One Night in Miami…

Por Sergio Monsalve

EE.UU., 2020, 110′
Dirigida por Regina King
Con Kingsley Ben-Adir, Eli Goree, Leslie Odom Jr., Aldis Hodge, Lance Reddick, Christian Magby, Nicolette Robinson, Joaquina Kalukango, Michael Imperioli, Larry Gilliard Jr., Derek Roberts, Beau Bridges, Jerome A. Wilson, Aaron D. Alexander, Hunter Burke, Robert Stevens Wayne, Randall Newsome, Matt Fowler, Alan Wells, Dustin Lewis, Jeremy Anderson

Un mundo pequeño

Regina King ha hecho el crossover de la actriz que muta en directora, como antes lo vimos con Barbra Streisand, Liv Ullmann, Greta Gerwig y la propia Sofia Coppola, cuya carrera como intérprete fue impulsada por su padre y naufragó por las malas críticas de la prensa mundial. 

El caso de Regina ha sido el resonante de los últimos años, porque se trata de una merecida ganadora del Oscar y por su más reciente papel en la serie de HBO, Watchmen, elaborada dentro de los polémicos códigos de cancelación y corrección política de la compañía de cable. 

Hemos hablado largo y tendido en Perro Blanco sobre el problema de los forzados planteos raciales de la adaptación de la historieta gráfica de Alan Moore (pueden leerlo en estas dos entregas: la primera y la segunda). Comentamos que el deconstruccionismo narrativo funge de mero gimmick argumental que complace al público que reclama inclusividad y solución para el conflicto de la desigualdad, la represión y el privilegio. 

Pasa que la simple enunciación de un cambio semántico o semiótico no produce una transformación en las instituciones y las costumbres de la gente. Por ende, la sociedad del espectáculo ha generado una oferta de gratificación del consumidor del milenio, que promete un paraíso de representativad y participación de minorías, de felicidad emancipada de los géneros y las etnias discriminadas, en un momento de crecimiento demográfico y desintengración del tejido industrial, dejándolos a todos a merced de su propio infierno casero en la cuarentena infinita. 

One Night in Miami… se inscribe, de hecho, en varias corrientes genéricas aludidas por Federico Karstulovich en su Podcast dedicado al tema (que pueden escuchar por aquí): el revisionismo multicultural de un formato(en este caso del drama coral de cámara), la proyección global a través de una plataforma grandota y hegemónica(Amazon Prime), y la capitalización del mercado de cintas de un presupuesto medio, impulsadas por las condiciones económicas de la adversidad del confinamiento. 

Ni más ni menos que la meca ha vuelto al período de aquellas encerronas teatrales de los Estudios, que fueron detonadas por las crisis de las guerras, el verismo realista de las dramaturgias de vanguardia en el siglo XX, y el abandono de los monopolios verticales de exhibición. 

Pienso en la vigencia y la influencia de 12 hombres en Pugna de 1957, cuando la televisión redefinía las claves de la construcción de los relatos y las imágenes, de cara a las audiencias de la época. De igual modo descubro conexiones con el modelo de WandaVision, salvando las distancias. 

Paradójicamente, como menciona Federico, el actual sistema de creación de la meca se establece en una estructura de máxima concentración de franquicias, formatos y pantallas, de regreso a las unidades de producción de las majors en su edad dorada, solo que ahora economizan y les sale barato hacer sus versiones de la serie B neonoir y trágica. 

Es el caso también de la hermana de la película de Regina en Netflix, la cual responde al título de La Mamá de Blues. Ambas me enganchan por su pragmático y pregnante manejo de la puesta en escena, por su sentido del ritmo y el montaje, por ir directamente a los bifes, por saber qué contar y cómo transmitirlo con actores convincentes, estrellas en búsqueda de su lucimiento y consagración en el Hollywood progresista de la temporada de premios.  

Del auténtico e hipotético encuentro de Alí, Malcom X, Jim Brown y Sam Cooke en la habitación de un modesto Hotel, se desprenden las pequeñas intimidades, rencillas e inseguridades de cuatro grandes hombres, bajo la dirección de una mujer empoderada. 

La ejecución notable restaura el naturalismo underground y salvaje del primer Spike Lee, en una sesión nocturna que pasa de las simples proclamas reinvindicativas a una más interesante observación de los complejos y temores de cada protagonista. 

El espacio claustrofóbico ampliará las grietas de un simbólico grupo de afroamericanos, de ídolos y leyendas que tienen dificultad para coincidir, para comunicarse con empatía y para llegar a un mínimo acuerdo, entre las aburridas solemnidades de Malcom al lado de su pupilo del cuadrilátero y las ganas de parrandear del dueto de Jim y Sam, tenidos por potenciales miembros de la cabaña del Tío Tom.   

La segregación existente y latente, que inquieta y perturba a los caballeros, se traslada a la fragmentación y erosión del conjunto. 

One Night in Miami… comparte con La Mamá del Blues la inquietud porque el choque de egos y agendas de la comunidad negra, sea un fluido tóxico que envenene las mentes y provoque una esclavitud igual que la anterior. 

La celebridad, el afán mesiánico de poder y la fama corrompen la integridad de la tropa de élite, aflorando sus diferencias y divergencias. 

El mensaje final, en ambas películas, es que la desunión es un poco inevitable y que debe superarse, para vislumbrar el futuro optimo, que se desvío en el camino.   

Otra vez, el cine se refugia en la nostalgia de “cuando fuimos grandes” y la maldita historia que frustró nuestros sueños de libertad. 

Una estética de los ejemplos desmitificados, de las biografías qualité con enfermedad de importancia, que suponen un estancamiento clásico autoindulgente.

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