Hija única

Por Federico Karstulovich

Hija única
Argentina, 2016, 110′
Dirigida por Santiago Palavecino
Con Esmeralda Mitre, Juan Barberini, Ailin Salas, Carmela Rodríguez, Luciano Linardi, Stella Gallazzi, Susana Pampín

Tres vidas y una sola muerte

Por Federico Karstulovich


1. Montaigne.Borges.Hugo Santiago. Tarkovski. Raul Ruiz. Resnais. Hitchcock. Los polacos de los 70s/80s (de Kieslowski a Zanussi, de Has a Zulawski). Qué pasó por la cabeza de Palavecino para concebir una de las películas argentinas mas radicales e imprescindibles de los últimos cincuenta años? Me tomó tres años escribir esta crítica? O siempre la escribí y nunca pude terminarla? Tanto y tanto. No lo sé. Creo que se la prometí tantas veces a Santiago que debe odiarme. Pero volví a ver su película tres años después de la fascinación del visionado inicial.

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2. En uno de los ensayos de Montaigne (cuyo nombre no recuerdo), que versaba sobre la idea de la experiencia de la muerte, el hombre describía con lujo de detalles el desdoblamiento implicado en el momento de experimentar el dolor, la conciencia del inminente deceso. Pero antes que nada se trataba de la experiencia de la exterioridad vista desde dentro. La experiencia y la conciencia de sí.

3. El cine de Palavecino se desdobla simpre, tambien, entre la experiencia y la conciencia de si. Por eso es interesante recorrerlo desde dos entradas posibles: la que permite concentrarse en los hechos, desde una perspeciva más clásica y desde un costado consciente de si, del desdoblemiento, desde una perspectiva propia del género fantástico (de larga tradición en la literatura argentina pero de con un linaje limitado cuando hablamos de cine local). En ese recorrido híbrido la película de Palavecino se desliza como si patinara sobre una pista de hielo finísimo.

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4. Todo el recorrido que propaga la escritura rizomática de Hija única enlaza materiales con una elegancia que no asusta, pero que sorprende por el nivel de conectividad, como si se tratara de una gran película-cerebro (que no película cerebral). En ella está la lengua madre como problema de origen borgeano (la que se deja de hablar y la que se pierde con el exilio, con elegancia saturnina, conectando con el cine de Hugo Santiago) donde la filiación pide reconocimiento pero a la vez se extraña del mismo (una abuela que secuestra a la nieta invirtiendo la lectura política de la apropiación pero a la vez nos expone a una distancia crítica de esa operación). Pero también están las filiaciones cruzadas del melodrama imposible de las paradojas lógicas del cine de Raul Ruiz, como si en el fondo Palavecino se preguntara si el pensamiento paradojal no fuera la mejor manera de pensar la tragedia social (y el uso político de la misma) de la dictadura y sus cicatrices reales y simbólicas. Pero en este aquelarre de espíritus cinematográficos y literarios también está presente en el pensamiento científico recorrido (parasitado por medio de un recorrido que bordea todo el tiempo con la sátira pero que en ningún momento expone ese espíritu zumbón) del Resnais de Mi Tío de América. También está el pasado como torbellino ingobernable de la memoria que superpone intensidades y capas visuales que recuerda al Tarkovski de El espejo (los incendios!). Y, desde ya, toda la película siendo signada por un sistema de indicios escondidos, una gran tela de araña hitchcockiana que nos obliga a participar activamente como casi ninguna película argentina lo había propuesto hasta ese momento. Pero también está ese azar polaco (la red Has-Kieslowski-Zanussi-Zulawski) como principio compositivo y organizador de los desdoblamientos. Pero quizás se trate de proyecciones, de purgas cinéfilas que uno realiza para entender la maraña de posibilidades que se presentan detrás de una obra imprescindible (me gusta pensarla como parte del club argentino de las películas secretas).

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5. Pero Hija única no es solo pródiga en ideas (como si las mismas estuvieran disociadas del lenguaje audiovisual) sino que también piensa por medio de sus imágenes. De ahí que el recurso del plano secuencia sea particularmente significativo: no solo se trata de una herramienta vinculante entre tiempos y espacios distintos, sino también entre lo íntimo/privado y lo visible/público, haciendo que lo procedimental también sea político en la película (la vida privada invadida y asediada por los administradores de la memoria no es un hecho menor en una película en la que la dictadura aparece revisitada con ideas renovadas: no se puede jugar con la vida de las personas). A su vez los objetos no son parte del diseño de arte, sino que se reconocen como lugares simbólicos del reconocimiento de la identidad (el símbolo del anillo como reunión entre generaciones y cruzando la sangre). En ellos se signa la oscilación entre la clave realista y la clave fantástica que proyecta las raíces anclándolas en las mejores tradiciones de la literatura argentina. Pero también el sonido como un problema de superposiciones temporales, que bien podrían ser multiversos que se han intersectado. Pero también el montaje, que a partir de falsos raccords (como la extraordinaria sucesión de planos en el final) expone una pertenencia a el doble origen discursivo en el que la película nos sitúa todo el tiempo (hay una mirada al origen en la niña que observa o somos nosotros los que precisamos de ese origen?).

6. Vuelvo a ver Hija Única y me vuelvo a conmo-ver (o vuelvo a ver conmocionado). Y las ideas reaparecen pero no cierran. Y no sé si esa fue siempre la idea que estuvo rondando la cabeza cinematográfica de Palavecino, pero ahí está la película para llenarnos de fantasmas, para convocarnos en una casa de espíritus (no, ninguna referencia a Isabel Allende, qué va) y llenarnos de preguntas, de interrogantes bien y malhabidos. Hasta que alguna vez la volvamos a ver y acompañemos, sacudidos por las imágenes, ese mundo de temores y temblores que es el cine.



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