El tiempo es corto: Peter Strickland, Tsai Ming-liang & Bi Gan

Por Amilcar Boetto

Blank Narcissus (Passion of the Swamp)
Reino Unido, 2022, 12′
Dirigida por Peter Strickland
Con Sebastien Kapps

The Night
Taiwán, 2022, 19′
Dirigida por Tsai Ming-liang

A short story (Po Sui Tai Yang Zhi Xin)
China, 2022, 15′
Dirigida por Bi Gan
Con Guohua Chen, Chen Yongzhong, Zezhi Long, Melbourne, Tan Zhuo, Kongkong Wu, Lirun Xie, Lizhou Xie.

Punto de vista

Algo interesante para pensar en torno a estos tres cortos estrenados recientemente en Mubi es cómo cada uno articula un punto de vista bastante singular y distintivo. Al enfrentarse los tres a ese formato tan limitante duración que es el cortometraje (siendo además tres cortos de menos de 20 minutos) se vuelve especialmente determinante la elección del punto de vista desde el que  se va a articular el relato, en particular debido a que ese punto de vista probablemente sea uno y sólo uno a lo largo del material completo. 

En Blank Narcissus de Peter Strickland, el punto de vista es el de un viejo director de cine  pornográfico que está revisitando un viejo material suyo para grabar unos comentarios en off. El  cortometraje es, entonces, el material de esa vieja película (que no es más que unos planos  filmados por el mismo Strickland en la actualidad, emulando una estética de época) con los  comentarios del director. A raíz de esos comentarios es que el cortometraje abre su potencia  narrativa para transformarse en un melodrama, en una vieja historia de amor entre el actor joven que vemos en pantalla y la voz vieja del director, quien termina por revelarnos que alguna vez fue su amante. En un principio se muestra como un relato de des-cubrimiento, de evidenciar el artificio pornográfico. El pene que el protagonista chupa es de  goma, el semen es artificial, el set bosque-medieval es realidad el departamento donde el joven actor convivía con el director. Al igual que en el cuento de Roberto Bolaño, Prefiguración de Lalo Cura, el  mundo pornográfico develado como mundo plástico, de superficies sin fondo. En la narrativa de  Bolaño, aquel mundo de superficies deviene siniestro en su inexplorabilidad, cuando, por  ejemplo, el narrador abría la heladera, siendo un niño, y lo único que encontraba eran enemas.  Strickland, en cambio, no establece lo siniestro en esa relación retrospectiva con lo pornográfico. Su personaje no es un joven con traumas de su niñez, sino un viejo director que observa y recuerda ese mundo con algo de alegría, porque allí puede recrear y traer de vuelta, entre los vivos, al amor que hoy sabe muerto. La mirada de Strickland es, por tanto, piedosa y naif con esa superficialidad. Como si todo ese juego de apariencias fuera algo que, en el fondo, remite a la juventud y a un momento donde las preocupaciones eran menores, un tiempo donde el futuro (ya las preocupaciones) no tenían cabida en el puro presente.

En The Night Tsai toma una decisión totalmente contraria a Strickland. En lugar de plantear su  punto de vista cargado de un sentimiento subjetivo, lo que hace es formular un punto de vista lo más objetivo posible, para así, intentar observar de la forma más omnipresente posible la noche en Hong Kong, una noche de 2019. Tsai, ante todo, observa. Toda observación, ya lo sabemos, tiene un punto de vista, incluso cuando ese punto de vista se pueda articular con la menor intermediación posible, el recorte está. Quiero decir, la menor intermediación en tanto intención posible por fuera de todo proceso de observación. Para eso Tsai provoca una acumulación, intentando que en sus planos ingrese la mayor cantidad de movimiento urbano posible, pero que también entren locales, transportes privados y públicos. El mundo en cada plano. Por ese motivo, por momentos, Tsai debe desbalancear su trípode para que esto suceda, para forzar la acumulación. En todo momento debe permitirle duración al plano. Sin embargo, el corto, como la noche, termina. Y ese punto de vista desesperado por cazar imágenes, se agota, al final de cuentas como se agota todo -finalmente- en el cine, cuando el registro se enfrenta contra su límite total, que es el tiempo. En el final nos quedamos con una sensación: el corto podría haber seguido y seguido y nuestra percepción como testigos continuaría igual. Una película mutante. 

Pero si hablamos de puntos de vista, más particular es aún el que propone A Short Story, el último cortometraje de Bi Gan. Aquí el  punto de vista pertenece a un gato negro, vestido como un espantapajaros, que recorre el mundo en busca de tres individuos que pueden darle la respuesta que tanto ansía: ¿qué es lo más preciado en el mundo? Podría argumentarse -sin mucho esfuerzo- que esta premisa es completamente arbitraria, y que, por lo tanto, todo lo que sucede en esta pequeña historia de casi quince minutos es una excusa para que Bi Gan muestra las imágenes que le plazca mostrar. Y si bien habitualmente esto podría presentarse como un problema -en particular cuando uno como espectador se siente forzado a atravesar dos horas del capricho de un director-, nada de eso sucede aquí. Por el contrario, en una duración tan corta, el capricho es más que bienvenido. A tal punto que la elegida pareciera ser la única opción por momentos. En particular al ser tan poco lo que se puede priorizar para ser mostrado. Entonces, sin mayor cuestionamiento, nos permitimos asistir a las imágenes  fantásticas que traza el director chino: hay momentos mejores y peores, por supuesto (la  habitación en el tren es, particularmente un momento de gran imaginería visual y sonora), pero  ante todo subsiste el goce por una arbitrariedad cuyo motor es la creación de imágenes  imposibles y únicas en su especie. Eso también es un punto de vista.

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