The quiet girl

Por Amilcar Boetto

An Cailín Ciúin
Irlanda, 2022, 95′
Dirigida por Colm Bairéad
Con Catherine Clinch, Carrie Crowley, Andrew Bennett, Michael Patric, Kate Nic Chonaonaigh, Carolyn Bracken, Joan Sheehy, Tara Faughnan, Neans Nic Dhonncha, Eabha Ni Chonaola

La omisión

El silencio al que hace referencia el título de The Quiet Man (John Ford, 1952) tiene que ver con un pasado violento oculto por el hombre a quien todos adoran en Inisfree. Ford comprende que esa acumulación de resentimiento, ese silencio pasivo y represor debe tener una explosión, debe dejar de estar contenido en algún momento de la película. Y esa explosión llega al final, pero a modo de una absurda pelea -extensísima temporal y territorialmente- porque como alguna vez el propio Ford dijo “la tragedia nunca es absolutamente extrema. A veces es también ridícula”. 

Al momento de su estreno defendí (sin mucha vehemencia, pero en definitiva la defendí) a Los espíritus de la isla, quizás porque me atrajo su forma conscientemente naif de tratar la depresión. O porque al menos consideré que en eso se escondía, en la relación entre los personajes y el ir y venir del apacible mar, la contención de un sentimiento verdadero, de un conflicto palpable. Entre estupidez y abyección, o entre depresión y liviandad, entre cotidianeidad y trascendencia. Tampoco es que, como dije en aquel texto, la película estuviera exenta de golpes bajos o -para decirlo de una forma menos estereotipada- momentos de artificialidad emocional que atentan contra la formulación real de esas contradicciones. Sin embargo, la película de McDonagh me parecía distinta a este nuevo cine qualité basado en hacer sentir bien al espectador con personajes tiernos, encuadres prolijos, algún que otro recurso formal llamativo. Películas cargadas con una mochila livianita: un portaequipajes cargado con una moral de los buenos sentimientos. Esa carga convertía a Los espíritus de la isla en lo que en efecto era, más allá de una presunta crueldad: exponente de un cine inofensivo, sin cuerpo ni sustancia. 

Todo el excursus previo viene al caso de haberme topado con The Quiet Girl. A diferencia del film de Ford, con el qué hay algo más que un vínculo en su título de origen, el silencio de la protagonista no tiene justificación en el pasado, sino en su presente, un presente cargado de angustias familiares que devienen en lo que será la trama de la película: tener una nueva familia. Esta nueva familia la empujará a expresarse de a poco, viendo como el proceso parece el inverso al de la película protagonizada por John Wayne: en este caso, el personaje empieza a hablar cuando el ambiente le es cómodo. En definitiva estamos ante un cuento moral sobre la toma de confianza, mientras la película de Ford es un enfrentamiento al miedo y al pasado en situaciones adversas, cuando ya no es tolerable seguir cargando con el dolor encima.

El problema es que la familia con la que la protagonista se queda, en efecto, si tiene un pasado secreto y es la muerte de su hijo, a quien la protagonista parecía estar reemplazando al usar su ropa en desconocimiento del secreto de esa muerte. La película siembra ese misterio con una conversación -difícil de entender- entre los padres y lo cierra con una señora que se lo explica íntegramente a la niña. En esa operación-solución se encuentra el mayor de los problemas de la película, que es a su vez el que yo considero el mayor de los problemas de este nuevo cine qualité: su falta de riesgo. No solo solo hablamos del posible riesgo en la ambigüedad moral de los protagonistas (el padre biológico es malo malo, los padres nuevos son bondadosos, incluso el momento de haberle ocultado la muerte de su hijo a la niña deviene en un momento de mayor compasión hacia ellos, la niña ahora quiere romper ese silencio para llamarles la atención y no volver con su otra familia) como en la película de Ford, sino en la falta de un conflicto que se sienta tangible (algo que, con las críticas del caso, al menos si podíamos ver en Los espíritus de la isla). Con esto quiero decir que el proceso de adaptación de esta niña callada nunca presenta peligro alguno. Básicamente porque la película opta por obliterarnos las contradicciones., una situación de contradicción a la ternura y la bondad. Acaso por ese motivo el procedimiento por excelencia que se elige para la omisión es el montaje. La película elipsa: cuando ella se tira al pozo o cuando se cae, como el hijo muerto. La elipsis salva al espectador del posible mal trago y salva a la película de poner en abismo un sentimiento. Al  final del recorrido nos quedamos con esa corrida en ralenti, tan impotente como puede ser una corrida que va deteniendo todo, como si nos cuidara, cuando en realidad nos infantiliza frente al dolor y la muerte.

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