Puente de espías

Por Fernando Juan Lima

Puente de espías (Bridge of spies)
EE. UU, 2015, 141′
Dirigida por Steven Spielberg
Con Tom Hanks, Mark Rylance, Sott Shepperd, Amy Ryan, Sebastian Koch, Alan Alda, Austin Stowell, Mikhail Gorevoy, Will Rogers

Formas, formalismo, formalidades (*)

Por Fernando E. Juan Lima

El cine, como la democracia, es un arte adjetivo, de formas. Formas que si bien son herramienta, tienen una importancia sustancial que excede al capricho ritual, al respeto del mero alambique. Así como lo que nos permite hablar de una obra cinematográfica mayor es el “cómo” antes que el “qué”, la democracia republicana implica el obligatorio cumplimiento de determinadas formalidades sin las cuales no se puede reconocer a un Estado de derecho. Spielberg sabe que ello es así, y por eso elige esta historia de intercambio de espías situada en pleno auge de la Guerra fría para reflexionar sobre dicha circunstancia. Poco importa cuán cercana a la realidad histórica sea la intervención del abogado James Donovan (el americano medio de estos tiempos, Tom Hanks) en la defensa de un espía ruso y en la liberación de dos ciudadanos estadounidenses allá por los días en que comenzaba a construirse el muro de Berlín. Todos los corsets genéricos fallan al momento de atrapar esta película a la que se ha intentado identificar como thriller, drama bélico y hasta “feel-good Cold War melodrama” (The Hollywood Reporter). Cada vez más con el paso del tiempo (pensemos en las recientes Caballo de guerra y Lincoln), Spielberg comprende que el mejor vehículo para esas reflexiones está lejos de sus búsquedas más lineales y pretenciosas (Amistad), y que es su acercamiento, su mirada la que imprime esos ideales en toda historia que decida contar.

Al inicio de Puente de espías, cuando el protagonista decide asumir la defensa de un espía soviético, a sabiendas de su casi evidente culpabilidad y del efecto que esa decisión tendrá en la mayoría de sus compatriotas, lo que pondera es la necesidad de mostrar con hechos que el sistema en el que vive y en el que cree es mejor que aquel al que pertenece el enemigo de su país. No es linchando al espía atrapado que se ganará esa guerra, sino respetando a rajatabla eso que se dice defender (todo lo contrario de lo que hacen quienes exigen respuestas urgentes y ejemplares, saltándose todos los recaudos del debido proceso). Podría pensarse en el personaje que encarna Tom Hanks como el del abogado que llega al Oeste en Un tiro en la noche (James Stewart, el Hanks de aquellos tiempos). El doctor Ransom Stoddard creía que podía enfrentarse a Liberty Valance (Lee Marvin) sólo con los libros que simbolizaban a la ley en sus manos. Pero lo que en crepuscular western de Ford (de 1962, más o menos la misma época que retrata la película de Spielberg) tenía que ver con la falta de experiencia, la credulidad excesiva y hasta cierta inocencia fruto del desconocimiento, en el abogado de Spielberg es obstinación, convicción, certeza. Cuando uno hace lo que debe no puede sino ganar, más allá del resultado. Lejos de la oscuridad final de la película de Ford, Spielberg se acerca más a la impronta optimista de Capra. El tiempo transforma en sabiduría la consabida inteligencia de este autor, que a sus casi 70 años quiere compartir su legado, su mirada sobre los Estados Unidos y sobre el mundo, con la certeza de que puede hacerlo a través de películas ciertamente populares.

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James Donovan es el hombre común muy especial del cine clásico americano; el sujeto sometido a circunstancias extraordinarias que sabe que hay cosas que no se negocian ni se transan, aunque sea ese principalmente su trabajo. No hay en él, no hay en Spielberg, atisbo alguno de complacencia demagógica; esa que confunde humanismo con arbitrariedad que se escuda en la obtención de un resultado, por bueno que éste parezca a primera vista. En los tiempos que corren resulta ciertamente excepcional poner el acento en el respeto de las formas: ahora, en general, lo importante es la respuesta inmediata, la apariencia, la consecución del objetivo, que se note mucho y pronto. Aun frente a jueces venales o influenciables, aun cuando utilice todas las herramientas que tiene a su alcance (incluso las que pueden pensarse como “chicanas” o artilugios engañosos), Puente de espías tiene claro sus límites, sus medios prohibidos, esos injustificables cualquiera que sea el fin.

 

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Sabemos que el espía atrapado en territorio estadounidense trabajaba para la Unión Soviética (y que, además, tiene una ética de trabajo similar a la de James Donovan), creemos que al menos uno de los dos americanos recluidos tras la cortina de hierro ha sido detenido injustificadamente. Pero poco interesa que el piloto espía norteamericano haya hablado o no ante la inquisición soviética; lo que está en juicio es el sistema y Spielberg señala algo que por evidente no deja de ser necesario reiterar: para combatir un mal no pueden utilizarse sus mismas herramientas. Cuando no se hace aquello en lo que se cree, se termina creyendo en lo que se hace. Y James Donovan, por más que se sorprenda por la reacción virulenta que su conducta despierta, es consciente en todo momento de lo que hace. En verdad, no tiene opción. Su moral le indica lo que debe hacer e ignorar ese mandato sería tanto como ignorarse a sí mismo. La idea propia del liberalismo individualista norteamericano no acepta el utilitarismo como camino. Aunque pudiera parecer que estamos ante un héroe aislado, lo que Spielberg piensa (y de ahí la anterior alusión a Capra) es que basta un solo buen hombre para que el sistema encuentre la manera de actuar de manera virtuosa.

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La cantinela demagógica ha trastocado los términos hasta el punto de confundir garantismo y activismo. El garantismo tiene que ver, justamente, con el respeto de las formas, el respeto de aquellos recaudos formales pensados en garantía del sistema democrático. La idea de que el fin justifica los medios, de que si “la solución es justa” no importa cómo se llegue a ella termina inevitablemente en que lo justo será lo que el arbitrio o el capricho de quien tenga en sus manos el poder de decidir imponga. El debido proceso no es un rito superfluo pensado para que quienes cometen actos ilegítimos zafen, las garantías de inamovilidad e intangibilidad salarial de los jueces no son beneficios de casta; el objetivo es en ambos casos el mismo: proteger a la Justicia, última barrera frente a los avances de la sinrazón y la arbitrariedad, frente a los abusos de poder y el delito. La protección sistémica tiene como última razón de ser el respeto por la libertad del ciudadano. Es por ello que incluso frente a la impaciencia o la falta de comprensión inmediata de las masas hay que resistir a la tentación de responder a sus reclamos (a nuestros reclamos) con respuestas que pasen por alto los mecanismos que en definitiva nos unen y nos protegen. Esos que, como dice Donovan/Hanks/Spielberg, están en la Constitución.

(*) Publicada en El amante Cine, Octubre de 2015

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