No va más: Una despedida a Rafael Filippelli

Por Agustín Campero

En constante movimiento

Rafael Filippelli tuvo una vida larga, productiva y feliz. Dejó su huella en cientos. Veremos y leeremos su obra por años. Seguirá enseñando y sembrando aprendices. Muchos, muchísimos, lloran su muerte y vivirán un nudo con su ausencia. Quien pudiera producir los frutos de ese paso. 

La corta, la de ahora, es todavía difícil de aceptar. Una Argentina se va desvaneciendo y en cierta forma era más normal que muchas cosas fueran más avanzadas. La discusión pública, por ejemplo. La propia inclinación de Filippelli hacia una reflexión total y permanente sobre lo que para él valía la pena reflexionar y también enriquecer en un estado de situación del pensamiento (cine, música –en especial jazz, sobre lo que era un experto–, política, cultura) es una marca de épocas en cierto modo más desarrolladas que ésta. 

Sí, está claro, que hace 40 años que estamos en democracia y nadie muere por lo que piensa o dice o por las actividades políticas. Nadie, o casi nadie, va por la vida diciendo hay que matar o hay que morir por tal o cual causa. Lo que marca una diferencia total con los muchos años que Filippelli y el resto de los argentinos convivieron con la censura, las proscripciones, la persecución, la muerte, el asesinato y el exilio obligado. Todo eso ya marca una gran diferencia como para afirmar que no hay mejor época que ésta. 

Pero ese logro enorme no anula el hecho de que en esta geografía todo parece estar en decadencia y que Filippelli se lleva consigo algo del brillo y de las luces y la posibilidad de un riesgo intelectual que conduzca a una mejor parte, ya que el placer o la revelación estética son también una promesa que contribuye a la idea que el camino a un mejor sitio también se hace con este tipo de ladrillos. Y que esos ladrillos son de los más importantes. Lo son mucho más que la lógica del sacrificio y la entrega total. 

Sus últimos años demostraron, una vez más, que la potencia del cuerpo y la cabeza jóvenes y el tiempo disponible no son condición necesaria para sostener una insistencia sobre la reflexión bien trabajada y la producción de soportes para que el vaivén del pensamiento y la riqueza de la tertulia se produzcan. Por sus clases, sus escritos, sus películas, sus revistas, sus debates. Filippelli fue hasta el final y a los 82 años realizó No va más, su última película. Promovió y sostuvo la revista de cine “Revista de cine”. Venía de ser parte de “Punto de vista”. Daba clases en la Universidad del Cine y sostuvo debates orales y escritos hasta sus últimos días. Filmó desde principios de los 60, vivió en el exilio, formó a gran parte de los cineastas y técnicos del mejor período cinematográfico de la Argentina. 

Era un personaje fuerte y polémico, en el sentido de que sus afirmaciones eran severas, muchas veces provocativas, y le gustaba generar contrapuntos. 

Su película más polémica fue Secuestro y muerte, sobre el asesinato de Aramburu. Agobiante y claustrofóbica, en cierto modo también doméstica y fácilmente reconocible, fue a la vez rigurosa en la consciencia del uso de los medios técnicos y muy discreta en cuanto a la renuncia de una bajada de línea. En ambos sentidos es, sin quererlo, un manifiesto. O más bien: todas sus películas encarnan una convicción de la forma cinematográfica. Fue disruptiva en dos sentidos: en primer lugar porque en una película política no hubo lugar para el discurso pesado, para la vía muerta de la oralidad de una ideología o la táctica de ir al encuentro de un lugar amigable en el sentido común. También fue disruptiva en el momento. Fue contra corriente. Fue valiente. 

Esta valentía no era novedosa en Filippelli. Encarnaba una extraordinaria libertad: no tenía un razonamiento esquemático, no parecía seguir ninguna fórmula, no se obligaba a proyectar o a continuar parámetros, no era deudor de una fuerza superior. Esa libertad contribuyó a sus aportes de avanzada y sin especulaciones. Estos atributos pegan doble si son desarrollados a través de la personalidad de Filippelli. Gracioso, irónico, rápido, generoso, cero solemne, cero jerárquico. Cortés en todo momento. Elegante hasta el final. Sibarita y provocador del entusiasmo y su contagio. 

Era un formalista en el sentido de que en sus películas el contenido se realiza en las formas. Agrego: en todas las películas el contenido se realiza en las formas, pero Filippelli era un convencido de que tal cosa era así. De allí su cuidado de los recursos técnicos y la voluntad de dominar toda la escena, aún considerando el espacio para que aparezca el azar y algún tipo de realidad. Entre el guión, la filmación y la edición Filippelli, en diversas entrevistas, afirmó que el cine sucedía en la filmación, y que el resto de las etapas estaban para potenciar la escena. La captura de la imagen, el punto de vista, el movimiento, la condición constitutiva de filmar (que es filmar algo que existe, la materia prima es documentar un tipo de realidad) era, para él, su esencia. 

Podemos decir que sus películas son el núcleo de su obra, de que reflexionó de manera profunda sobre muchas de las cosas que le gustaban, de que cada una de sus reflexiones fueron un avance, de que tal fertilidad de su pensamiento y la dinámica de las discusiones en las cuales participaba tienen sus reflejos en su obra cinematográfica, pero que el mecanismo a través del cual esa dinámica se manifestaba eran puro cine, pura convicción de la condición cinematográfica.

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