Bafici 2023 – Diario de festival : Los Bilbao, Una claustrocinefilia, Verano

Por Raúl Ortiz Mory

En Los Bilbao vemos cómo Iván Bilbao sale de la cárcel de Dolores con la consigna de hacer una nueva vida alejado de los problemas que incuba un barrio picante. Más que un boxeador de trayectoria malograda, el hombre ha sido un peleador callejero que se las arregló desde el colegio sin ayuda de nadie. Si había que golpear a la vida -y a los que se ponían en medio-, él lo hacía con sus puños y su afilada lengua, la de un especialista que hasta hoy vive con un pie en la fanfarronería y otro en una particular interpretación de la justicia. El documental de Pedro Speroni sigue a Iván Bilbao en su complicado camino de reinserción social y en el intento por recuperar el tiempo familiar perdido. El resultado se traduce a una multidimensional lectura de un personaje lleno de matices, resultado de su tiempo y su espacio. El punto fuerte que desarrolla Speroni -mejor ópera prima por Rancho en el BAFICI 2021- es la naturalidad y empatía que alcanza su personaje -y su familia, fundamental en la película- con las cámaras para retratar su cotidianidad, aunque, por momentos, el instinto de “sobreactuación” que lo gobierna exceda el verismo de la película. Otro aspecto contra el que debe lidiar Speroni -y logra hacerlo con efectividad- es evitar la glorificación de un desarraigado o caer en la tentación de narrar una parábola de redención. Iván Bilbao no es un modelo de reivindicación, sino un hombre común que solo quiere alejarse de otro posible encarcelamiento. Speroni lo muestra amoroso y colérico con su familia. Amenazante y comprensivo con quienes acuden a él para pedirle dinero prestado. Meditabundo y lenguaraz cuando está a solas y en sociedad. Los Bilbao también es un ejercicio de lectura de la marginalidad que está contado de forma ágil y sin aspavientos. Una pieza sencilla y exquisita.    

En Una claustrocinefilia el cine se vislumbra como salvación. El cine como un modo de vida para resistir al confinamiento ocasionado por la pandemia. El cine como terapia para redescubrir la complejidad humana. Lo que inicialmente fue un estricto revisionismo que ayudó a Alessandro Aniballi a matar el tiempo, terminó convirtiéndose en un documental por el que desfilan obsesiones, cuestionamientos y miedos. Sin embargo, las preguntas centrales que podrían desprenderse de este manifiesto fílmico son: ¿puede ser el cine la memoria personal que ayude a entendernos y comprender el mundo que nos rodea? ¿Puede el arte modificar la Historia advirtiendo la decadencia del hombre? A través de un montaje de corte experimental, Aniballi propone un azaroso rompecabezas de influencias que le ayuda a entender las decisiones que ha tomado en su vida. Las cavilaciones del realizador italiano destierran la idea exclusiva sobre el rol que tiene el cine como un divertimento industrial. Aniballi pasa del ejercicio placentero que significa volver a los clásicos de Hollywood y a las películas europeas de linaje canónico a asfixiarse en tramas, personajes e intenciones de directores que le sirven de espejos donde aprecia sus propias manías. Una claustrocinefilia también puede ser un viaje de referencias para cinéfilos vitales que se sienten cercanos a los revolucionarios que retorcieron el automatismo de la industria: Welles, Hitchcock, Pasolini, entre otros. Ello no quiere decir que sus preferencias sean exclusivamente exquisitas o que esté invadido por una presunción envanecida. Lo de Aniballi es tan pasional como lúdico y excesivo. Un juguete desbordado que corre a toda velocidad abrazado al cine.

Verano se inserta en las salvajes noches de Guadalajara se mueven dos muchachos. Uno va en moto y el otro a bordo de su skate. El primero, de día, es panadero; el otro, ocasionalmente, es taxi boy. Una tarde, el motorizado sigue los movimientos del joven gigoló y se obsesiona con él. Descubre sus furtivas incursiones sexuales con hombres mayores lo que le provoca una extraña combinación de estupor y deseo. En adelante, hará todo lo posible por poseerlo. Rafael Ruiz Espejo y Luis Pacheco son los directores de este intenso cortometraje que explora las dimensiones más profundas de una relación ocasional donde la culpa y la marginalidad sirven de disparadores para sus personajes. Uno de los grandes méritos de Verano es que la responsabilidad de delinear las conductas de los jóvenes cae en el aprovechamiento de los espacios públicos y privados -discotecas y bares de dudosa reputación, callejones peligrosos, habitaciones lúgubres-. Así, vamos conociéndolos hasta entender la soledad que los embarga. Son pocas las palabras pronunciadas por los dos personajes y muchas las situaciones a las que son sometidos. Dos incomprendidos que sobreviven a la vorágine de una ciudad que no da tregua y engulle a quienes esperan. En cierta medida, la propuesta de Ruiz Espejo y Pacheco está cargada de una sensualidad tosca que no cae en el facilismo que sí tienen algunas películas de temática LGTBI que aprovechan la excusa del apasionamiento homosexual y caen en las redes del sexo caricaturizado. Verano es netamente visceral. Es una obra que despierta inquietud por su abordaje de dos criaturas urbanas que se repelen, necesitan y apasionan.  

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