El rostro de la medusa

Por Marcos Rodríguez

Argentina, 2022, 75′
Dirigida por Melisa Liebenthal
Con Rocío Stellado, Vladimir Durán, Federico Sack, Irene Bosch, Roberto Liebenthal

La mirada del pavo real

Hay algo que me resultó profundamente simpático en esta película y tiene que ver con las libertades que se toma para narrar, con las ganas con las que juega con el medio que está explorando: El rostro de la medusa más que narrar, reflexiona. El punto de partida es un absurdo hermoso, que incluso se muestra una vez ya arrancada la historia: un día Marina se levanta y descubre que le cambió la cara. La película empieza con una cita médica: excusa floja para resumir lo poco que había para explicar: un día se levantó toda hinchada y cuando se deshinchó, su cara era otra. Se nos muestra una y otra vez: antes tenía esta cara que vemos en fotos (que, por lo que entiendo, sería la cara de la propia directora) y ahora tiene esta otra, que vemos en la actriz, claramente diferente. No hay traumas, no hay explicaciones. Tampoco vemos siquiera las primeras reacciones (esas que hubieran obligado a la narración a seguir ciertas lógicas): para cuando empieza la película ya pasó algún tiempo y Marina desapareció del trabajo, dejó el departamento en el que vivía con su novio y está encerrada en su cuarto de infancia, en la casa de sus padres, recluida.

Desde este punto inicial se va construyendo El rostro de la medusa: sin avanzar apenas, rebotando sobre ciertas ideas que giran en torno a la identidad, la identificación, la unidad y la ruptura. Es en este costado lúdico donde la película encuentra su mayor atractivo: cuando se despega de sus personajes y juega: juega con fotos, con collages, con mapeo facial, con huellas dactilares, con caras de personas y caras de animales, primero los más antropomorfos (monos y simios), después con los más humanizados por el contacto cotidiano (fundamentalmente, gatos), después con cualquier tipo de criatura: empezando por peces, pasando por medusas hasta llegar a unos hermosos planos de un pavo real. La pantalla de El rostro de la medusa cita sus propios parlamentos y después sale a pegarse un viaje por zoológicos europeos, por animaciones y diseño gráfico. Todo muy bonito.

El punto donde la película se vuelve menos interesante, paradójicamente, es en el aspecto que supuestamente la sostiene: la ficción (escasa) que avanza poco y, una vez planteadas sus ideas, no tiene mucho para agregar. Como instalación, El rostro de la medusa es simpática; como narración, parece olvidar que una historia también puede plantear muchas interrogantes, que no hace falta que se formulen como carteles, que pueden ser inquietantes o innovadores o lo que uno quiera, pero deberían ser por lo menos algo. Lo que es una pena todavía mayor es que, contando con esa premisa argumental absurda y tan bonita, el humor de la película vaya exclusivamente por el diseño gráfico y no por las situaciones y diálogos que atraviesan sus personajes: como si se preocupara demasiado por plantear los temas importantes que supuestamente está desarrollando como para dedicarse a jugar también con sus personajes.

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