PERRO BLANCO | NÚMERO 79 | OCTUBRE / 23

Por Federico Karstulovich

La crisis nunca existió

Casi cualquier persona que habite el suelo argentino y tenga en su haber al menos un cuarto de siglo de vida conoce que Argentina no es un país, sino, como indicaba Federico Luppi en Martín (Hache), una trampa. El problema es que esa trampa también es una ciénaga, un camino en el que podemos quedarnos atrapados y del que se vuelve casi imposible salir indemne. Afecta a los proyectos culturales y su potencial futuro. Los privados y los públicos.

En pocos días (el 22 de octubre para ser precisos), Argentina vuelve a entrar en una elección en un escenario de crisis bastante más grave (eso es lo que indican los números al menos) que en 2001, con un escenario económico que combina la previa al estallido de 1975, con la previa a la hiperinflación de 1989 con la degradación socioeconómica de 2001, es decir, la tormenta perfecta para la que los argentinos nos venimos preparando hace años, porque se seguían repitiendo las mismas estrategias.

En una decena de oportunidades nos tomamos el trabajo de hablar sobre esto en editoriales anteriores, pero también hablamos sobre la responsabilidad de la comunidad audiovisual argentina sobre las crisis que atravesamos y que se avienen. Hoy, casi cuatro años después de la elección que consagrara a la fórmula gobernante actual, Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, el panorama es desolador, incluso para el cine como medio, que como comunidad tuvo los reflejos más lentos del condado. Básicamente, porque con una crisis de empleo, inflación, con una preocupante desarticulación del sistema institucional, casi el 99% del sistema audiovisual argentino, casi el 99% de sus creadores optó por representar el pasado y casi omitir por completo el presente, como si viviéramos en el mejor de los mundos. En este sentido nos permitimos realizar una pregunta en plena pandemia: La crisis será filmada? Como respuesta ese registro casi no llegó. Es decir: para el sensible cine argentino, que durante años fue capaz de registrar los acontecimientos como si tuviera un sismógrafo perfectamente orientado al suelo y a sus movimientos, hoy y en los últimos cuatro años parece no haber pasado nada, en lo que expresa uno de los mayores actos de deshonestidad intelectual que hayamos podido presenciar frente a una crisis con pocos precedentes en el país como la que estamos testimoniando.

Frente a un horizonte de incertidumbre entre dos populismos claramente definidos, Argentina se vuelve a encontrar ante la encerrona de volver a dispararse al pie o salir con honestidad frente al escenario que se viene, donde el cine debería recuperar su memoria. Pero no solo porque otro gobierno de otro signo político tendrá que gobernar en condiciones extremadamente complejas. El cine argentino tendrá que tener memoria también con estos últimos cuatro años. En ese horizonte la comunidad cinematográfica argentina (que no es uniforme ni piensa siempre igual, pero que si permanece en silencio nos entrega esa impresión acaso equivocada) debería volver a salir a las calles. No solo a registrar el estado de conmoción que se avecina, sino aquello mismo que lo provocó. Del silencio se sale con honestidad, no con obsecuencia, pancartas y uniformidad. De eso ya tuvimos bastante.

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