Aquaman and the Lost Kingdom
EE.UU., 2023, 124′
Dirigida por James Wan.
Con Jason Momoa, Patrick Wilson, Yahya Abdul-Mateen II, Amber Heard, Randall Park, Dolph Lundgren, Nicole Kidman y Temuera Morrison.
Flotar, ahogarse
La primer película de Aquaman fue un baldazo de agua cálida en invierno. Fue el remanso en una sucesión indivisa de pálidas que venía recibiendo la casa de ideas de Warner con su filial DC, con la que no pegaba una tras los fracasos sucesivos del Snyderverse. Con Aquaman todo se volvía goce y destrucción a manos de James Wan (que como bien demostraría luego en la notable Maligno, el tipo se lleva muy bien con la sátira), que combinaba gran presupuesto con una conciencia camp del mainstream berreta de las películas de Cannon en los 80s (para quienes no conozcan a qué me refiero les recomiendo leer esta extraordinaria nota). Y la primer entrega de la saga encontraba al hombre de las branquias con un territorio de acción que lo llevaba a tomarse para la chacota todos y cada uno de los lugares comunes de la solemnidad presente en las autorías de Snyder & Nolan, en tren de admiraciones mutuas entregadas al krampack cinematográfico. No, Wan no andaba en esa, más bien parecía molesto con todo ese tono. Por eso, junto a Shazam!, la primer entrega de Aquaman fue lo mejor que pudo haberle pasado a esa balsa cercana a naufragar como lo fue siempre el universo cinematográfico de DC.
Mientras se producía la transición hacia el nuevo universo DC a manos de James Gunn, había que hacer algo con las producciones avanzadas. Ya no hablamos del fracaso de Aves de presa y la fabulosa emancipación de una Harley Quinn (2020), ni de Mujer Maravilla 1984 (2020), tampoco del retorno con gloria del Snyder Cut de Liga de la justicia (2021), sino de ese accidente en cámara lenta que fue la seguidilla posterior a la hermosa El escuadrón suicida (2021), que fueron las horribles Black Adam (2022), ¡Shazam!: La furia de los dioses (2023), Flash (2023), Blue Beetle (2023), que son mas productos inerciales de la administración de Walter Hamada al frente de DC que del pobre Gunn, que tuvo que bailar con la más fulera mientras los espantos terminaban de editarse. En esa seguidilla es donde entra la postergada (por los motivos del escandaloso juicio Depp-Heard) Aquaman y el reino perdido, que parece una sentencia sobre lo que alguna vez supo ser DC y que hoy no es capaz de encontrar (pero que pudo haber sido si hubiera confiado a Wan la dirección de un universo que sólo podría hbe fucionado tal cual y como lo conocimos si se hubiera permitido el disfrute propio de la pobreza que la línea Cannon podía proveer).
Ojo, esta paliza al fenecido DC no se debe a que Marvel con su MCU se encuentre en un lugar deseable precisamente: viene de fracasar en varios proyectos televisivos y especiales (que ni vale la pena nombrar, pero entre los cuales hay algunas cosas para rescatar como What if…, el especial de navidad de Guardianes de Galaxia, Moonkinght, Hawkeye, parcialmente Falcon y el soldado de invierno), pero también de fracasar estrepitosamente en cine post Avengers: Endgame (2019), apenas salvándose con las últimas dos partes trilogía de Spiderman (Spiderman: lejos de casa (2019) y Spiderman: Sin camino a casa (2021)), la cuarta entrega de Thor (Thor: Amor y Trueno (2022)), y Guardianes de la galaxia Vol 3 (2023), la tercera entrega. En el medio películas aceptables y subvaloradas como Black Widow (2021), Shang Chi y la leyenda de los diez anillos (2021) y The Marvels (2023), decepciones como Dr Strange y el multiverso de la locura (2022) y Antman and The Wasp: Quantumania (2023) pero también desastres irremontables como Eternals (2021) y Pantera Negra: Wakanda por siempre (2022). La mención detallada viene al caso de que estamos ante un momento de crisis de un género que amenazaba con venir para quedarse. Un género que encontró en sus dos principales casas de ideas identidades contrapuestas (sistemática y definida en Marvel, anárquica e improvisada en DC), pero enfrentando caminos sin salida casi simétricos.
Aquaman y el reino perdido es, técnicamente, la última entrega del viejo DC (es decir, el DC pre-Gunn que comenzó oficialmente con Blue Beetle, pero que sabemos que va a comenzar realmente con Superman: Legacy , posteriormente con Paradise Lost, luego con Creature Commandos , Lanterns, Batman: The Brave and the Bold en unos años), con la que Jason Momoa pudo haberse despedido del personaje antes de su salto multiversal para convertirse en el nuevo Lobo, que tendrá su película/serie en un lustro. Pero nada de eso fue aprovechado. Ni siquiera el tono o el código desatado de final de fiesta que se sentía en la segunda parte de Shazam. En esta segunda Aquaman hay berretalandia para tirar al techo, pero estamos ante un tono mucho más apagado (se percibe que los problemas legales de Amber Heard la alejaron argumentalmente del centro de la película, algo que se traduce en vacíos de sinsentido ocupados por otros personajes), algo que estira la narración con insolencia. Por eso cuando los minutos pasan nos damos cuenta, acaso un poco tarde, que Wan se propuso hacer una película de aventuras, mucho más cercana a esos experimentos entre las sátiras camp de Cannon films y las primeras películas de superhéroes con formato retro de los primeros 90s (para más datos pueden leer esta gran nota) antes que un cierre a toda pompa y circunstancia. Quizás no lo hayamos entendido. Quizás el director malayo quiso demostrarnos que podía flotar cuando todos veíamos que se estaba ahogando.
Pero en definitiva, Aquaman y el reino perdido es lo que han constatado en esta nota: un espasmo entre noticias, un malentendido sin dirección, un atisbo de contacto con una sensibilidad retro que solo los cinéfilos ochentosos podrían ver. Muerto antes de llegar, sin una segunda oportunidad en este multiverso, quizás Momoa encuentre la reivindicación futura en Lobo (como le pasó a Ryan Reynolds con Deadpool), esa que Wan no pudo obtener sin irse por la puerta chica.
