo habían estado hasta hacía poco. Y, encima, los romantizaba. Con el tiempo, su devenir en noir, la posmodernidad y demás, el cine de gángster pasó a concebirse más como un género ficcional. Como tal, Affleck podría haber intentado reapropiarlo desde la pura superficialidad de las marcas genéricas (un poco como quiso hacer La La Land [Damien Chazelle, 2016]), y no habríamos tenido entonces más que un juego, más o menos prolijo, de estilos.

Vivir de noche cumple con todos los casilleros de una película de gángsters, pero el peso está puesto en la conciencia maltratada y distante de su protagonista. Affleck siempre tuvo algo de eastwoodeano. La amplitud que intenta cubrir esa conciencia (desde el padre policía y la vida criminal hasta la virginal Fanning, siempre de blanco), el rango de las metáforas a las que busca dar carnadura (“El Cielo es acá”) sacuden los rastros de polvo y arrastran la máscara de piedra de Affleck a los abismos de la responsabilidad.

Si Vivir de noche se queda corta con esas ambiciones que la guían no es porque Affleck no alcance como actor (¿cuándo aprenderán, Ben?) o porque la película recurra a lugares comunes, sino apenas porque recurre a ellos con una cierta timidez y, sobre todo, porque no logra una verdadera fluidez narrativa al abarcar demasiado y no terminar de construir sus espacios. Pero sobre el final, cuando las tramas ya terminaron de tejerse y el papel de cada personaje está cerrado, vuelve a sentirse el peso sobre los pies de las figuras que desfilan por Vivir de noche: una muerte, una confesión en un café, un plano general con paisaje paradisíaco, una cierta idea sobre el mundo, una cámara que logra encontrar porque sabe lo que busca.

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